Así, al llegar esta época, comienza la 'operación bikini' y, como si de un baile se tratara, intentamos dar un paso atrás para compensar los muchos pasos adelante que hemos dado el resto del año. Las estadísticas son claras, y en este caso posiblemente ciertas: el 62% de los madrileños se pondrá a dieta a partir de mayo para lucir una mejor figura en verano, y no creo que estas cifras sean diferentes en el resto de nuestra geografía. Con esa premura, al tener sólo unas semanas por delante, la única solución es recurrir a las peligrosas dietas milagro que no conseguirán el milagro pero sí poner en peligro nuestra salud.
El caso es que con esa combinación de mensajes terroríficos y publicidad adelgazante nos olvidamos del concepto aristotélico de la virtud, que consiste en dar con el término medio entre dos extremos. El filósofo, además, puntualiza con gran precisión y acierto que 'el término medio es lo que no sobra ni falta, y no es único ni igual para todos'.
El hecho es que en cada época, la Humanidad necesita un 'villano', y en la nuestra le ha tocado a la grasa, tanto la que llevamos dentro como la que encontramos en el plato. Con respecto a esta última, los vientos que venían del Oeste están cambiando, y nos vamos dando cuenta de que no toda la grasa es mala y como muestra tenemos los beneficios que vamos redescubriendo en nuestra 'grasa nacional' o, más apropiadamente, en nuestro aceite de oliva extra virgen. De la misma manera, no toda la grasa que acumulamos es mala para nuestra salud, sólo aquella que excede el punto óptimo de almacenamiento que cada uno de nosotros parece tener predefinido, probablemente como resultado de nuestra genética.
Pensemos además que la grasa, en su justa medida, también tiene sus beneficios. Desde el punto de vista evolutivo, la grasa acumulada permitió a nuestros antepasados sobrevivir, tras su diáspora africana, durante las épocas en las que las fuentes nutritivas eras escasas y difíciles. Es decir, durante la mayor parte del año. Recordemos también que la grasa es la forma más compacta y eficiente de acumular y transportar las reservas energéticas. Si lo hiciéramos en forma de hidratos de carbono, ello supondría arrastrar con nosotros un peso seis veces mayor para la misma cantidad de reservas calóricas. Situación no muy recomendable para una especie de cazadores/recolectores en continuo nomadeo y en continua persecución de los alimentos.
La grasa nos sirvió también de aislante térmico y físico, y aunque en el momento histórico actual estos factores no son nuestra primera preocupación, hay todavía otras ventajas que subsisten hoy en día. Por ejemplo, la grasa nos sirve de almacén de vitaminas liposolubles y hay estudios que demuestran que es más fácil alcanzar mayor longevidad con unos pocos kilos acumulados durante la vida adulta (pero importante: no durante la niñez y adolescencia) que con unos kilos de menos. Recordemos también que el daño asociado con el exceso de grasa depende de dónde se acumule ésta, siendo más peligrosa la que se deposita en el abdomen que en los glúteos o en la cadera.
Por supuesto la peor es aquella grasa que, una vez superada nuestra capacidad de almacenamiento personal en el tejido adiposo, se desborda al músculo, al hígado, al páncreas o al corazón. También hay grasa que es muy beneficiosa ya que ayuda a quemar calorías. Se trata de la grasa parda que está presente en los niños pero que se va perdiendo con la edad. De ahí que una de las terapias antiobesidad que se está considerando es la de regeneración de la grasa parda para que nos ayude a prevenir el acúmulo habitual de la grasa blanca que sufrimos cuando alcanzamos la madurez biológica.
Por lo tanto, recordemos antes de lanzarnos a tumba abierta a la 'operación bikini', que el daño principal de la grasa depende de dónde decida nuestro organismo depositar el exceso de la misma, que, curiosamente, no suele ser en los sitios donde nuestra vanidad quiere eliminarla. Recordemos también cuando nos pongamos delante del espejo para estimar el 'daño invernal' que lo que vemos no es a veces totalmente objetivo, y que nuestra autoimagen puede llegar distorsionada por el bombardeo publicitario para convertirnos en sílfides. Quizá el espejo más objetivo sean los ojos de aquellos que nos quieren. Si vemos agrado en ellos, probablemente hayamos alcanzado la virtud aristotélica.
*José Mª Ordovás es director del laboratorio de Nutrición y Genómica del USDA-Human Nutrition Research Center on Aging de la Universidad de Tufts (EEUU), profesor de Nutrición y Genética e investigador colaborador senior en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (Madrid).
El caso es que con esa combinación de mensajes terroríficos y publicidad adelgazante nos olvidamos del concepto aristotélico de la virtud, que consiste en dar con el término medio entre dos extremos. El filósofo, además, puntualiza con gran precisión y acierto que 'el término medio es lo que no sobra ni falta, y no es único ni igual para todos'.
El hecho es que en cada época, la Humanidad necesita un 'villano', y en la nuestra le ha tocado a la grasa, tanto la que llevamos dentro como la que encontramos en el plato. Con respecto a esta última, los vientos que venían del Oeste están cambiando, y nos vamos dando cuenta de que no toda la grasa es mala y como muestra tenemos los beneficios que vamos redescubriendo en nuestra 'grasa nacional' o, más apropiadamente, en nuestro aceite de oliva extra virgen. De la misma manera, no toda la grasa que acumulamos es mala para nuestra salud, sólo aquella que excede el punto óptimo de almacenamiento que cada uno de nosotros parece tener predefinido, probablemente como resultado de nuestra genética.
Pensemos además que la grasa, en su justa medida, también tiene sus beneficios. Desde el punto de vista evolutivo, la grasa acumulada permitió a nuestros antepasados sobrevivir, tras su diáspora africana, durante las épocas en las que las fuentes nutritivas eras escasas y difíciles. Es decir, durante la mayor parte del año. Recordemos también que la grasa es la forma más compacta y eficiente de acumular y transportar las reservas energéticas. Si lo hiciéramos en forma de hidratos de carbono, ello supondría arrastrar con nosotros un peso seis veces mayor para la misma cantidad de reservas calóricas. Situación no muy recomendable para una especie de cazadores/recolectores en continuo nomadeo y en continua persecución de los alimentos.
La grasa nos sirvió también de aislante térmico y físico, y aunque en el momento histórico actual estos factores no son nuestra primera preocupación, hay todavía otras ventajas que subsisten hoy en día. Por ejemplo, la grasa nos sirve de almacén de vitaminas liposolubles y hay estudios que demuestran que es más fácil alcanzar mayor longevidad con unos pocos kilos acumulados durante la vida adulta (pero importante: no durante la niñez y adolescencia) que con unos kilos de menos. Recordemos también que el daño asociado con el exceso de grasa depende de dónde se acumule ésta, siendo más peligrosa la que se deposita en el abdomen que en los glúteos o en la cadera.
Por supuesto la peor es aquella grasa que, una vez superada nuestra capacidad de almacenamiento personal en el tejido adiposo, se desborda al músculo, al hígado, al páncreas o al corazón. También hay grasa que es muy beneficiosa ya que ayuda a quemar calorías. Se trata de la grasa parda que está presente en los niños pero que se va perdiendo con la edad. De ahí que una de las terapias antiobesidad que se está considerando es la de regeneración de la grasa parda para que nos ayude a prevenir el acúmulo habitual de la grasa blanca que sufrimos cuando alcanzamos la madurez biológica.
Por lo tanto, recordemos antes de lanzarnos a tumba abierta a la 'operación bikini', que el daño principal de la grasa depende de dónde decida nuestro organismo depositar el exceso de la misma, que, curiosamente, no suele ser en los sitios donde nuestra vanidad quiere eliminarla. Recordemos también cuando nos pongamos delante del espejo para estimar el 'daño invernal' que lo que vemos no es a veces totalmente objetivo, y que nuestra autoimagen puede llegar distorsionada por el bombardeo publicitario para convertirnos en sílfides. Quizá el espejo más objetivo sean los ojos de aquellos que nos quieren. Si vemos agrado en ellos, probablemente hayamos alcanzado la virtud aristotélica.
*José Mª Ordovás es director del laboratorio de Nutrición y Genómica del USDA-Human Nutrition Research Center on Aging de la Universidad de Tufts (EEUU), profesor de Nutrición y Genética e investigador colaborador senior en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (Madrid).
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