Esencia de Almodóvar
La apreciación común dice que la línea que separa lo sublime de lo ridículo es delgada, apenas perceptible. El riesgo de la mayor apuesta es indisociable del miedo, quizá el terror, a la más grande de las pérdidas. Y ahí siempre ha estado Almodóvar. 'La piel que habito' es eso, pero de otra manera: la película de Almodóvar se encuentra esta vez más cerca del sustantivo Almodóvar y más lejos del adjetivo 'almodovariano'. Y perdón por el amago de oxímoron. Y otra vez perdón por decir oxímoron.
Si se quiere, esta es una apuesta lanzada al límite del propio universo (que lo hay) de Almodóvar. Eso sí, y aquí el logro, con la mayor economía de elementos que nunca ha visto su cine. Radical, voraz, quirúrgicamente perfecta. Tan precisa como abrumadora.
Intuye Almodóvar, y por precaución lo pone en boca de otros, que esta película supone un punto y aparte en su cine. Se diría que en realidad es más una estación de llegada: un precipitado de gran parte de sus obsesiones y, sobre todo, de todas sus miradas. Se siente la sensación de observar su filmografía entera con la misma angustia con la que se contempla un paisaje desde el borde de un precipicio: se disfruta de las vistas, sí, pero con un nudo en la boca del estómago.
De nuevo, la película navega entre géneros sin miedo, con los ojos abiertos, volviendo una y otra vez sobre sus pasos detrás del código genético que configura todo el cine del director. La historia de un doctor loco empeñado en vengar la muerte de su hija es a la vez el demente retrato de una obsesión y un simple cuento de supervivencia.
Todos se aman, todos se hieren; se detestan y se necesitan.
Cita el director al 'thriller' como directa y más evidente influencia. Es más, habla de Fritz Lang y en un alarde de imaginación confiesa que soñó la película en blanco y negro, muda. En realidad, es justo lo contrario: Almodóvar no calla. Las elipsis de su cine están siempre escritas y transparentemente dialogadas. Los personajes no se ocultan nada, todos ellos enmarcados por un fotografía encendida que descubre cada poro del fotograma. Todo a la vista.
El 'thriller' que él cita se da la mano del terror, la ciencia-ficción, el melodrama y, ya puestos, la comedia como última expresión de lo trágico. Sobre el papel se trata de uno de sus empeños más barrocos, disparatados quizá. La historia no soporta una sola caricia sin saltar por los aires. Digamos que es de piel muy irritable. Y, sin embargo, la puesta en escena es esta vez la más certera de su cine.
De hecho, Banderas funciona como la perfecta metáfora de lo que quiere ser y es la película. Habla el actor que para conseguir el 'horror frío' buscado se vació de gestos. "La creación no está en los trucos. El vértigo forma parte del riesgo", sentencia solemne. Es el Banderas de siempre, el de 'Átame', pero de otra manera: tan sobrio que parece su primo. A base de ser menos Banderas, consigue ser más Banderas. No sé si nos explicamos.
Pues lo mismo con Almodóvar. 'La piel que habito' consigue ofrecerse como la más exagerada de todas las obras de Almodóvar renunciando a la gestualidad de Almodóvar. La línea que separa lo sublime de lo ridículo, decíamos al principio, es delgada. Pero, esta vez, y ése es el objetivo, ni existe. Almodóvar ha dejado de ser una ficción creada por Almodóvar. Almodóvar es Almodóvar. Creo que me estoy mareando. Sin duda, una bonita Palma de Oro.
http://www.elmundo.es/elmundo/2011/05/19/cultura/1305797291.html
Si se quiere, esta es una apuesta lanzada al límite del propio universo (que lo hay) de Almodóvar. Eso sí, y aquí el logro, con la mayor economía de elementos que nunca ha visto su cine. Radical, voraz, quirúrgicamente perfecta. Tan precisa como abrumadora.
Intuye Almodóvar, y por precaución lo pone en boca de otros, que esta película supone un punto y aparte en su cine. Se diría que en realidad es más una estación de llegada: un precipitado de gran parte de sus obsesiones y, sobre todo, de todas sus miradas. Se siente la sensación de observar su filmografía entera con la misma angustia con la que se contempla un paisaje desde el borde de un precipicio: se disfruta de las vistas, sí, pero con un nudo en la boca del estómago.
De nuevo, la película navega entre géneros sin miedo, con los ojos abiertos, volviendo una y otra vez sobre sus pasos detrás del código genético que configura todo el cine del director. La historia de un doctor loco empeñado en vengar la muerte de su hija es a la vez el demente retrato de una obsesión y un simple cuento de supervivencia.
Todos se aman, todos se hieren; se detestan y se necesitan.
Cita el director al 'thriller' como directa y más evidente influencia. Es más, habla de Fritz Lang y en un alarde de imaginación confiesa que soñó la película en blanco y negro, muda. En realidad, es justo lo contrario: Almodóvar no calla. Las elipsis de su cine están siempre escritas y transparentemente dialogadas. Los personajes no se ocultan nada, todos ellos enmarcados por un fotografía encendida que descubre cada poro del fotograma. Todo a la vista.
El 'thriller' que él cita se da la mano del terror, la ciencia-ficción, el melodrama y, ya puestos, la comedia como última expresión de lo trágico. Sobre el papel se trata de uno de sus empeños más barrocos, disparatados quizá. La historia no soporta una sola caricia sin saltar por los aires. Digamos que es de piel muy irritable. Y, sin embargo, la puesta en escena es esta vez la más certera de su cine.
De hecho, Banderas funciona como la perfecta metáfora de lo que quiere ser y es la película. Habla el actor que para conseguir el 'horror frío' buscado se vació de gestos. "La creación no está en los trucos. El vértigo forma parte del riesgo", sentencia solemne. Es el Banderas de siempre, el de 'Átame', pero de otra manera: tan sobrio que parece su primo. A base de ser menos Banderas, consigue ser más Banderas. No sé si nos explicamos.
Pues lo mismo con Almodóvar. 'La piel que habito' consigue ofrecerse como la más exagerada de todas las obras de Almodóvar renunciando a la gestualidad de Almodóvar. La línea que separa lo sublime de lo ridículo, decíamos al principio, es delgada. Pero, esta vez, y ése es el objetivo, ni existe. Almodóvar ha dejado de ser una ficción creada por Almodóvar. Almodóvar es Almodóvar. Creo que me estoy mareando. Sin duda, una bonita Palma de Oro.
http://www.elmundo.es/elmundo/2011/05/19/cultura/1305797291.html
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