Visualicen la escena. Nelson Mandela en el salón de su casa, el año
pasado, envuelto en una manta. Sentadas a un par de metros de él, dos de
sus hijas, discutiendo. Mandela tiene la mirada distante, el rostro
inmóvil. Difícil saber si está atento a la discusión o si, desde la
niebla senil que ofusca su mente, no se entera. Entra un íntimo amigo de
Mandela, su hombre de confianza a lo largo de más de 20 años. Las dos
mujeres siguen hablando airadamente, como si no estuvieran presentes ni
su padre ni el invitado. El tema de la conversación: qué muebles y qué
piezas de cocina se llevará cada una cuando el padre muera.
El invitado a la casa de Mandela era Jakes Gerwel,su asesor más cercano durante los cinco años, de 1994 a 1999, que fue presidente de Sudáfrica. Gerwel, que murió a finales de 2012, le había contado la historia a una amiga, y ella me la contó a mí la semana pasada. Gerwel, según la amiga, narró la escena horrorizado y con detalle “forense”. Es difícil de creer, pero después se la conté a dos individuos que tienen, y durante muchos años han tenido, una relación muy cercana con Mandela y no se sorprendieron en absoluto. Respondieron narrando otras historias similares, igual de horrorizados que Gerwel ante el descaro y vulgaridad que están exhibiendo los herederos de Mandela en el afán de explotar las oportunidades materiales que ofrece su asociación sanguínea con el personaje político más venerado del mundo.
Estas personas pidieron que no se publicaran sus nombres por respeto a Mandela (que pronto cumplirá 95 años), por no iniciar una guerra pública con sus hijas, sus nietos y bisnietos antes de su muerte. Pero una guerra encubierta sí ha tenido lugar hace ya años entre los descendientes de sus dos primeros matrimonios y los amigos que Mandela hizo durante su largo camino hacia la libertad. Y no solo amigos. Según las fuentes consultadas, bien enterados de lo que ocurre en el hogar del antiguo presidente sudafricano, el objetivo principal del odio y resentimiento de los herederos de Mandela es su tercera esposa, con la que no tuvo hijos, la mozambiqueña Graça Machel.
“Convencidos, absurdamente, de que ella se casó con él solo por su dinero, el único concepto de vida que son capaces de entender, cuestionan permanentemente la legitimidad de su matrimonio”, me dijo una de las fuentes, que insistió en que, con la excepción de la señora Machel, todos los miembros de la familia de Mandela eran unos crasos aspirantes a nuevos ricos que no habían aportado nada de valor al bien común de su país. El temor del resto de la familia es, evidentemente, que Machel, mujer que ha dedicado su vida a la lucha por la democracia y los derechos humanos, se acabe quedando con un buen trozo de la herencia de su marido.
Machel, que desentona en el clan Mandela casi tanto como un personaje de Marcel Proust en la casa de los concursantes de Gran Hermano, ha mantenido un digno silencio. En su casa, una de sus mayores preocupaciones hoy es que Mandela coja un periódico y, en un inusual momento de lucidez, se entere del último capítulo en la saga familiar, el que ha destapado el conflicto latente entre los parientes que le tocaron y los amigos que él eligió.
Se trata de un juicio pendiente por una causa traída por dos de las tres hijas de Mandela, Makaziwe y Zenani, contra un grupo de abogados nombrados por el expresidente para dirigir dos empresas cuyo objetivo es acumular dinero para sus herederos. De manera deliberada, Mandela, también abogado de profesión, optó por no permitir que su familia ejerciera el control de estas y otras empresas patrimoniales, todas creadas con el mismo fin. Las hermanas, apoyadas por otros miembros de la familia, buscan que —contra los expresos deseos de su padre— un tribunal les pase el control de las empresas a ellas. Ya no se trata de una disputa por muebles o piezas de cocina. Y ni siquiera, en primer lugar, de acceder al efectivo en esas compañías. El objetivo es poner de nuevo en marcha una máquina que está en manos de estas dos empresas y que se paró, por voluntad del propio Mandela, hace nueve años. Se trata de una máquina de impresión gráfica que en este caso es, ante todo, un aparato para imprimir dinero.
Mandela se prestó hace un decenio a crear unos cuadros que exhibían, en diferentes colores, la huella de su mano. La máquina hace copias perfectas no solo de estos cuadros, sino también de la firma de Mandela. Antes de que él diera instrucciones para que se dejaran de reproducir, convencido de que un exceso de volumen en el mercado abarataría su imagen, se vendían por unos 10.000 euros cada uno. El más destacado de los abogados contra los que las hermanas Mandela se han querellado, George Bizos, no ha disimulado su indignación. Las dos mujeres, respondió Bizos, amigo de Mandela desde hace 60 años, “quieren tener en sus manos cosas que no deberían venderse y el dinero de las empresas”. Y agregó: “Nosotros no somos secuestradores”.
La hija de Makaziwe Mandela, Tukwini, acusó a Bizos de cosas peores en una carta abierta que le escribió vía Associated Press. Después de llamarle “mentiroso”, le dijo: “Por favor, tenga la decencia de comportarse como una persona mayor si se interesa por el bienestar de mi abuelo y por su buen nombre, que fue lo que le impulsó a su inmerecido estrellato”.
Es difícil exagerar la colosal —la épica— impertinencia contenida en estas palabras. George Bizos, de 84 años, es un monumento en Sudáfrica; nombrarán calles por él cuando se muera. De origen griego, pero con las maneras y el acento inglés de un aristócrata británico, Bizos defendió a Mandela en el juicio de 1964 (10 años antes de que naciera Tukwini), en el que se salvó de la pena de muerte y fue condenado a cadena perpetua; defendió a Winnie Mandela 27 años más tarde, cuando se la acusó de secuestro y asalto; y se ha pasado toda la vida ofreciendo sus servicios como abogado a militantes políticos contra el apartheid o, cuando llegó la democracia, a las personas más desfavorecidas y vulnerables de su país. Mandela, que recibía las visitas de Bizos en la cárcel con efusivos abrazos, lo quiere como a un hermano. Si hubiese leído las declaraciones de su nieta contra él en alguno de los periódicos que su actual esposa intenta que no vea, no es una exageración proponer que hubiera caído muerto de una apoplejía.
La principal contribución que ha hecho Tukwini Mandela a la humanidad ha sido crear con su madre, que ha logrado colocarse en la dirección de 16 empresas sudafricanas, una marca de vinos que lleva el nombre de su abuelo. Otras dos nietas de Mandela han lanzado una línea de ropa, también utilizando el venerable nombre familiar, además de protagonizar un reality de televisión llamado Being Mandela (Ser Mandela) en el que las dos aparecen de compras en los centros comerciales más lujosos y cenando en los restaurantes más de moda de Johanesburgo. Ellas dos, como Tukwini, han dado su apoyo explícito a la causa judicial contra Bizos y los otros amigos y viejos compañeros de lucha de Mandela.
Hay un nieto, Mandla, que no se ha apuntado. Pero él también es una figura polémica, acusado, entre otras cosas, de intentar vender a una compañía de televisión los derechos para filmar el entierro de su abuelo en las tierras ancestrales donde nació: otro potencial disgusto del que la senilidad salvó a Mandela, y uno más de los muchos que han escandalizado a sus amigos de toda la vida
No es del todo sorprendente, sin embargo, que se haya creado una ruptura entre la familia y los amigos de Mandela, casi todos provenientes del mundo político. La ruptura la provocó él, en cierto modo, hace muchos años, cuando optó por anteponer la causa de su pueblo a la de su familia biológica. De lo único que se lamentó cuando salió de la cárcel después de 27 años fue de no haber podido atender a las necesidades de sus seres queridos. Incluso después de lograr la libertad, no tuvo más remedio que dar prioridad a la política, y es bien sabido que sus hijos se lo recriminaron. Encontró consuelo y simpatía en amigos, precisamente, como George Bizos y Jakes Gerwel.
En el otoño de sus días intentó compensar sus carencias como padre, abuelo y bisabuelo creando empresas que se encargarían de asegurar que no les faltaría nada a sus descendientes una vez que él muriera. Pero esta iniciativa, como hoy se ve, también ha generado sus complicaciones. Según los estatutos de las empresas, los abogados que Mandela nombró para dirigirlas deberían remunerar a sus herederos seis meses después de su muerte, pero también poseen la discreción legal para alargar el plazo.
Es probable, según fuentes judiciales consultadas, que las hijas de Mandela no prosperen en su causa contra ellos. Es aún más probable que, después de que muera Mandela, la pelea por su herencia se vuelva aún más fea, que el terreno de batalla se extienda, hermanos pleiteen contra hermanos y todos se vuelquen contra su tercera mujer. Un amigo de Graça Machel decía esta semana que lo más sensato que podría hacer ella, por su propio bien, sería abandonar Sudáfrica a las 24 horas del funeral de su marido. No exageraba. O no mucho. Todo indica que el sórdido epílogo a la vida de Nelson Mandela apenas ha comenzado.
http://elpais.com/elpais/2013/05/24/gente/1369414578_261744.html
El invitado a la casa de Mandela era Jakes Gerwel,su asesor más cercano durante los cinco años, de 1994 a 1999, que fue presidente de Sudáfrica. Gerwel, que murió a finales de 2012, le había contado la historia a una amiga, y ella me la contó a mí la semana pasada. Gerwel, según la amiga, narró la escena horrorizado y con detalle “forense”. Es difícil de creer, pero después se la conté a dos individuos que tienen, y durante muchos años han tenido, una relación muy cercana con Mandela y no se sorprendieron en absoluto. Respondieron narrando otras historias similares, igual de horrorizados que Gerwel ante el descaro y vulgaridad que están exhibiendo los herederos de Mandela en el afán de explotar las oportunidades materiales que ofrece su asociación sanguínea con el personaje político más venerado del mundo.
Estas personas pidieron que no se publicaran sus nombres por respeto a Mandela (que pronto cumplirá 95 años), por no iniciar una guerra pública con sus hijas, sus nietos y bisnietos antes de su muerte. Pero una guerra encubierta sí ha tenido lugar hace ya años entre los descendientes de sus dos primeros matrimonios y los amigos que Mandela hizo durante su largo camino hacia la libertad. Y no solo amigos. Según las fuentes consultadas, bien enterados de lo que ocurre en el hogar del antiguo presidente sudafricano, el objetivo principal del odio y resentimiento de los herederos de Mandela es su tercera esposa, con la que no tuvo hijos, la mozambiqueña Graça Machel.
“Convencidos, absurdamente, de que ella se casó con él solo por su dinero, el único concepto de vida que son capaces de entender, cuestionan permanentemente la legitimidad de su matrimonio”, me dijo una de las fuentes, que insistió en que, con la excepción de la señora Machel, todos los miembros de la familia de Mandela eran unos crasos aspirantes a nuevos ricos que no habían aportado nada de valor al bien común de su país. El temor del resto de la familia es, evidentemente, que Machel, mujer que ha dedicado su vida a la lucha por la democracia y los derechos humanos, se acabe quedando con un buen trozo de la herencia de su marido.
Machel, que desentona en el clan Mandela casi tanto como un personaje de Marcel Proust en la casa de los concursantes de Gran Hermano, ha mantenido un digno silencio. En su casa, una de sus mayores preocupaciones hoy es que Mandela coja un periódico y, en un inusual momento de lucidez, se entere del último capítulo en la saga familiar, el que ha destapado el conflicto latente entre los parientes que le tocaron y los amigos que él eligió.
Se trata de un juicio pendiente por una causa traída por dos de las tres hijas de Mandela, Makaziwe y Zenani, contra un grupo de abogados nombrados por el expresidente para dirigir dos empresas cuyo objetivo es acumular dinero para sus herederos. De manera deliberada, Mandela, también abogado de profesión, optó por no permitir que su familia ejerciera el control de estas y otras empresas patrimoniales, todas creadas con el mismo fin. Las hermanas, apoyadas por otros miembros de la familia, buscan que —contra los expresos deseos de su padre— un tribunal les pase el control de las empresas a ellas. Ya no se trata de una disputa por muebles o piezas de cocina. Y ni siquiera, en primer lugar, de acceder al efectivo en esas compañías. El objetivo es poner de nuevo en marcha una máquina que está en manos de estas dos empresas y que se paró, por voluntad del propio Mandela, hace nueve años. Se trata de una máquina de impresión gráfica que en este caso es, ante todo, un aparato para imprimir dinero.
Mandela se prestó hace un decenio a crear unos cuadros que exhibían, en diferentes colores, la huella de su mano. La máquina hace copias perfectas no solo de estos cuadros, sino también de la firma de Mandela. Antes de que él diera instrucciones para que se dejaran de reproducir, convencido de que un exceso de volumen en el mercado abarataría su imagen, se vendían por unos 10.000 euros cada uno. El más destacado de los abogados contra los que las hermanas Mandela se han querellado, George Bizos, no ha disimulado su indignación. Las dos mujeres, respondió Bizos, amigo de Mandela desde hace 60 años, “quieren tener en sus manos cosas que no deberían venderse y el dinero de las empresas”. Y agregó: “Nosotros no somos secuestradores”.
La hija de Makaziwe Mandela, Tukwini, acusó a Bizos de cosas peores en una carta abierta que le escribió vía Associated Press. Después de llamarle “mentiroso”, le dijo: “Por favor, tenga la decencia de comportarse como una persona mayor si se interesa por el bienestar de mi abuelo y por su buen nombre, que fue lo que le impulsó a su inmerecido estrellato”.
Es difícil exagerar la colosal —la épica— impertinencia contenida en estas palabras. George Bizos, de 84 años, es un monumento en Sudáfrica; nombrarán calles por él cuando se muera. De origen griego, pero con las maneras y el acento inglés de un aristócrata británico, Bizos defendió a Mandela en el juicio de 1964 (10 años antes de que naciera Tukwini), en el que se salvó de la pena de muerte y fue condenado a cadena perpetua; defendió a Winnie Mandela 27 años más tarde, cuando se la acusó de secuestro y asalto; y se ha pasado toda la vida ofreciendo sus servicios como abogado a militantes políticos contra el apartheid o, cuando llegó la democracia, a las personas más desfavorecidas y vulnerables de su país. Mandela, que recibía las visitas de Bizos en la cárcel con efusivos abrazos, lo quiere como a un hermano. Si hubiese leído las declaraciones de su nieta contra él en alguno de los periódicos que su actual esposa intenta que no vea, no es una exageración proponer que hubiera caído muerto de una apoplejía.
La principal contribución que ha hecho Tukwini Mandela a la humanidad ha sido crear con su madre, que ha logrado colocarse en la dirección de 16 empresas sudafricanas, una marca de vinos que lleva el nombre de su abuelo. Otras dos nietas de Mandela han lanzado una línea de ropa, también utilizando el venerable nombre familiar, además de protagonizar un reality de televisión llamado Being Mandela (Ser Mandela) en el que las dos aparecen de compras en los centros comerciales más lujosos y cenando en los restaurantes más de moda de Johanesburgo. Ellas dos, como Tukwini, han dado su apoyo explícito a la causa judicial contra Bizos y los otros amigos y viejos compañeros de lucha de Mandela.
Hay un nieto, Mandla, que no se ha apuntado. Pero él también es una figura polémica, acusado, entre otras cosas, de intentar vender a una compañía de televisión los derechos para filmar el entierro de su abuelo en las tierras ancestrales donde nació: otro potencial disgusto del que la senilidad salvó a Mandela, y uno más de los muchos que han escandalizado a sus amigos de toda la vida
No es del todo sorprendente, sin embargo, que se haya creado una ruptura entre la familia y los amigos de Mandela, casi todos provenientes del mundo político. La ruptura la provocó él, en cierto modo, hace muchos años, cuando optó por anteponer la causa de su pueblo a la de su familia biológica. De lo único que se lamentó cuando salió de la cárcel después de 27 años fue de no haber podido atender a las necesidades de sus seres queridos. Incluso después de lograr la libertad, no tuvo más remedio que dar prioridad a la política, y es bien sabido que sus hijos se lo recriminaron. Encontró consuelo y simpatía en amigos, precisamente, como George Bizos y Jakes Gerwel.
En el otoño de sus días intentó compensar sus carencias como padre, abuelo y bisabuelo creando empresas que se encargarían de asegurar que no les faltaría nada a sus descendientes una vez que él muriera. Pero esta iniciativa, como hoy se ve, también ha generado sus complicaciones. Según los estatutos de las empresas, los abogados que Mandela nombró para dirigirlas deberían remunerar a sus herederos seis meses después de su muerte, pero también poseen la discreción legal para alargar el plazo.
Es probable, según fuentes judiciales consultadas, que las hijas de Mandela no prosperen en su causa contra ellos. Es aún más probable que, después de que muera Mandela, la pelea por su herencia se vuelva aún más fea, que el terreno de batalla se extienda, hermanos pleiteen contra hermanos y todos se vuelquen contra su tercera mujer. Un amigo de Graça Machel decía esta semana que lo más sensato que podría hacer ella, por su propio bien, sería abandonar Sudáfrica a las 24 horas del funeral de su marido. No exageraba. O no mucho. Todo indica que el sórdido epílogo a la vida de Nelson Mandela apenas ha comenzado.
http://elpais.com/elpais/2013/05/24/gente/1369414578_261744.html
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