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sábado, 16 de marzo de 2013

El terror de ser Papa

El terror de ser Papa
 


Se diría que la mayor ambición de los cardenales consiste en alcanzar el rango de Papa. Se diría, incluso se dice, pero han proliferado estos días los purpurados explícitamente reacios a la eventualidad de convertirse en Pontífice. Y no por falsa modestia, sino por convicción.Se me ocurre el ejemplo de monseñor O'Malley, arzobispo de Boston y papable en muchas quinielas a pesar de sus explícitas reservas al trono de San Pedro: "Me aterroriza la idea de ser elegido".

Fíjense ustedes en el verbo: aterrorizar. Impresiona la aliteración -"aterrrrorizar"- porque traslada  las dimensiones de la tarea que implica liderar espiritualmente a 1.200 millones de personas y porque presupone los redaños que requiere la purga a conciencia de la Curia. Con más razón ahora, cuando los escándalos de pederastia y el enigma del hermetismo financiero se añaden a la emergencia de la secularización, al progreso de las iglesias evangélicas, a la crisis de vocaciones.

Es la paradoja del Vaticano. Una Iglesia de vocación universal que tantas veces se atranca en la dimensión humana y prosaica de un pequeñísimo estado donde el hermetismo, la burocracia y las intrigas palaciegas intoxican las prioridades de la misión evangélica y moral.

Un aforismo romano recuerda que los cardenales se encierran bajo llave tres días para elegir a uno de ellos que permanecerá preso toda su vida. Se trata de una exageración, pero el refrán alude al peligro del aislamiento con que el propio aparato vaticano acorrala al pontífice. Incluso recuerda un pasaje de la Biblia de extraordinaria actualidad, precisamente por el atuendo espartano con que Francisco abjura del boato y las distinciones.

"Y Saúl vistió a David con sus ropas, y puso sobre su cabeza un casco de bronce, y le armó de coraza. Y ciñó David su espada sobre sus vestidos, y probó andar, porque nunca había hecho la prueba. Y dijo David a Saúl: Yo no puedo andar con esto, porque nunca lo practiqué. Y David echó de sí aquellas cosas. (1º Samuel 17: 38, 39)".

Repárese en los ejemplos recientes. Recuérdese que Juan Pablo II se asfixiaba en Roma, como nos reconocía un allegado cardenal. Se asfixiaba quiere decir que le resultaban tediosos los asuntos triviales y las conspiraciones, de tal forma que la dimensión de su pontificado se reconoce en los viajes, en las vueltas al mundo, en los desafíos políticos, en el Gobierno extramuros.

Intramuros se ha encontrado Ratzinger con la ingrata tarea de remediar los desórdenes, a contraestilo de su naturaleza filosófica o doctrinal. Decía su propio hermano, también sacerdote, que Benedicto XVI no quería realmente ser Papa. Y realmente también ha dejado de serlo. Por razones de salud y por edad. Y por el peso de la armadura de Saul. Y por el desengaño de un desgobierno cuya evidencia explica la homilía de Bergoglio ante los cardenales: "Debemos exigirnos un comportamiento irreprochable".

Terror, sostenía O'Malley. Curiosamente el mismo argumento del papa apócrifo con que la última película de Nani Moretti alude precisamente al caso y al pavor de un cardenal elegido que renuncia a los honores. No quería ser Papa el hondureño Oscar Maradiaga porque se reconocía "inepto para tales responsabilidades". No se lo planteaba Dolan, que echaba de menos Nueva York.

Ni lo creía posible Bergoglio. Y puede que ni lo deseara, tal como se desprende de su propia retirada en el Cónclave de 2005 que lo opuso a Joseph Ratzinger. Tenía billete para Buenos Aires el domingo. Más o menos a la misma hora a la que oficiará este domingo su primer "Angelus" en cuanto Papa.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/bajo-llave/2013/03/16/el-terror-de-ser-papa.html

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