Comedor social en plena Rambla de Barcelona
Parece un buen hombre. Lleva una bonita chaqueta de pana, tal vez demasiado ancha para sus medidas y, debajo, un jersey de cuello cerrado y una camisa. Le tiembla la mano derecha con la que sostiene la cuchara de plástico y se disculpa varias veces por ello durante la conversación. Hasta que cobre la pensión a primero de mes dormirá en la calle. Luego ya tendrá dinero para pagarse una habitación por 250 euros al mes. Pero ahora está en "situación calle" (utiliza literalmente esa expresión varias veces, probablemente porque lo ha leído en algún informe de servicios sociales). Dice que tiene una enfermedad mental crónica y por el aliento es posible que beba alcohol, lo que no es raro entre los que están en esta cola. Los médicos le han advertido que no debería andar todo el día por la calle estando como está su cabeza. Le dejan dormir en la sala de espera de urgencias de Bellvitge. Pero allí, aunque el cuerpo descansa, asegura que la cabeza no para, no para, no para en todo el rato.
En la cola de la comida hay bronca. "Eso no pasa habitualmente. Siempre están tranquilos pero hoy, ya ves", explica Gloria. El ingrediente distorsionante es la cámara de TV3 que está filmando a las sesenta personas que guardan turno en Canaletes, en la cabecera de la Rambla de Barcelona, para que un grupo de voluntarios les dé algo de comer: macarrones, caldo caliente, algún zumo, naranjas... también ropa, zapatos. El primero en protestar porque la cámara le ha enfocado es un joven -por su acento tal vez sea francés- al que se ha sumado otro tipo español, relativamente bien vestido, fornido, con un cierto sobrepeso, que ha acabado montando una bronca descomunal hasta el punto que en un momento se ha abalanzado para pegar a las reporteras del canal público. Dice que él es de buena familia y que no quiere que le filmen en la cola. Sus compañeros y dos trabajadores de los servicios sociales del Ayuntamiento le han parado los pies aunque cuando ya están lejos sigue insultándoles con furia. ¡Hijasdep...! Durante la bronca nadie repara en que casi todos los turistas que bajaban por la Rambla también están haciendo de reporteros ocasionales. Greek hunger in Spain! Sólo hace falta cruzar la vista con ellos para que se guarden el móvil de inmediato en el bolsillo. Pero no importa, el dramático fotograma barcelonés ya habrá subido a la nube global.
La cola de la comida, que se repite todos los lunes, martes y miércoles de la semana, es una desoladora visión. Frente al teatro Capitol desde las 20.30 una larga hilera de personas espera a las 21 que lleguen los voluntarios. Desde el pasado verano un puñado de voluntarios baja los lunes, martes y miércoles a la cabecera de la Rambla, en Canaletes, para repartir la comida que preparan ellos mismos en sus casas. Comida caliente en invierno y fresca en verano. Cada turno tiene su propio equipo. El que bajó a la Rambla el miércoles de esta semana está integrado por unas veinte personas de las que sólo cuatro cocinan. El resto busca víveres o aporta dinero.
Glòria (el apellido, dice, "no es relevante") explica que el número de personas que hacen cola ha ido en aumento a lo largo de estos meses. Poco a poco les van conociendo y les citan por sus nombres. Hablan con ellos. Un buen puñado son extranjeros pero también hay indigentes locales, algunos, personas de avanzada edad. Y pocas, muy pocas mujeres. Las tareas del equipo cuentan con el visto bueno tácito de la Guardia Urbana, que incluso les permite dejar los coches en los que cargan los alimentos aparcados en la Rambla mientras dura el reparto, apenas unos cuarenta y cinco minutos.
El grupo de voluntarios que coordina Glòria nació de una escisión "amistosa" -asegura- de Casa Solidaria, un proyecto de inspiración budista que había empezado a trabajar en la Rambla hace ya años.
Ahora, los voluntarios que reparten la comida en Canaletes no tienen ninguna filiación religiosa ni reciben ayuda pública alguna -tampoco la han solicitado- y de hecho ni tan siquiera se han constituido en asociación. En suma, el suyo es un ejemplo más de red informal que actúa espontáneamente en la ciudad con la particularidad de que ellos han organizado la distribución en plena Rambla, lo que les ha otorgado una enorme visibilidad.
Desde el Ayuntamiento de Barcelona se observa con cierto recelo este tipo de iniciativas -no es la primera- y, de hecho, el gerente de Serveis a les Persones, Àngel Miret, explicó ayer a La Vanguardia que, en la medida de lo posible, tratarán de "poner orden a esta iniciativa, por muy loable que sea". "Es estimulante -añade Miret- ver que vivimos en una ciudad capaz de crear estas corrientes de solidaridad, pero creo que es importante que los esfuerzos se coordinen, porque de otro modo estamos perdiendo las energías. Es verdad, para muchas personas es más estimulante repartir unos bocadillos por la noche en la Rambla o en la Estació del Nord, pero deberían plantearse si no es mucho más eficaz que destinen su dinero y su esfuerzo a organizaciones que ya hacen este trabajo".
Miret viene a sugerir que el hecho de que un centenar de personas haga cola en Canaletes no significa necesariamente que si Glòria y sus voluntarios no bajaran tres días por semana esta gente no comería. "En esta ciudad hay suficientes recursos para que nadie pase hambre" sostiene taxativamente.
Otra cosa es cómo se suministra esta comida. "La mayoría de las personas que estaban el miércoles por la noche en la cola son conocidos de los servicios municipales. Muchos de ellos reciben nuestro apoyo pero siempre como contraprestación. Nunca damos nada por nada. Por ejemplo: si alguien llega bebido a los comedores se le pide que se someta a un tratamiento y se le hace un seguimiento. Por muy bien intencionados que sean los voluntarios de Canaletes, sin quererlo están complicando esa tarea".
En la misma línea se expresa Mercè Darnell, coordinadora de Càritas en Barcelona. "Hay mucha solidaridad en la calle. Infinidad de iniciativas, pero habría que pensar el modo de trabajar conjuntamente, de unir los esfuerzos, porque a menudo da la sensación de que nos duplicamos".
Un tanto más severo se muestra Enric Morist, el presidente de Creu Roja de Catalunya: "Reconociendo que está hecho con toda la buena voluntad, cabe exigir una cierta dignidad cuando se prestan estos servicios y parece evidente que repartir comida en Canaletes no es un buen ejemplo de ello. En muchas de estas personas no hay sólo un problema de alimentación, hay a menudo problemas de autoestima y es evidente que, por lo que sé, lo que se hace en Canaletes, por muy buena voluntad que le pongan, no es el mejor modo de propiciarla".
Nuestro hombre de la chaqueta de pana, con el que arrancaba este artículo, habló de esta cuestión el miércoles por la noche. Admite que no es un buen trago ponerse en la cola en la Rambla pero cree que "esta gente trabaja con buena voluntad y eso es lo que cuenta". Algo parecido opina otro de los usuarios del comedor, un chico, casi un adolescente, que confiesa vivir en una casa ocupada. "Claro que no es muy simpático estar aquí. Alguna vez se lo he dicho, pero conseguir un local es muy caro y todo el dinero que reúnen lo gastan en darnos de comer".
¿Qué comerías si no estuvieran ellos? le preguntamos. "Bueno, siempre hay algún sitio, puedo ir al Burger King cuando cierra". Parece claro que en su mapa de alternativas para comer no figuran los comedores sociales, pero las razones de esa prevención se las queda para él.
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“Dios es amor mejor con humor” trata de acercar El Antiguo Testamento a todos. La dosis de humor intenta facilitar la comprensión del Libro Santo. Siempre con respeto y con matices didácticos nunca pierde la parte espiritual y sensible de un conjunto de textos tan antiguos como actuales. Para traernos a un Dios que sigue con nosotros. Que nos perdona a pesar de las torpezas y debilidad del hombre. Que sigue con el pueblo elegido. Porque los elegidos somos los que nos dejamos elegir.
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