María de Villota, tras el accidente: 'He vuelto'
Hay cosas que suceden siempre en marzo: la llegada de la primavera, el día del padre y el arranque de la Fórmula 1. Los aficionados ya tienen marcado en su calendario la primera gran cita, el próximo domingo en Australia, y todo está preparado para que los grandes premios echen a rodar. Todo parece igual, pero el campeonato de este año será, sin duda, diferente para la primera española en lograr ser piloto de pruebas en la Fórmula 1: ocho meses después del terrible accidente que la tuvo al borde de la muerte, María de Villota (Madrid, 1980) es una mujer nueva, una mujer que ha renacido y que no ha permitido que las secuelas físicas y emocionales de aquel impacto borren su sonrisa y sus ganas de vivir.
Su historia ha estado ligada desde siempre al automovilismo: su padre, Emilio de Villota , fue el pionero de la Fórmula 1 en nuestro país y el primer piloto español que, allá por 1977, compitió en un gran premio de este deporte. Algo inaudito en aquella España, algo tan insólito como "que un tío inglés quisiera torear en Inglaterra, donde no hay ni plazas ni banderilleros ni apoderados", ha comentado en más de una ocasión. Él rompió moldes, y también lo hizo su hija María: a los 16 años comenzó a competir en karting y, desde entonces, fue abriéndose paso en un mundo elitista y muy, muy masculino: fue la primera mujer en competir en el Mundial de Turismo, fue piloto oficial en la Superleague Formula y consiguió la pole position en el campeonato Ferrari Challenge en 2006. En 2011 rompió la penúltima barrera: lograr ser piloto de pruebas de Fórmula 1. Era el último paso que le quedaba antes de intentar conseguir la superlicencia que le permitiría alcanzar su sueño: llegar a lo más alto del automovilismo.
"Estaba muy contenta: era la primera vez que me iba a subir al Fórmula 1 de Marussia. Te hace una ilusión especial estrenar la equipación. El mono ya me lo habían dado antes, pero la ropa interior, que es ignífuga, estaba recién bordada, con mi nombre "
Pero la vida a veces da vuelcos inesperados que desbaratan los sueños. Y eso fue lo que ocurrió el pasado 3 de julio, el día en que María iba a subirse por primera vez a uno de los monoplazas de Marussia -la escudería que acababa de ficharla-, y el día en que se estrelló contra un camión en el aeródromo de Duxford (Inglaterra). "Estaba muy contenta: era la primera vez que me iba a subir al Fórmula 1 de Marussia. En días como esos hay cosas que te hacen una ilusión especial, como por ejemplo estrenar la equipación. El mono ya me lo habían dado antes, pero toda la ropa interior, que es ignífuga, era nueva. Y estaba recién bordada, con mi nombre Ya ves, siempre se dice que para tener suerte hay que estrenar algo; pues bien, ese día yo estrenaba, pero ". Y se echa a reír: María no solo no ha perdido la sonrisa, sino tampoco la capacidad de encontrar un resquicio de humor hasta en la situación más oscura.
Un día normal
Así pues, aquel 3 de julio María comenzó la jornada como cualquier otro día de trabajo. Aunque, esta vez, las circunstancias eran diferentes: "Tenía que hacer unas pruebas aerodinámicas al coche en un aeródromo, y era la primera vez que hacía una prueba de automovilismo fuera de un circuito de competición. No obstante, para mí era como cualquier día de entrenamiento: estaba con ganas, centrada y deseando subirme al coche".
Y allí, en ese aeródromo de Duxford, María se estrelló contra un camión. Sobre las circunstancias del choque guarda un silencio prudente: el asunto se encuentra en fase de investigación para aclarar cómo y por qué se produjo el accidente, y por eso entiende que, en estos momentos, no es ella quien tiene que hablar de lo ocurrido. En cambio, no tiene inconveniente en explicar todo lo que sucedió a continuación: "Tras el impacto quedé inconsciente y tuvieron que reanimarme. Me llevaron al hospital en estado crítico". Al llegar a Urgencias del Addenbrooke's Hospital, en Cambridge, los médicos necesitaban saber si era alérgica a algún medicamento, e Isabel, la hermana de María, que había presenciado el accidente y no se había separado de su lado, "dudaba en aquel momento; parece ser que me lo preguntó a la desesperada, y yo, desde algún lugar, le dije que sí, que era alérgica al metamizol. Pero lo cierto es que yo no recuerdo nada de eso", relata.
Recuerdo estar en el límite de mis fuerzas. "Exhausta, vomitando, con la sensación de no poder más. Como si estuviera haciendo el entrenamiento más extremo de mi vida".
Con la vida pendiente de un hilo, María entró al quirófano. Diecisiete horas, nada menos, duró aquella primera intervención. Porque la lesión había sido brutal: su cráneo había estallado y las fracturas eran múltiples. Pero esta traumática experiencia también lo cuenta extrayendo el mensaje positivo: "Posiblemente gracias a que el cráneo se rompió de forma tan masiva, con tantos fragmentos, el cerebro pudo expandirse y no sufrió todo lo que podría haber sufrido con ese traumatismo. Tuve, eso sí, una pequeña pérdida de masa cerebral. Pero no me ha afectado, posiblemente se trataba de una parte poco activa de mi cerebro. Es decir, que sigo siendo igual de lista o igual de tonta". Humor, bendito humor.
Como decíamos, 17 horas de quirófano el primer día, una operación maratoniana en la que la prioridad era salvar su vida y en la que se puso el foco en reconstruir el cráneo pedacito a pedacito, hueso a hueso. En esa intervención también hubo que proceder a la enucleación del ojo derecho. No se pudo salvar. En los días siguientes, y mientras María continuaba inconsciente en la cama del hospital, se la intervino dos veces más: "Tenían que reconstruirme el rostro y cerrar todas las heridas: toda la parte orbital de mi cara y cabeza había quedado destruida", señala.
El 7 de julio, cuatro días después del accidente, María volvió en sí. Si hay una palabra que pueda expresar la sensación de aquellos instantes sería la de confusión. A medias entre la realidad y el delirio, María vivió los momentos previos a su despertar "como si estuviera haciendo una prueba de esfuerzo de la Fórmula 1. Recuerdo estar en el límite de mis fuerzas. Exhausta, vomitando, con la sensación de no poder más. Como si estuviera haciendo el entrenamiento más extremo de mi vida. Había una enfermera que me estaba animando todo el rato, pero yo pensaba que era una entrenadora muy severa. No sabía que estaba en una UCI, que mi vida había estado en peligro. Más adelante, cuando pregunté, me confirmaron que, efectivamente, aquella enfermera había existido. Pero hay pinceladas entre la realidad y lo que mi mente imaginaba", recuerda.
Vuelta a la vida
Tras ese periodo de confusión y sufrimiento, María despertó. Allí estaba su familia, su novio, los médicos. Pero, todavía entonces, continuaba sin saber lo que había ocurrido. "Es más, en los primeros momentos de conversación con mi familia, yo seguía pensando que acababa de hacer unas pruebas, no que había tenido un accidente. Todo estaba descolocado para mí, no sabía ni dónde estaba ni en qué fecha nos encontrábamos", reconoce.
"Le grité al médico que cómo era posible que no me lo hubieran consultado, que yo necesitaba mis dos ojos para conducir".
Ese mismo día un médico es el encargado, delante de su familia, de decirle que ha perdido un ojo. "Él fue el primero que me informó de la gravedad del accidente. Yo estaba aturdida, sabía que mi ojo derecho no se abría, pero ni se me había ocurrido pensar que lo había perdido". Y, en ese momento, salió la rabia, el inconformismo: "Mi primera reacción fue de no aceptación del hecho. Hay que pensar que en aquel momento no es que mi mente funcionara, por así decirlo, de forma muy brillante. Y me enfadé, me daba la sensación de que podía haber existido la opción de salvar el ojo. Como no sabía cómo había transcurrido todo, ni en qué estado había llegado yo al hospital, creía que tenían que haber encontrado un modo de conservarlo. Por eso le grité al médico que cómo era posible que no me lo hubieran consultado, que yo necesitaba mis dos ojos para conducir. Claro, lo pienso ahora y comprendo que, tal y como estaba, era imposible que me hubieran preguntado nada. Lo primero era salvar mi vida, no mi ojo", asume.
Fueron pasando los días y, progresivamente, el caos fue dejando paso a una secuencia ordenada de hechos. Como quien reconstruye un complicado puzzle, cada pieza, recuerda, fue colocándose poco a poco en su sitio: "Me acordé del accidente, y de que lo que yo pensaba que había quedado en algo meramente anecdótico no había sido así. Comprendí entonces la gravedad de lo que me había ocurrido".
Recuperación
A partir de ahí, su estancia en el hospital de Cambridge fue "un periodo de asimilación y de mejoría. Pero, ante todo, fue un tiempo de estar en familia; de experimentar, como cualquier enfermo en una situación similar, toda mi vuelta a la vida. El sobrevivir. El ir consiguiendo pequeñas cosas, pequeños logros: el primer día que puedes incorporarte, el primero en que te levantas de la cama ", enumera. Una vez más, el espíritu positivo y lleno de coraje de María de Villota hace su aparición: "Fueron unos días duros, sí, pero, por otro lado, también fueron felices. Y lo fueron porque los disfruté con mi novio, Rodrigo, y con mi familia. Eso fue lo mejor de aquel momento, un auténtico tesoro, un regalo. Tras algo como lo que me había pasado, ellos eran todo mi mundo. Lo siguen siendo, por supuesto, pero más en aquellas circunstancias. Después de haberlo pasado muy mal, todos estábamos juntos. No necesitaba más".
"El momento de enfrentarse ante el espejo por primera vez es muy duro. Me encontré con que tenía toda la cara llena de puntos. Ciento cuatro puntos cruzándome el rostro".
¿Y qué pensamientos le rondaban en esos días por la cabeza? ¿Qué le inspiraba más temor? ¿El no poder volver a conducir, las secuelas físicas, el cambio en su imagen y en su rostro ? "Para ser sincera, no le di muchas vueltas a todo esto. Creo que la vida te va marcando los ritmos. Aunque es verdad que, poco a poco, he ido siendo consciente de todo lo que ha pasado y me he ido llevando impactos", responde. Uno de esos impactos, tal vez el más brutal, fue el de enfrentarse ante el espejo por primera vez. "Ese momento es muy duro. Es tremendo. Me encontré con que tenía toda la cara llena de puntos. Ciento cuatro puntos cruzándome el rostro, una gran X que iba desde la frente hasta la parte lateral de la órbita y que me bajaba por la comisura de la nariz y la boca. Mi sorpresa fue mayúscula: sabía que estaba mal porque me lo habían dicho, pero no había visto realmente lo que había", desvela. Ese fue un momento crucial, un punto de inflexión a partir del cual "todo comenzó a ir a mejor. Las heridas fueron curando, cicatrizando "
El día 23 de julio, 20 días después de su ingreso, María volvió a España. La trasladaron al Hospital de La Paz, en donde ingresó para terminar su recuperación. "Los doctores madrileños tomaron el mando y continuaron mi tratamiento: tres operaciones más, la última de ellas en mayo. Me pusieron una placa nueva en el parietal, pues seguía teniendo un agujerito en el cráneo y era conveniente evitar riesgos". También hubo que hacerle una reconstrucción orbital. "Creo que ya he terminado con los quirófanos. A partir de ahora, todo lo que quede será ambulatorio", relata con alivio.
Las secuelas y cicatrices, más allá de ese parche que da un nuevo carácter a su rostro, parecen ahora imperceptibles. Ella las conoce, claro, y sabe que están ahí. Pero los demás difícilmente podríamos intuir, mirándola, la gravedad de lo que le ha ocurrido. Otra cuestión es el dolor: "Claro que siento dolor; parece que ha pasado mucho tiempo, pero, en realidad, solo han transcurrido ocho meses. El cráneo estaba roto y ahora tengo dolores de cabeza. La zona orbital está muy sensible y también me duele. Los médicos me dicen que es normal. Lo que no sé es cuánto durará".
Mirar al mañana
Y toca la gran pregunta, la gran incógnita, esa que se hacen todos los aficionados al automovilismo: ¿Volverá María de Villota a pilotar? "Creo que todavía es pronto para decirlo. Voy decidiendo día a día sobre mi futuro. No he tomado ninguna determinación rotunda, y creo que aún hay muchas cosas que están en mi mano y dependerán de mí", anuncia. Hay otros aspectos, en cambio, que no están a su alcance: "He perdido un ojo, y ahora son los médicos quienes tienen que valorar mi estado físico. El mental, gracias a Dios, es bueno. Realmente, no sé todavía si voy a volver a correr deportivamente. Ignoro siquiera si podré optar o no a una licencia. Ya se verá".
"Ahora veo más que antes, ahora siento más que antes. Y que me queda mucho por hacer, estoy convencida de que lo mejor está por venir".
Habla del dolor, de las cicatrices, de las limitaciones y de su futuro incierto sin apasionamiento. No se le quiebra la voz, no eleva el tono, no se crispa ni parece emocionarse. En cambio, irradia tranquilidad, serenidad y, ahora sí, aceptación. "Soy católica, creo en Dios. Pero, aparte de esa ayuda que he tenido desde arriba, aparte también del apoyo de mi familia y de mi novio, he contado con el sostén de gente a la que no conozco. Personas anónimas que, desde las redes sociales o desde la calle, me han animado mucho. Me dicen que han rezado por mí, o que se alegran de mi recuperación. Ha sido maravilloso", agradece.
La oigo hablar y me pregunto si siempre ha sido así. Si, además del coraje que la llevó a lo más alto del automovilismo antes del accidente tenía también esa concepción de la vida. "Cuando se está al borde de la muerte y hay mucho sufrimiento, la vida cambia radicalmente. Ahora veo más que antes, ahora siento más que antes. Sobre todo, siento las desgracias ajenas: puede ser que para mal, en el sentido de que ahora soy más sensible ante quien pueda padecer un dolor, porque yo he sufrido, sé lo que es pasarlo mal y me involucro. Pero creo que es para bien. Y que me queda mucho por hacer, estoy convencida de que lo mejor está por venir y, además, creo que ahora, después del accidente, soy mucho mejor persona".
Hay cosas que suceden siempre en marzo: la llegada de la primavera, el día del padre y el arranque de la Fórmula 1. Los aficionados ya tienen marcado en su calendario la primera gran cita, el próximo domingo en Australia, y todo está preparado para que los grandes premios echen a rodar. Todo parece igual, pero el campeonato de este año será, sin duda, diferente para la primera española en lograr ser piloto de pruebas en la Fórmula 1: ocho meses después del terrible accidente que la tuvo al borde de la muerte, María de Villota (Madrid, 1980) es una mujer nueva, una mujer que ha renacido y que no ha permitido que las secuelas físicas y emocionales de aquel impacto borren su sonrisa y sus ganas de vivir.
Su historia ha estado ligada desde siempre al automovilismo: su padre, Emilio de Villota , fue el pionero de la Fórmula 1 en nuestro país y el primer piloto español que, allá por 1977, compitió en un gran premio de este deporte. Algo inaudito en aquella España, algo tan insólito como "que un tío inglés quisiera torear en Inglaterra, donde no hay ni plazas ni banderilleros ni apoderados", ha comentado en más de una ocasión. Él rompió moldes, y también lo hizo su hija María: a los 16 años comenzó a competir en karting y, desde entonces, fue abriéndose paso en un mundo elitista y muy, muy masculino: fue la primera mujer en competir en el Mundial de Turismo, fue piloto oficial en la Superleague Formula y consiguió la pole position en el campeonato Ferrari Challenge en 2006. En 2011 rompió la penúltima barrera: lograr ser piloto de pruebas de Fórmula 1. Era el último paso que le quedaba antes de intentar conseguir la superlicencia que le permitiría alcanzar su sueño: llegar a lo más alto del automovilismo.
"Estaba muy contenta: era la primera vez que me iba a subir al Fórmula 1 de Marussia. Te hace una ilusión especial estrenar la equipación. El mono ya me lo habían dado antes, pero la ropa interior, que es ignífuga, estaba recién bordada, con mi nombre "
Pero la vida a veces da vuelcos inesperados que desbaratan los sueños. Y eso fue lo que ocurrió el pasado 3 de julio, el día en que María iba a subirse por primera vez a uno de los monoplazas de Marussia -la escudería que acababa de ficharla-, y el día en que se estrelló contra un camión en el aeródromo de Duxford (Inglaterra). "Estaba muy contenta: era la primera vez que me iba a subir al Fórmula 1 de Marussia. En días como esos hay cosas que te hacen una ilusión especial, como por ejemplo estrenar la equipación. El mono ya me lo habían dado antes, pero toda la ropa interior, que es ignífuga, era nueva. Y estaba recién bordada, con mi nombre Ya ves, siempre se dice que para tener suerte hay que estrenar algo; pues bien, ese día yo estrenaba, pero ". Y se echa a reír: María no solo no ha perdido la sonrisa, sino tampoco la capacidad de encontrar un resquicio de humor hasta en la situación más oscura.
Un día normal
Así pues, aquel 3 de julio María comenzó la jornada como cualquier otro día de trabajo. Aunque, esta vez, las circunstancias eran diferentes: "Tenía que hacer unas pruebas aerodinámicas al coche en un aeródromo, y era la primera vez que hacía una prueba de automovilismo fuera de un circuito de competición. No obstante, para mí era como cualquier día de entrenamiento: estaba con ganas, centrada y deseando subirme al coche".
Y allí, en ese aeródromo de Duxford, María se estrelló contra un camión. Sobre las circunstancias del choque guarda un silencio prudente: el asunto se encuentra en fase de investigación para aclarar cómo y por qué se produjo el accidente, y por eso entiende que, en estos momentos, no es ella quien tiene que hablar de lo ocurrido. En cambio, no tiene inconveniente en explicar todo lo que sucedió a continuación: "Tras el impacto quedé inconsciente y tuvieron que reanimarme. Me llevaron al hospital en estado crítico". Al llegar a Urgencias del Addenbrooke's Hospital, en Cambridge, los médicos necesitaban saber si era alérgica a algún medicamento, e Isabel, la hermana de María, que había presenciado el accidente y no se había separado de su lado, "dudaba en aquel momento; parece ser que me lo preguntó a la desesperada, y yo, desde algún lugar, le dije que sí, que era alérgica al metamizol. Pero lo cierto es que yo no recuerdo nada de eso", relata.
Recuerdo estar en el límite de mis fuerzas. "Exhausta, vomitando, con la sensación de no poder más. Como si estuviera haciendo el entrenamiento más extremo de mi vida".
Con la vida pendiente de un hilo, María entró al quirófano. Diecisiete horas, nada menos, duró aquella primera intervención. Porque la lesión había sido brutal: su cráneo había estallado y las fracturas eran múltiples. Pero esta traumática experiencia también lo cuenta extrayendo el mensaje positivo: "Posiblemente gracias a que el cráneo se rompió de forma tan masiva, con tantos fragmentos, el cerebro pudo expandirse y no sufrió todo lo que podría haber sufrido con ese traumatismo. Tuve, eso sí, una pequeña pérdida de masa cerebral. Pero no me ha afectado, posiblemente se trataba de una parte poco activa de mi cerebro. Es decir, que sigo siendo igual de lista o igual de tonta". Humor, bendito humor.
Como decíamos, 17 horas de quirófano el primer día, una operación maratoniana en la que la prioridad era salvar su vida y en la que se puso el foco en reconstruir el cráneo pedacito a pedacito, hueso a hueso. En esa intervención también hubo que proceder a la enucleación del ojo derecho. No se pudo salvar. En los días siguientes, y mientras María continuaba inconsciente en la cama del hospital, se la intervino dos veces más: "Tenían que reconstruirme el rostro y cerrar todas las heridas: toda la parte orbital de mi cara y cabeza había quedado destruida", señala.
El 7 de julio, cuatro días después del accidente, María volvió en sí. Si hay una palabra que pueda expresar la sensación de aquellos instantes sería la de confusión. A medias entre la realidad y el delirio, María vivió los momentos previos a su despertar "como si estuviera haciendo una prueba de esfuerzo de la Fórmula 1. Recuerdo estar en el límite de mis fuerzas. Exhausta, vomitando, con la sensación de no poder más. Como si estuviera haciendo el entrenamiento más extremo de mi vida. Había una enfermera que me estaba animando todo el rato, pero yo pensaba que era una entrenadora muy severa. No sabía que estaba en una UCI, que mi vida había estado en peligro. Más adelante, cuando pregunté, me confirmaron que, efectivamente, aquella enfermera había existido. Pero hay pinceladas entre la realidad y lo que mi mente imaginaba", recuerda.
Vuelta a la vida
Tras ese periodo de confusión y sufrimiento, María despertó. Allí estaba su familia, su novio, los médicos. Pero, todavía entonces, continuaba sin saber lo que había ocurrido. "Es más, en los primeros momentos de conversación con mi familia, yo seguía pensando que acababa de hacer unas pruebas, no que había tenido un accidente. Todo estaba descolocado para mí, no sabía ni dónde estaba ni en qué fecha nos encontrábamos", reconoce.
"Le grité al médico que cómo era posible que no me lo hubieran consultado, que yo necesitaba mis dos ojos para conducir".
Ese mismo día un médico es el encargado, delante de su familia, de decirle que ha perdido un ojo. "Él fue el primero que me informó de la gravedad del accidente. Yo estaba aturdida, sabía que mi ojo derecho no se abría, pero ni se me había ocurrido pensar que lo había perdido". Y, en ese momento, salió la rabia, el inconformismo: "Mi primera reacción fue de no aceptación del hecho. Hay que pensar que en aquel momento no es que mi mente funcionara, por así decirlo, de forma muy brillante. Y me enfadé, me daba la sensación de que podía haber existido la opción de salvar el ojo. Como no sabía cómo había transcurrido todo, ni en qué estado había llegado yo al hospital, creía que tenían que haber encontrado un modo de conservarlo. Por eso le grité al médico que cómo era posible que no me lo hubieran consultado, que yo necesitaba mis dos ojos para conducir. Claro, lo pienso ahora y comprendo que, tal y como estaba, era imposible que me hubieran preguntado nada. Lo primero era salvar mi vida, no mi ojo", asume.
Fueron pasando los días y, progresivamente, el caos fue dejando paso a una secuencia ordenada de hechos. Como quien reconstruye un complicado puzzle, cada pieza, recuerda, fue colocándose poco a poco en su sitio: "Me acordé del accidente, y de que lo que yo pensaba que había quedado en algo meramente anecdótico no había sido así. Comprendí entonces la gravedad de lo que me había ocurrido".
Recuperación
A partir de ahí, su estancia en el hospital de Cambridge fue "un periodo de asimilación y de mejoría. Pero, ante todo, fue un tiempo de estar en familia; de experimentar, como cualquier enfermo en una situación similar, toda mi vuelta a la vida. El sobrevivir. El ir consiguiendo pequeñas cosas, pequeños logros: el primer día que puedes incorporarte, el primero en que te levantas de la cama ", enumera. Una vez más, el espíritu positivo y lleno de coraje de María de Villota hace su aparición: "Fueron unos días duros, sí, pero, por otro lado, también fueron felices. Y lo fueron porque los disfruté con mi novio, Rodrigo, y con mi familia. Eso fue lo mejor de aquel momento, un auténtico tesoro, un regalo. Tras algo como lo que me había pasado, ellos eran todo mi mundo. Lo siguen siendo, por supuesto, pero más en aquellas circunstancias. Después de haberlo pasado muy mal, todos estábamos juntos. No necesitaba más".
"El momento de enfrentarse ante el espejo por primera vez es muy duro. Me encontré con que tenía toda la cara llena de puntos. Ciento cuatro puntos cruzándome el rostro".
¿Y qué pensamientos le rondaban en esos días por la cabeza? ¿Qué le inspiraba más temor? ¿El no poder volver a conducir, las secuelas físicas, el cambio en su imagen y en su rostro ? "Para ser sincera, no le di muchas vueltas a todo esto. Creo que la vida te va marcando los ritmos. Aunque es verdad que, poco a poco, he ido siendo consciente de todo lo que ha pasado y me he ido llevando impactos", responde. Uno de esos impactos, tal vez el más brutal, fue el de enfrentarse ante el espejo por primera vez. "Ese momento es muy duro. Es tremendo. Me encontré con que tenía toda la cara llena de puntos. Ciento cuatro puntos cruzándome el rostro, una gran X que iba desde la frente hasta la parte lateral de la órbita y que me bajaba por la comisura de la nariz y la boca. Mi sorpresa fue mayúscula: sabía que estaba mal porque me lo habían dicho, pero no había visto realmente lo que había", desvela. Ese fue un momento crucial, un punto de inflexión a partir del cual "todo comenzó a ir a mejor. Las heridas fueron curando, cicatrizando "
El día 23 de julio, 20 días después de su ingreso, María volvió a España. La trasladaron al Hospital de La Paz, en donde ingresó para terminar su recuperación. "Los doctores madrileños tomaron el mando y continuaron mi tratamiento: tres operaciones más, la última de ellas en mayo. Me pusieron una placa nueva en el parietal, pues seguía teniendo un agujerito en el cráneo y era conveniente evitar riesgos". También hubo que hacerle una reconstrucción orbital. "Creo que ya he terminado con los quirófanos. A partir de ahora, todo lo que quede será ambulatorio", relata con alivio.
Las secuelas y cicatrices, más allá de ese parche que da un nuevo carácter a su rostro, parecen ahora imperceptibles. Ella las conoce, claro, y sabe que están ahí. Pero los demás difícilmente podríamos intuir, mirándola, la gravedad de lo que le ha ocurrido. Otra cuestión es el dolor: "Claro que siento dolor; parece que ha pasado mucho tiempo, pero, en realidad, solo han transcurrido ocho meses. El cráneo estaba roto y ahora tengo dolores de cabeza. La zona orbital está muy sensible y también me duele. Los médicos me dicen que es normal. Lo que no sé es cuánto durará".
Mirar al mañana
Y toca la gran pregunta, la gran incógnita, esa que se hacen todos los aficionados al automovilismo: ¿Volverá María de Villota a pilotar? "Creo que todavía es pronto para decirlo. Voy decidiendo día a día sobre mi futuro. No he tomado ninguna determinación rotunda, y creo que aún hay muchas cosas que están en mi mano y dependerán de mí", anuncia. Hay otros aspectos, en cambio, que no están a su alcance: "He perdido un ojo, y ahora son los médicos quienes tienen que valorar mi estado físico. El mental, gracias a Dios, es bueno. Realmente, no sé todavía si voy a volver a correr deportivamente. Ignoro siquiera si podré optar o no a una licencia. Ya se verá".
"Ahora veo más que antes, ahora siento más que antes. Y que me queda mucho por hacer, estoy convencida de que lo mejor está por venir".
Habla del dolor, de las cicatrices, de las limitaciones y de su futuro incierto sin apasionamiento. No se le quiebra la voz, no eleva el tono, no se crispa ni parece emocionarse. En cambio, irradia tranquilidad, serenidad y, ahora sí, aceptación. "Soy católica, creo en Dios. Pero, aparte de esa ayuda que he tenido desde arriba, aparte también del apoyo de mi familia y de mi novio, he contado con el sostén de gente a la que no conozco. Personas anónimas que, desde las redes sociales o desde la calle, me han animado mucho. Me dicen que han rezado por mí, o que se alegran de mi recuperación. Ha sido maravilloso", agradece.
La oigo hablar y me pregunto si siempre ha sido así. Si, además del coraje que la llevó a lo más alto del automovilismo antes del accidente tenía también esa concepción de la vida. "Cuando se está al borde de la muerte y hay mucho sufrimiento, la vida cambia radicalmente. Ahora veo más que antes, ahora siento más que antes. Sobre todo, siento las desgracias ajenas: puede ser que para mal, en el sentido de que ahora soy más sensible ante quien pueda padecer un dolor, porque yo he sufrido, sé lo que es pasarlo mal y me involucro. Pero creo que es para bien. Y que me queda mucho por hacer, estoy convencida de que lo mejor está por venir y, además, creo que ahora, después del accidente, soy mucho mejor persona".
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