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lunes, 5 de diciembre de 2011

El enigma zombi, Wade Davis

El enigma zombi, Wade Davis
1987

Uno de los terrores más comunes asociados a la muerte es el de ser enterrados en vida. Parece cosa de otros tiempos, pero aún hoy la ciencia médica comete errores a la hora de diagnosticar la muerte. A principios de la década de los ochenta, un antropólogo canadiense decidió estudiar algunos de esos casos. Como el de Clairvius Narcisse, un hombre cuyo certificado de defunción se firmó en 1963 pero que reapareció misteriosamente en 1980, dieciocho años después. Mujeres y hombres dados por muertos reaparecían una década después vagando por carreteras o poblados, con la razón perdida. Decidió investigar in situ y descubrió que a los condenados a “zombificación” se les suministraba una potente droga cataléptica. Es más, Davis determinó que la causa de la pérdida de la cordura era directamente proporcional a las horas que el futuro zombi permanecía bajo tierra, sin suficiente oxígeno, y con su sistema nervioso paralizado.
¿Pero qué droga era esa? ¿Qué echaban los sacerdotes vudú, los temibles bokor, a sus víctimas en la puerta de su casa, para que sus víctimas la absorbieran por los pies? ¿Y qué antídoto les suministraban para revivirlos?
Davis acompañó a los brujos a la exhumación ilegal de cadáveres, participó en sus ceremonias, se ganó su confianza y finalmente consiguió muestras de un polvo oscuro que podía ser el veneno zombi. Las pruebas clínicas se resistieron a dar la respuesta al enigma. Primero pensó en la datura stramonium, conocida en Haití como el “pepino de los zombis”, un fuerte veneno tópico que provocaba alucinaciones y que era conocido en Sudamérica y África. Incluso localizó la liana africana que servía de antídoto. Pero fue su contacto con los brujos locales lo que le hizo cambiar de idea. El origen era animal. ¿Sustancias químicas segregadas por sapos de la selva, tal vez?
El polvo zombi terminó por revelarle sus secretos: una cuidada mezcla de plantas como el áloe o el cedro, con huesos humanos, cerillas machacadas, azufre en polvo y un veneno de pez considerado “una de las substancias naturales más tóxicas entre todas las conocidas”: la tetrodotoxina.
Qué curioso: ese veneno era ya conocido en el Antiguo Egipto. Representaciones del pez globo aparecen en tumbas de la V Dinastía y se pescaban en el Mar Rojo. Por su culpa el Deuteronomio prohibió a los judíos comer peces sin escamas y hasta los chinos sabían que los jugos de su hígado eran paralizantes y, en ciertas dosis, mortales.
Davis había encontrado la respuesta que buscaba, pero a la vez se ganó fuertes críticas. Algunos lo acusaron de crédulo y criticaron duramente que ayudase a profanar la tumba de una niña para sus propósitos. Eso, por no hablar de lo difícil que es controlar las dosis del veneno del pez globo para no causar la muerte.
Posdata: Este ensayo inspiró una película de terror titulada La serpiente y el arcoíris (1987), dirigida por Wes Craven y protagonizada por Bill Pullman.
http://www.ikerjimenez.com/cuartomilenio/libros-malditos/index6.html

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