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martes, 31 de enero de 2012

Solidaridad en horario laboral La experiencia de tres empresas que ceden tiempo y conocimientos de sus empleados para que ayuden a organizaciones sociales

Solidaridad en horario laboral La experiencia de tres empresas que ceden tiempo y conocimientos de sus empleados para que ayuden a organizaciones sociales

Al menos tres veces por semana, Esperanza López, la coordinadora de la obra social de Santa Lluïsa de Marillach en la Barceloneta, el barrio del distrito de Ciutat Vella de Barcelona, envía a buscar lo que les ha apartado Javier en el almacén del Caprabo que abrieron en el mercado tras la reforma. En el carro hay de todo, a menudo productos que han quedado desparejados y que los escrupulosos clientes rehúsan retirar de la estantería, fruta y verdura, yogures, galletas...
Más de un centenar de centros de esta cadena comercial hacen este pequeño intercambio todas las semanas. Se trata de un programa que la compañía puso en marcha este año y que quiere extender a las más de trescientas tiendas de toda España. Las cantidades que se mueven en este tránsito solidario son variables y a menudo modestas Todo un desafío de pequeña logística para el que no se pueden utilizar grandes camiones ni repartos organizados como los que está acostumbrada a utilizar una empresa de distribución.
Para resolver el problema Caprabo ha contado con el apoyo de Gala Montseny, la responsable del programa de empresas del Banc dels Aliments de Barcelona.
El Banc es, por decirlo así, un mayorista. Recibe grandes cantidades de alimentos que luego distribuye a minoristas (comedores sociales, entidades de auxilio, parroquias...) radicados en infinidad de barrios de la provincia. Este censo de entidades es el que la organización humanitaria ha puesto a disposición de Caprabo para hacer posible el pequeño intercambio poniendo en contacto a cada responsable de cada supermercado con los responsables de las entidades colaboradoras del Banc que les quedan más a mano.
El Banc trabaja con siete cadenas de distribución en Catalunya –las que colaboraron en el Gran Recapte–, de las que recogen del orden de 200.000 kilos de alimentos al año. Pero la experiencia de Caprabo es distinta porque se mueven, explica Gala Montseny, "en pequeños circuitos y en pequeñas cantidades".
El caso de Javier y Esperanza en su semanal encuentro en el supermercado de la Barceloneta constituye un ejemplo –hay miles– de nuevos modos de ayuda que emergen a medida que las consecuencias de la crisis se hacen más evidentes. La donación pura y dura, por decirlo así, se ha sofisticado.
En este proceso convergen intereses empresariales y necesidades objetivas de la sociedad pero también inquietudes de los propios empleados. Quienes tienen ahora un empleo son más conscientes de que están en disposición de echar una mano. "Desde hace un tiempo no paramos de recibir propuestas de empresas para poner en marcha proyectos solidarios", explica Gala Montseny.
Los promotores de estas iniciativas son también muy a menudo las direcciones de las propias compañías, conscientes de que estos programas de responsabilidad social corporativa constituyen un modo de motivar a los trabajadores e identificarlos con un proyecto altruista, más allá del beneficio empresarial.
En las grandes empresas, cuando los objetivos se determinan a veces a miles de kilómetros de distancia de los puestos de trabajo, este tipo de experiencias se ha mostrado especialmente útil para motivar a sus empleados.
Anna Montanyà es una nutricionista de Unilever que ha colaborado con el Banc dels Aliments a través del programa de voluntariado de la compañía. Una experiencia que en la sede catalana de la empresa empezó en el 2007. Cada año la dirección invita a los empleados para que elijan una organización y diseñen un programa de ayuda. Anna formó equipo con otros dos compañeros de los departamentos de marketing y logística y eligieron el Banc del Aliments. Aprobado el proyecto la empresa les concedió en el 2010 unas horas al mes para que, en lugar de trabajar para la compañía, lo hicieran para el Banc.
Pero, en este caso, la ayuda no ha consistido en recabar alimentos o recursos económicos. "Lo que les ofrecimos fue transferirles el conocimiento de nuestra propia empresa –explica Anna Montanyà- . Analizamos sus métodos de trabajo y les hicimos sugerencias sobre cómo podían ser más eficientes si se fijaban objetivos".
Desde su creación, el Banc dels Aliments ha trabajado siempre en función de la oferta (los alimentos que recibían). Ahora se proponen establecer –como lo hacen los centros homólogos europeos– raciones diarias suficientes por usuario de modo que actuarán guiados por la demanda. Además, también trabajan en mejorar los programas en los que intervienen las cadenas de frío que les permiten distribuir alimentos frescos o congelados, que ahora constituyen un pequeña parte de su oferta.
En contrapartida, Anna Montanyà explica que el resultado de la experiencia ha reportado una mayor visibilidad del Banc en el seno de Unilever, promoviendo recogidas de alimentos o motivando a los empleados a colaborar. "Hace unos días –explica Anna–, un compañero que se jubiló nos dijo que se iba a hacer de voluntario al Banc del Aliments".
Pero, algo más importante, ha propiciado que el equipo que intervino directamente en el proyecto se haya convertido en un asesor permanente del Banc al margen de las horas que les asigna la empresa. "Hemos creado una red que nos implica personalmente". Ahora, el Banc tiene activistas dentro de una gran multinacional que, además, ha conocido su experiencia. El proyecto liderado por Anna y sus compañeros fue expuesto ante la dirección europea de la compañía hace unos meses.
También Cáritas, otra de las mayoristas de las redes de ayuda ciudadana en Catalunya, ha recabado la ayuda de empresas. Los trabajadores de Alfa Consulting dedican cerca de mil horas al año a colaborar con la organización asesorándole en sus propios programas. "Cáritas –explica Ignacio Guerra, socio director de la compañía– gestiona parte del programa de infancia de La Caixa. Su problema era la eficiencia. Cómo administrar esta gran cantidad de recursos, unos seis millones de euros que se distribuyen en pequeñísimas cantidades, sin acabar gastando una parte de ese dinero en la propia gestión del dinero".
La empresa ha trabajado con Cáritas "del mismo modo que actuaríamos con cualquier otra empresa". Para Guerra, esta colaboración "es un plus; a nuestra empresa y a nuestros trabajadores este tipo de tareas les genera un cierto orgullo de pertenencia".
De hecho, Cáritas ha sido una de las organizaciones pioneras en crear un departamento consagrado a la colaboración con las empresas. Una experiencia que procede de la incorporación de voluntariado sénior. Directivos que al acabar su vida laboral le dieron continuidad a través del voluntariado.
Las empresas juegan en este campo además con otra ventaja: algunas de estas ayudas –no todas– les generan beneficios fiscales. Sin embargo, este beneficio todavía es muy marginal en España, donde la responsabilidad social corporativa no cuenta con un verdadero estímulo económico desde la administración a diferencia de lo que ocurre por ejemplo en el mundo anglosajón y también en otros países mediterráneos, entre los que destaca especialmente el caso de Italia.
En los últimos años se han presentado diversas iniciativas en el Congreso de los Diputados para ampliar estos estímulos pero pero todos los gobiernos, sean del PSOE o del PP, se han mostrado poco dispuestos a ampliar las ventajas fiscales derivadas de la acción social.
Probablemente, la crisis financiera de las administraciones no facilitará ese debate aunque, seguramente, sin estas redes ciudadanas de ayuda, todo sería mucho peor.

http://www.lavanguardia.com/vida/20120115/54244936736/solidaridad-horario-laboral.html

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