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jueves, 2 de diciembre de 2010

La caravana del cólera no descansa en Haití

La caravana del cólera no descansa en Haití

Hace semanas que el teléfono móvil de Rochefort Saint Louis no para de sonar. Y eso solo significa una cosa: alguien en el Departamento del Oeste de Haití, donde se ubica su capital, Puerto Príncipe, ha vuelto a morir a causa de la epidemia de cólera que se abate sobre este país.

Saint Louis es el coordinador del 'Centro de operación de urgencia' que el Ministerio de la Salud de Haití tuvo que crear a toda velocidad en vista de la rápida expansión de la epidemia, cuya cifra de víctimas mortales se acerca rápidamente a las 2.000.
Su tarea: recoger a todos los fallecidos por cólera -o sospechosos de ello- de la región para llevarlas a las fosas comunes de Tabarre o Titayen, la zona en las afueras de la capital donde yacen también las decenas de miles que murieron a comienzos de año por el devastador terremoto que destruyó buena parte de la ciudad. "Recibo llamadas de todo el departamento, todos tienen mi número", dice Saint Louis.
Son apenas las ocho de la mañana y ya el equipo, 12 hombres y tres camiones, está en plenos preparativos para lo que será, una vez más, una larga jornada. "Trabajamos todos los días, hasta los domingos", señala Saint Louis.
Rápidamente, da las instrucciones del día: uno de los camiones se dirigirá hacia la frontera, otro a un hospital y el tercero, un tradicional taptap haitiano -los coloridos camiones abiertos que sirven de transporte en el país- recorrerá varios puntos de la capital y sus afueras donde han muerto personas en sus casas.
Garr Duvillage es uno de los integrantes del equipo. Está encargado de preparar a las víctimas que recogen cada día y cuya cifra varía pero que no baja de al menos dos o tres muertos, afirma.
Curso para 'preparar' a los muetros
Tras el inicio del brote, Duvillage recibió un cursillo rápido para aprender cómo "preparar", como le llaman, a las víctimas.
Después de intensas semanas de recoger a muertos de todas las edades y en todas las circunstancias imaginables, muchos de ellos en medio del charco de vómitos y diarrea que tan rápido mata si no es contenido a tiempo, Duvillage, sin embargo, se encoge de hombros cuando se le pregunta si le está afectando este trabajo. "Alguien tiene que hacerlo", se limita a responder.
Pero no hay mucho tiempo para hablar. Saint Louis sigue recibiendo llamadas. Este día promete ser agotador. Él mismo encabeza una de las caravanas de la jornada. Le sigue el colorido taptap, que desprende un fuerte olor a cloro.
La primera parada debía ser en el suburbio capitalino de Carrefour, pero a medio camino la comitiva cambia de rumbo: han recibido una llamada urgente de otra presunta víctima del cólera.
A su llegada a una pequeña casa semiderruida desde el terremoto de enero, un joven padre les recibe en estado de shock.
Richard Eno todavía no comprende lo que ha pasado. La víspera había ido a visitar a su esposa y dos de sus cuatro hijos, ingresados en un hospital por una fuerte anemia. Su pequeña Fende, de siete años, lo acompañó. En la tarde la niña le dijo que no se sentía bien. Pocas horas después yace muerta en una de las dos únicas habitaciones de la casucha.
El equipo de Saint Louis no pierde tiempo. Duvillage y sus colegas, vestidos con mono, guantes, botas de plástico y mascarillas, desinfectan con cloro una zona a la entrada de la habitación donde se encuentra la pequeña y extienden la bolsa de cadáveres, también esterilizada.
Colocan sobre ella el pequeño cuerpo de Fende. Ante la mirada de su padre, a quien no permiten acercarse, empiezan los "preparativos". Con algodones tapan todos los orificios de su cuerpo: boca, ojos, orejas, el ano. Con una venda van cubriendo poco a poco su cabeza, hasta que no queda nada de su rostro o pelo visible. Atan sus manos y sus pies. La rocían con cloro.
Ni siquiera es seguro que Fende haya muerto de cólera. Aunque sus familiares dicen que vomitó mucho, no tuvo diarrea. Pero en este Haití sumido en una nueva tragedia, una epidemia que habían borrado de su memoria hace un siglo, no hay tiempo para averiguaciones. Toda víctima sospechosa de cólera recibe el mismo trato, el mismo final anónimo en una fosa común.
Una vez preparado el cadáver, se introducen en la bolsa, demasiado grande para un cuerpo tan pequeño, todas las ropas que estuvieron en contacto con la niña. Son casi todas las que tenía esta familia. Luego, Duvillage y sus colegas la cierran rápidamente, desinfectan con prisa la habitación donde falleció Fende y cargan sin grandes ceremonias la bolsa con la pequeña en el taptap.
Su padre ni siquiera ha podido despedirse de ella. Pero, una vez más, en Haití no hay tiempo para miramientos, para detalles. La caravana del cólera tiene que partir deprisa. El teléfono de Rochefort Saint Louis ha vuelto a sonar. "Otro muerto", dice.
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