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domingo, 18 de noviembre de 2012

Caballos que hicieron historia Fundaron ciudades, participaron en batallas y hasta gozaron de honores políticos

Caballos que hicieron historia Fundaron ciudades, participaron en batallas y hasta gozaron de honores políticos
El senador Incitatus
Calígula invistió a su caballo con uno de los honores más altos de todo el Imperio. Esa locura le costó cara, ya que poco después fue asesinado por la guardia pretoriana.
Calígula se llamaba Cayo César Augusto Germánico (12-41 d. C.) y sumió a Roma en un baño de sangre con sus crueldades.

Lo dijo Rubén Darío: “No se puede concebir a Alejandro Magno sin Bucéfalo; al Cid sin Babieca; ni puede haber Santiago a pie”. Y tenía razón: la historia está repleta de caballos “heroicos”. Uno de ellos, Incitatus, hasta fue nombrado senador.
Si se hiciera justicia, muchos personajes compartirían gloria con sus monturas. Por eso, como homenaje, repasamos la vida de algunos de estos admirables animales.

 El corcel que amaba la pintura
 En sus crónicas, Ptolomeo cuenta que el pintor griego Apeles fue llevado a la corte para realizar un retrato de Alejandro Magno montando a caballo. Al soberano no le gustó el resultado; pero en cambio, su montura, Bucéfalo, relinchó a placer. El artista le dijo al joven conquistador: “Eres un gran rey, pero tu caballo entiende de arte más que tú”.
Bucéfalo significa “cabeza de buey”. Era un ejemplar asiático, con una mancha blanca en la frente, uno de sus ojos era de color azul, y tenía trece años, dos más que Alejandro, cuando este lo vio por primera vez.

 Un mercader lo llevó al campamento de su padre, el rey Filipo, pero nadie quiso comprarlo, porque derribó a todos los jinetes que trataron de montarlo. Tras el fracaso de sus mayores, Alejandro quiso probar suerte; su arrogancia provocó las risas de los soldados, pero el muchacho no se dejó intimidar. Pensando que era su sombra lo que asustaba al animal, lo agarró por la brida y lo puso mirando al sol. Luego, sin brusquedad, lo montó. No volvieron a separarse, y juntos conquistaron medio mundo.
Bucéfalo murió con 30 años, tras la batalla contra el rey hindú Porus, en el 327 a. C. El dolor de Alejandro fue inmenso, y dicen que pasó la noche aullando como un lobo, con el corazón desgarrado. Luego, fundó la ciudad de Bucefalía (hoy, Jhelum).

 Un senador con herraduras
España tiene “el honor” de ser la patria del único caballo ascendido a senador. No es extraño, ya que el Imperio Romano importaba de Hispania diez mil monturas anuales. Incitatus (“impetuoso”) fue un regalo hecho al emperador Calígula. Era un caballo nacido para correr, y sus triunfos en el circo hicieron que su amo sintiera veneración por él.

Mandó construir unas caballerizas de mármol, en las que los ciudadanos ilustres ren­dían pleitesía a Incitatus, obligados por el emperador loco. Y en las vísperas de las carreras, Calígula, que dormía con su montura, decretó que reinara silencio absoluto en Roma, para no perturbar el descanso del caballo. Violar esa norma se castigaba con la muerte. Pero su enferma pasión por el animal llegó al punto máximo cuando nombró senador al animal.
Hartos de los desmanes de Calígula, los guardias pretorianos le asesinaron. Mataron también a su esposa y a su hija, y aunque quisieron incluso acabar con la vida de Incitatus, el centurión le “indultó”. El corcel fue vendido a un comerciante, y el equino pasó de vivir rodeado de lujo a tener que ganarse su ración diaria de cebada tirando de un carro.
 Las cinco yeguas del profeta
 Mahoma sentía pasión por los caballos, tal y como revela uno de sus mandatos: “Cada grano de cebada que des a tu montura te será recompensado en el Cielo”.
Tras la Hégira (la huida de La Meca a Medina), tuvo una revelación: comprendió que si quería ganar la guerra contra otras tribus, tenía que crear una estirpe equina, más resistente y dura que las de sus rivales.

 La leyenda dice que, tras acampar junto a un río, mandó encerrar una manada de caballos en una cueva, donde los tuvo siete días sin beber. Luego, ordenó soltar a los animales, que corrieron hacia el agua. El profeta los llamó a gritos. Los corceles le ignoraron y se lanzaron a saciar su sed, pero cinco yeguas dieron la vuelta y acudieron a la llamada de su amo.
El profeta, feliz, bendijo a las yeguas y las bautizó: Kuhayla (que significa fuerza), Saqlaui (belleza) y Muniqui (rapidez). Las otras, Hamdani y Habdan, eran hijas de las dos primeras. Según la tradición, los purasangre árabes descienden de estos animales.

 El emperador y sus monturas
Napoleón Bonaparte no pasó a la Historia por su amor a los equinos. Su propio caballerizo, Calaincourt, escribió: “Si sus caballos hablaran, relatarían historias atroces”.
Su cuadra personal la formaban ciento cuarenta caballos, que eran sometidos a un entrenamiento muy duro. Les daban latigazos en la cabeza, y disparaban cohetes y balas cerca de sus orejas, para que se acostumbraran al fragor de la guerra. En general, todos los caballos del ejército napoleónico sufrían maltratos durante el entrenamiento; ni siquiera los lavaban con frecuencia. Por eso, el mariscal británico Wellington decía que a la caballería francesa se la reconocía de lejos por el olor.

 A Napoleón le gustaba bautizar a sus caballos con el nombre de sus victorias. Ese fue el caso de Marengo, llamado así en honor de dicha batalla, y el único corcel por el que el emperador mostró cariño. Era un animal blanco, de raza árabe, capturado en Egipto.
Tras la derrota de Waterloo, Marengo fue capturado por el coronel británico J. J. Wargenstein. Tras su muerte, su esqueleto fue exhibido en el Museo del Ejército de Londres, aunque antes le arrancaron los cascos delanteros, para fabricar dos ceniceros.

 Un superviviente nato
Quienes sí mimaban a sus caballos eran los hombres del Séptimo de Caballería. Y de entre todas las monturas del regimiento que mandaba el general Custer, una se convirtió en leyenda: Comanche. Un ejemplar cimarrón que montaba el capitán Daniel Keogh.

 En 1876, el Séptimo fue masacrado por los sioux en Little Big Horn, y cuando los refuerzos llegaron al lugar del desastre, sólo encontraron un superviviente: Comanche, moribundo y con seis heridas. El oficial que mandaba la columna quiso rematarlo, pero sus hombres insistieron en tratar de salvarlo.
Comanche se recuperó y se convirtió en el símbolo viviente de la caballería. El animal tenía un cuidador personal, Gustav Korn, quien le llevaba a la cantina del fuerte a beber cerveza en un cubo, en compañía de los soldados. Finalmente, Comanche murió en 1891; dicen que de pena, ya que Korn había fallecido una semana antes.

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