Lo leí, como no podía ser de otra forma, en esa cornucopia para los amantes de lo insólito que es el Daily Mail. Justo antes de informarme sobre un niño que solo puede alimentarse de caramelos de menta por una extraña enfermedad intestinal, el diario británico me alertaba de la existencia de una mujer que dice beberse unas 30 latas de Coca-Cola Light al día. Dos por hora de vigilia. Y eso ahora, después de intentar quitarse, porque en sus buenos tiempos Jakki Ballan se pimplaba 50.
Esta señora de 42 años natural de Cheshire (noroeste de Inglaterra) sufre los síntomas de la yonqui clásica: no sale de casa sin dos botellas del refresco en el bolso y cada vez que se queda sin suministros en su hogar siente pánico, temblores y sudores fríos. Lo mismo que me pasa a mí cuando pienso en cómo tendrá los dientes, el estómago y los nervios después de tanta agua carbonatada con edulcorantes y cafeína, si lo que cuenta es cierto. Sé que ustedes están pensando en los gases y los pises, pero me abstengo de cargar las tintas con la escatología.
Ballan puede ser entendida como un símbolo de los efectos perversos de ese concentrado de mal que es para algunos la Coca-Cola. No exageremos. Esta pobre mujer tiene evidentes problemas psicológicos no causados precisamente por la multinacional, y tampoco deberíamos olvidar que el abuso de cualquier sustancia resulta dañino: seis litros de agua en dos horas te pueden mandar al otro barrio por hiponatremia.
Prefiero quedarme con el lado tragicómico de esta historia, cuya cumbre son las alucinaciones de Jakki en pleno colocón. “Veo cosas extrañas, como naranjas, volando por la habitación”, asegura. Quién sabe, quizá esta británica ha descubierto un nuevo camino hacia la iluminación, rollo misterios de Eleusis / éxtasis de santa Teresa, pero más siglo XXI. Lástima que sus viajes no sean baratos: le han llegado a costar el pastón de 600 euros al mes.
http://elpais.com/elpais/2014/02/27/gente/1393524504_628155.html
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