Así habla el papa Benedicto XVI sobre las crisis que le abruman desde que llegó al cargo, hace algo más de cinco años: "Sí, hay que decir que es una gran crisis. Ha sido estremecedor para todos nosotros. De pronto, tanta suciedad. Realmente ha sido como el cráter de un volcán, del que de pronto salió una nube de inmundicia que todo lo oscureció y ensució"
"Algunos sacerdotes han afirmado que ya no se atreven a dar la mano a un niño"
"En la Iglesia hay muchas personas dentro que parecen estar fuera"
"Sí. Es una gran crisis. Ha sido estremecedor para todos nosotros"
"El asunto no llegó de modo inesperado, pero su magnitud fue un 'shock"
Seewald se lo dice como preámbulo a una de sus preguntas: "Las nubes arrojan su sombra también sobre la sede de Pedro. Ya nadie habla más de la condición de instancia moral para el mundo, reconocida por lo común a un Papa. ¿Qué tan grande es esta crisis? ¿Es realmente, como hemos podido leer en ocasiones, una de las mayores en la historia de la Iglesia?"
La respuesta del Papa ha sorprendido. Ningún otro mandatario -el Papa es jefe de Estado, además de líder religioso- se atrevería con esa sinceridad. Para redondear su visión demoledora sobre los escándalos de pederastia, Benedicto XVI añade: "[Esa gran crisis] afecta sobre todo al sacerdocio, que apareció de pronto como un lugar de vergüenza. Cada sacerdote se vio bajo sospecha. Algunos han manifestado que ya no se atreven a dar la mano a un niño, ni a hablar de hacer un campamento de vacaciones con niños. Ver de pronto enlodado al sacerdocio y, con él, a la misma Iglesia era algo que, realmente, primero había que asimilar. El asunto no llegó para mí de forma inesperada, pero en esta magnitud fue un shock inaudito".
Nunca antes el Pontífice romano había respondido a preguntas sobre la actualidad en forma de entrevista. Nunca ocurrió tal cosa en la historia de la Iglesia católica. Sucedió el verano pasado en el palacio de Castelgandolfo, a unos 20 kilómetros de Roma, donde pasa sus vacaciones el Papa. Había antes dos libros a modo de entrevista con el cardenal Ratzinger, el primero hace 14 años con el título La sal de la tierra. Pero fueron conversaciones con un ser que, al fin y al cabo, no era más que uno de los 150 cardenales, más o menos, que hay en el mundo, entre activos y eméritos.
Esta vez, Ratzinger habla como Pontífice máximo, con la firmeza de sentirse con plena y máxima autoridad. En realidad, la tiene desde que el 18 de julio de 1870 los cardenales reunidos en concilio (el Vaticano I) proclamaron el dogma de la infalibilidad y convirtieron al Papa -entonces, Pío IX- en un vicediós en tierra, rodeado de lujos y poder, tan alejado de Pedro, el nazareno que calzaba sandalias de pescador.
Benedicto XVI niega a Seewald que tenga ese poder, pese a que el entrevistador le califica como "el Papa más poderoso de todos los tiempos". Se refiere el periodista al número de fieles y a la extensión católica (universal) de la Iglesia romana. El Papa habla de 1.200 millones de bautizados, pero reconoce que "hay muchos que no acompañan interiormente su condición". Citando a san Agustín, añade: "Hay muchos fuera que parecen estar dentro; y muchos dentro que parecen estar fuera".
Se mofaba Stalin de los tanques del Papa, advertido por sus asesores del poder fáctico de la Iglesia latina. Desde la desaparición de los Estados Pontificios, en 1870, el Papa no tiene ejércitos ni fusiles, afortunadamente. Cuántas guerras de religión, cuánto sufrimiento al mundo causado por los pontífices. Cuántas hogueras para herejes y brujas. Voltaire calculó al cristianismo un millón de muertos por siglo. Este Papa, en cambio, subraya su faceta como hombre de paz, y como autoridad moral universal.
"Por supuesto, es verdad que en la historia ha habido también guerras por causa de la religión, que la religión ha llevado también a la violencia...", reconoce. Inmediatamente, detesta que se le confunda con los emperadores romanos, por la parafernalia que le rodea. Lo dice así: "El Papa es un hombre totalmente impotente, aunque tiene una gran responsabilidad. Es significativo que todos los Papas de la temprana Iglesia fueran mártires. Ser Papa no implica poseer señorío glorioso, sino dar testimonio de aquel que fue crucificado. Hay una lección en lo que escribió san Bernardo: 'Recuerda que no eres el sucesor del emperador Constantino, sino el sucesor de un pescador'. El Vaticano II enseñó con razón que la colegialidad es constitutiva para la estructura de la Iglesia, que el Papa solo puede ser el primero dentro del conjunto, y no alguien que, como un monarca absoluto, tome decisiones solitarias".
Benedicto XVI calificó de "bendición" la pérdida de su poder terrenal, los llamados Estados Pontificios. Lo dijo en la anterior entrevista con Seewal, publicada en 2005 con el título Dios y el mundo. Decía: "El Estado Pontificio trajo consigo muchas e infaustas confusiones y se perdió finalmente, gracias a Dios, hemos de decir hoy". Ahora, lo que reclama como jefe de Estado "simbólico" es un "espacio de libertad" para ejercer su misión religiosa.
Hay en el libro declaraciones que han causado estupor en sectores del catolicismo más conservador, anclado en Trento más que en el Vaticano II. Benedicto XVI no se ha convertido de pronto a la modernidad, pero su idea, por ejemplo, de que "la Iglesia no debe esconderse" le permite abordar asuntos que otros prelados consideran vedados.
Un ejemplo -hay muchos en el libro- es el asunto de los preservativos. Benedicto XVI se declara sin duda partidario de su uso "en algunos casos", y explica con claridad cómo y cuándo. La idea ha sido rechazada o matizada con energía por los obispos españoles, e incluso por el portavoz oficial del Vaticano, el jesuita Federico Lombardi. El Papa, impertérrito, seguro de sí mismo, se ha debido divertir zanjando la polémica con la afirmación de que lo dicho por él a Peter Seewald no necesita aclaraciones.
Pese a todo, Benedicto XVI no deja de reconocer que un Papa "puede tener también opiniones privadas erróneas", salvo cuando habla "como pastor supremo en la consciencia de su responsabilidad".
La entrevista también se despacha con detalles de la vida privada del Pontífice, muchas veces con desparpajo. Por ejemplo, reconoce con ironía que sus fuerzas "decaen" (ya tiene 83 años); que no hace deporte -"No me alcanza el tiempo, y por el momento tampoco lo necesito, gracias a Dios"-; que no tiene cartera ni cuenta corriente a su nombre, y que no se quita nunca la sotana blanca, salvo para dormir, porque un antiguo segundo secretario de Juan Pablo II le advirtió cuando entró en la Curia vaticana: "El Papa lleva siempre la sotana; usted también debe hacerlo".
También opina sobre Dios. Cuando era cardenal -nada menos que el encargado de velar por la pureza de la fe católica, el Gran Inquisidor-, Ratzinger le reconoció a Peter Seewal que hablaba con Dios como por teléfono.
Pregunta de Seewald: "Para usted, que habla personalmente con Dios, ¿es tan natural como hablar por teléfono?".
Respuesta de Ratzinger: "En cierto modo, es una posible comparación. Yo sé que él está siempre ahí. Y él sabe sin duda quién y qué soy. De ahí que aumente la necesidad de llamarle, de comunicarme, de hablar con él. Con él puedo intercambiar tanto lo más sencillo e íntimo, como lo más agobiante y trascendental. Para mí, en cierto sentido, es normal tener la posibilidad de hablarle en la vida cotidiana".
Eso decía cuando era cardenal. Ahora que es Papa, a la misma pregunta, con el añadido de si hay "mejores conexiones con el cielo o algo así como una gracia del oficio", Benedicto XVI contesta: "Sí, a veces percibo eso. Se da sin duda la experiencia de la gracia del oficio".
Pese a todo, cuando Seewal le pregunta si es un místico, el Papa responde:
-Místico no soy.
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/pronto/suciedad/elpepusoc/20101128elpepisoc_4/Tes
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