El reciente fallo del Tribunal Europeo de Justicia en el que reconoce que la obesidad “puede constituir una discapacidad”
laboral ha vuelto a poner en primer plano uno de los mayores problemas
de salud de los países desarrollados y emergentes con graves
implicaciones sobre el futuro de la actividad económica. El
reconocimiento del exceso de peso como “discapacidad” obligaría a las
empresas, por ejemplo, a proveer de espacios de trabajo más amplios a
estos empleados, asignarles tareas más livianas, o habilitar zonas de
aparcamiento apropiadas. Y, si se tiene en cuenta que en torno al 20% de
los hombres y un 23% de las mujeres europeas son obesos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la cuestión del sobrepeso asoma como un factor de fricción en las relaciones laborales a medio plazo.
Por primera vez en la historia de la humanidad, hay más personas con exceso de peso que desnutridas. Unas 2.100 millones de personas en el mundo sufren de sobrepeso, entre los que se incluyen 670 millones que padecen obesidad. Si la cifra total ya representa en torno al 30% de la población mundial, un informe de la consultora McKinsey augura que el número se elevará a la mitad de los habitantes del planeta en 2030. “La obesidad está en ascenso en los países desarrollados y, ahora, está también presente en las economías emergentes”, sostienen los expertos de la consultora, que afirman que el problema no sólo se agudiza rápidamente, sino que será cada vez más difícil de revertir. “Solo un plan que ataque en varios frentes, desde el tamaño de las porciones de los alimentos, pasando por el control sobre la comida rápida, hasta el estímulo del ejercicio físico y la educación alimentaria, entre otras cuestiones, podrá empezar a frenar la crisis”, dicen en McKinsey.
En España, según datos de Naciones Unidas, un cuarto de los adultos padece problemas de sobrepeso y obesidad. Si se mide sólo entre la población económicamente activa, el porcentaje ronda el 50%, según la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO).
El impacto de la obesidad en la economía mundial se calcula en torno a los 2 billones de dólares, equivalentes al 2,8% del producto interior bruto (PIB) global, según McKinsey. La gravedad del problema está a la altura del tabaquismo, la violencia armada o el terrorismo; y sus consecuencias se expanden a muchas áreas de la economía, desde los costes sanitarios —públicos o privados—, pasando por la caída de la productividad y el aumento del absentismo laboral, hasta un mayor consumo de alimentos y energía.
En EE UU, por ejemplo, el coste anual de la obesidad en función de la productividad para las empresas asciende a 153.000 millones de dólares, según la consultora Gallup. En Europa, la cifra ronda los 160.000 millones, según un informe de Bank of America-Merrill Lynch. Un estudio realizado hace cuatro años por los expertos de la Clínica Mayo de EE UU calculó que si el tabaquismo aumenta los costes de la atención sanitaria un 20% cada año, la obesidad eleva ese porcentaje al 50%.
El mismo centro médico, así como las universidades estadounidenses de Duke y Cornell, han dedicado recursos a estudiar el impacto del exceso de peso en las empresas del país norteamericano. Los diferentes estudios han calculado que el ausentismo laboral derivados de la obesidad elevan los costes de las empresas en 6.000 millones de dólares anuales mientras que la menor productividad de estos mismo empleados incrementa esa pérdida en otros 30.000 millones. El problema no solo afecta a la empresa; también al trabajador, puesto que las personas obesas tienen menos probabilidad de ser contratadas e incluso cobran menos, sobre todo en el caso de las mujeres.
Aunque en países industrializados como EE UU y Reino Unido, entre los más afectados por la crisis, han florecido las campañas gubernamentales y privadas para estimular hábitos que ayuden a paliar el problema, la mayoría de las empresas aún no son conscientes de la importancia de impulsar programas internos para estimular al menos el cuidado de la alimentación y el ejercicio físico. La mayoría de los expertos coinciden en que las empresas deben subvencionar los programas de adelgazamiento, los medicamentos antiobesidad que puedan necesitar los empleados e invertir en el rediseño del lugar de trabajo (sala de ejercicios, comedor, máquinas expendedoras con productos saludables, etcétera). Amplios planes contra la obesidad tendrían un coste de entre 20 y 30 dólares anuales por persona en países como Japón, Italia, Canadá o Reino Unido, según la OCDE.
La obesidad tiene, además, otras implicaciones. La aerolínea australiana Qantas ha calculado que el peso de los pasajeros adultos se ha incrementado en dos kilos desde 2000, lo que supone un coste extra de un millón de dólares al año en combustible. Samoa Air, por ejemplo, es la primera en cobrar a sus pasajeros según su peso. El fabricante aeronáutico Airbus ya ofrece asientos más anchos para su modelo A320 y varias compañías constructoras de autobuses y trenes estudian hacer lo mismo. En el sector del automóvil han calculado que los pasajeros obesos aumentan el consumo de gasolina en millones de litros anuales, solo en EE UU. Por su parte, la Universidad de Buffalo (Nueva York) ha constatado que las personas sin exceso de peso son un 70% más propensas a usar el cinturón de seguridad que los obesos, lo que reduce la gravedad y coste de los accidentes.
Un reciente estudio de los profesores Núria Mas (IESE) y Joan Costa (London School of Economics), titulado Globesity? The Effects of Globalization on Obesity and Caloric Intake, hace la correlación entre la globalización y la obesidad. “La obesidad es un fenómeno complejo que implica tanto aspectos económicos como sociales”, dice Mas. “Nosotros observamos que las normas sociales y culturales tienen un impacto fundamental sobre la obesidad. Los elementos de la globalización social que más efecto tienen sobre la obesidad son los flujos de información y los contactos personales. Hay evidencias que indican que el grupo de personas con quien comemos o con quién nos relacionamos tiene un impacto sobre como y cuanto ingerimos. De hecho, ya se habla de un “entorno obesogénico” que propicia la obesidad si se siguen sus normas sociales: por ejemplo, el tiempo que se tarda en comer, el tamaño de las porciones, etcétera”, añade.
Por primera vez en la historia de la humanidad, hay más personas con exceso de peso que desnutridas. Unas 2.100 millones de personas en el mundo sufren de sobrepeso, entre los que se incluyen 670 millones que padecen obesidad. Si la cifra total ya representa en torno al 30% de la población mundial, un informe de la consultora McKinsey augura que el número se elevará a la mitad de los habitantes del planeta en 2030. “La obesidad está en ascenso en los países desarrollados y, ahora, está también presente en las economías emergentes”, sostienen los expertos de la consultora, que afirman que el problema no sólo se agudiza rápidamente, sino que será cada vez más difícil de revertir. “Solo un plan que ataque en varios frentes, desde el tamaño de las porciones de los alimentos, pasando por el control sobre la comida rápida, hasta el estímulo del ejercicio físico y la educación alimentaria, entre otras cuestiones, podrá empezar a frenar la crisis”, dicen en McKinsey.
En España, según datos de Naciones Unidas, un cuarto de los adultos padece problemas de sobrepeso y obesidad. Si se mide sólo entre la población económicamente activa, el porcentaje ronda el 50%, según la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO).
El impacto de la obesidad en la economía mundial se calcula en torno a los 2 billones de dólares, equivalentes al 2,8% del producto interior bruto (PIB) global, según McKinsey. La gravedad del problema está a la altura del tabaquismo, la violencia armada o el terrorismo; y sus consecuencias se expanden a muchas áreas de la economía, desde los costes sanitarios —públicos o privados—, pasando por la caída de la productividad y el aumento del absentismo laboral, hasta un mayor consumo de alimentos y energía.
En EE UU, por ejemplo, el coste anual de la obesidad en función de la productividad para las empresas asciende a 153.000 millones de dólares, según la consultora Gallup. En Europa, la cifra ronda los 160.000 millones, según un informe de Bank of America-Merrill Lynch. Un estudio realizado hace cuatro años por los expertos de la Clínica Mayo de EE UU calculó que si el tabaquismo aumenta los costes de la atención sanitaria un 20% cada año, la obesidad eleva ese porcentaje al 50%.
El mismo centro médico, así como las universidades estadounidenses de Duke y Cornell, han dedicado recursos a estudiar el impacto del exceso de peso en las empresas del país norteamericano. Los diferentes estudios han calculado que el ausentismo laboral derivados de la obesidad elevan los costes de las empresas en 6.000 millones de dólares anuales mientras que la menor productividad de estos mismo empleados incrementa esa pérdida en otros 30.000 millones. El problema no solo afecta a la empresa; también al trabajador, puesto que las personas obesas tienen menos probabilidad de ser contratadas e incluso cobran menos, sobre todo en el caso de las mujeres.
Aunque en países industrializados como EE UU y Reino Unido, entre los más afectados por la crisis, han florecido las campañas gubernamentales y privadas para estimular hábitos que ayuden a paliar el problema, la mayoría de las empresas aún no son conscientes de la importancia de impulsar programas internos para estimular al menos el cuidado de la alimentación y el ejercicio físico. La mayoría de los expertos coinciden en que las empresas deben subvencionar los programas de adelgazamiento, los medicamentos antiobesidad que puedan necesitar los empleados e invertir en el rediseño del lugar de trabajo (sala de ejercicios, comedor, máquinas expendedoras con productos saludables, etcétera). Amplios planes contra la obesidad tendrían un coste de entre 20 y 30 dólares anuales por persona en países como Japón, Italia, Canadá o Reino Unido, según la OCDE.
La obesidad tiene, además, otras implicaciones. La aerolínea australiana Qantas ha calculado que el peso de los pasajeros adultos se ha incrementado en dos kilos desde 2000, lo que supone un coste extra de un millón de dólares al año en combustible. Samoa Air, por ejemplo, es la primera en cobrar a sus pasajeros según su peso. El fabricante aeronáutico Airbus ya ofrece asientos más anchos para su modelo A320 y varias compañías constructoras de autobuses y trenes estudian hacer lo mismo. En el sector del automóvil han calculado que los pasajeros obesos aumentan el consumo de gasolina en millones de litros anuales, solo en EE UU. Por su parte, la Universidad de Buffalo (Nueva York) ha constatado que las personas sin exceso de peso son un 70% más propensas a usar el cinturón de seguridad que los obesos, lo que reduce la gravedad y coste de los accidentes.
Un reciente estudio de los profesores Núria Mas (IESE) y Joan Costa (London School of Economics), titulado Globesity? The Effects of Globalization on Obesity and Caloric Intake, hace la correlación entre la globalización y la obesidad. “La obesidad es un fenómeno complejo que implica tanto aspectos económicos como sociales”, dice Mas. “Nosotros observamos que las normas sociales y culturales tienen un impacto fundamental sobre la obesidad. Los elementos de la globalización social que más efecto tienen sobre la obesidad son los flujos de información y los contactos personales. Hay evidencias que indican que el grupo de personas con quien comemos o con quién nos relacionamos tiene un impacto sobre como y cuanto ingerimos. De hecho, ya se habla de un “entorno obesogénico” que propicia la obesidad si se siguen sus normas sociales: por ejemplo, el tiempo que se tarda en comer, el tamaño de las porciones, etcétera”, añade.
http://economia.elpais.com/economia/2014/12/30/actualidad/1419956861_619355.html
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