“Occidente se hundiría sin café”
Josep María Fericgla, doctor en Antroplogía, etnopsicólogo y escritor
Pregunta. Dudo sin empezar preguntándole por los jaguares, los chamanes jíbaros o las setas alucinógenas. Va, los jaguares.
Respuesta. Son animales imponentes, sobrecogedores.
P. ¿Los ha visto de cerca?
R. Sí, en la selva. Muy impresionante. Al verlos así, en su elemento, entiendes que los indios los hayan divinizado. Son pura fuerza vital, una imagen del instinto desatado. Su fiereza es terrible: atacan directo a la cabeza.
P. La selva es dura.
R. La vida en la selva es todo o nada. Hay que aprender eso.
P. En los noventa realizó varias campañas de estudio de los jíbaros schuaras con la investigación de la ayahuasca, la pócima alucinógena, como principal objetivo. Lluvia torrencial, vampiros, jaguares, meritoriaje con un chamán... ¿algún mal viaje?
R. En alguna toma sí, sufrí auténtico pánico, hasta me hice caca encima.
P. ¿Con la ayahuasca?
R. Con una variante más potente, el maikiwuá. La ayahuasca que se usa comúnmente es muy poco tóxica.
P. Pues el nombre significa en quechua “la soga de los muertos”, que no es muy animoso.
R. En realidad significa “la liana que te lleva al lugar de los muertos”. Curiosamente algunas experiencias al beberla recuerdan los testimonios de los pacientes que regresan de la muerte clínica con recuerdos muy claros. La hipótesis es que esas personas presentaban niveles altos naturales en el cerebro de DMT, dimetiltriptamina, un alcaloide que está presente en las plantas que se usan para preparar ayahuasca.
P. ¿Para qué usan la ayahuasca los jíbaros? Alguien ha dicho que es el Internet de la selva.
R. Es un sacramento indígena. Proporciona claridad, visiones que, dicen, les indican el futuro. La emplean para aferrarse a la vida, ir a la guerra o a cazar.
P. A lo largo de su vida ha experimentado —valerosamente, recalco— con otras sustancias alucinógenas, en la línea de los grandes investigadores de la etnobotánica y los estados alterados de conciencia como R. Gordon Wasson o R. Evans Schultes.
R. Como ellos he estudiado el uso cultural de los psicotrópicos, mejor llamados enteógenos, por la experiencia extática que producen.
P. Hay también uso recreativo.
R. Toda experiencia puede ser regresiva o evolutiva. Es como las redes sociales: hay que aprender a usarlas. Hoy predomina el patrón consumista, el desparrame, en las antípodas del viaje interior.
P. En uno de sus ensayos más célebres El hongo y la génesis de las culturas explicaba que la toma de seta matamoscas (Amanita muscaria) está en la base del folclore de los duendes.
R. La ingesta provoca la visión de chispas antropomorfas que parecen hablarte; de ahí a que creas que te revelan tesoros escondidos...
P. Ciencia aparte, ¿qué le ha supuesto la ingestión de todas esas cosas notables?
R. Ha sido fundamental, me ha ayudado a descubrir que lo que se ve es solo un reflejo de lo que no se ve. Algo muy cercano al concepto platónico. Los enteógenos destruyen el ego y te hacen ver la importancia de lo inefable en el mundo. También te muestran el error occidental de vivir vidas tan cuantificadas, marcadas por la cantidad de tiempo. Hemos perdido la sensibilidad para captar las diferentes calidades del momento, el amor, la amistad...
P. ¿Qué es lo principal que ha aprendido de todas sus singulares experiencias?
R. Que hay que ser valiente para vivir.
P. Sí, en realidad esto es una gymkana acojonante, se tome uno lo que se tome.
R. No, quiero decir que no hay que temer a la vida. Solo se tiene miedo a la muerte si se tiene miedo a la vida; la gente que no tiene miedo a vivir tampoco lo tiene a morir. Todos los miedos, a los escarabajos, a los accidentes de avión, son uno: el miedo a morirnos sin habernos realizado.
P. Bueno, a morirnos a secas.
R. Es un error occidental, no pasa nada por morirse, pero hay que prepararse para ello, y eso no tiene nada de tétrico, sórdido o patológico. A derminada edad los sueños te preparan para la muerte. En la Amazonia no hay miedo, ni vergüenza, a ser viejo.
P. ¿Sin qué droga no podríamos pasar nosotros? ¿El tabaco? ¿El alcohol? ¿La Viagra?
R. La gran droga de occidente en realidad es el café. Si se cortara el suministro se hundiría nuestra civilización: nadie iría a trabajar.
Respuesta. Son animales imponentes, sobrecogedores.
P. ¿Los ha visto de cerca?
R. Sí, en la selva. Muy impresionante. Al verlos así, en su elemento, entiendes que los indios los hayan divinizado. Son pura fuerza vital, una imagen del instinto desatado. Su fiereza es terrible: atacan directo a la cabeza.
P. La selva es dura.
Xema, el filme
Josep Maria Fericgla (Barcelona, 1955), Xema para los amigos, va a ver sus experiencias en la Amazonia ecuatoriana convertidas en filme. En octubre se estenará el documental Más allá de las palabras. Viajes a los mundos de la ayahuasca, con dirección de Pedro Barbadillo, que se centra en la amistad entre Fericgla y un hombre sabio de los jíbaros desde hace 22 años, con el trasfondo de la sustancia alucinógena.P. En los noventa realizó varias campañas de estudio de los jíbaros schuaras con la investigación de la ayahuasca, la pócima alucinógena, como principal objetivo. Lluvia torrencial, vampiros, jaguares, meritoriaje con un chamán... ¿algún mal viaje?
R. En alguna toma sí, sufrí auténtico pánico, hasta me hice caca encima.
P. ¿Con la ayahuasca?
R. Con una variante más potente, el maikiwuá. La ayahuasca que se usa comúnmente es muy poco tóxica.
P. Pues el nombre significa en quechua “la soga de los muertos”, que no es muy animoso.
R. En realidad significa “la liana que te lleva al lugar de los muertos”. Curiosamente algunas experiencias al beberla recuerdan los testimonios de los pacientes que regresan de la muerte clínica con recuerdos muy claros. La hipótesis es que esas personas presentaban niveles altos naturales en el cerebro de DMT, dimetiltriptamina, un alcaloide que está presente en las plantas que se usan para preparar ayahuasca.
P. ¿Para qué usan la ayahuasca los jíbaros? Alguien ha dicho que es el Internet de la selva.
R. Es un sacramento indígena. Proporciona claridad, visiones que, dicen, les indican el futuro. La emplean para aferrarse a la vida, ir a la guerra o a cazar.
P. A lo largo de su vida ha experimentado —valerosamente, recalco— con otras sustancias alucinógenas, en la línea de los grandes investigadores de la etnobotánica y los estados alterados de conciencia como R. Gordon Wasson o R. Evans Schultes.
R. Como ellos he estudiado el uso cultural de los psicotrópicos, mejor llamados enteógenos, por la experiencia extática que producen.
P. Hay también uso recreativo.
R. Toda experiencia puede ser regresiva o evolutiva. Es como las redes sociales: hay que aprender a usarlas. Hoy predomina el patrón consumista, el desparrame, en las antípodas del viaje interior.
P. En uno de sus ensayos más célebres El hongo y la génesis de las culturas explicaba que la toma de seta matamoscas (Amanita muscaria) está en la base del folclore de los duendes.
R. La ingesta provoca la visión de chispas antropomorfas que parecen hablarte; de ahí a que creas que te revelan tesoros escondidos...
P. Ciencia aparte, ¿qué le ha supuesto la ingestión de todas esas cosas notables?
R. Ha sido fundamental, me ha ayudado a descubrir que lo que se ve es solo un reflejo de lo que no se ve. Algo muy cercano al concepto platónico. Los enteógenos destruyen el ego y te hacen ver la importancia de lo inefable en el mundo. También te muestran el error occidental de vivir vidas tan cuantificadas, marcadas por la cantidad de tiempo. Hemos perdido la sensibilidad para captar las diferentes calidades del momento, el amor, la amistad...
P. ¿Qué es lo principal que ha aprendido de todas sus singulares experiencias?
R. Que hay que ser valiente para vivir.
P. Sí, en realidad esto es una gymkana acojonante, se tome uno lo que se tome.
R. No, quiero decir que no hay que temer a la vida. Solo se tiene miedo a la muerte si se tiene miedo a la vida; la gente que no tiene miedo a vivir tampoco lo tiene a morir. Todos los miedos, a los escarabajos, a los accidentes de avión, son uno: el miedo a morirnos sin habernos realizado.
P. Bueno, a morirnos a secas.
R. Es un error occidental, no pasa nada por morirse, pero hay que prepararse para ello, y eso no tiene nada de tétrico, sórdido o patológico. A derminada edad los sueños te preparan para la muerte. En la Amazonia no hay miedo, ni vergüenza, a ser viejo.
P. ¿Sin qué droga no podríamos pasar nosotros? ¿El tabaco? ¿El alcohol? ¿La Viagra?
R. La gran droga de occidente en realidad es el café. Si se cortara el suministro se hundiría nuestra civilización: nadie iría a trabajar.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/05/09/actualidad/1399656174_073819.html
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