El joven con la mejor nota en selectividad es un chico de barrio
Le llaman Anato, Anacleto, Anasta, Anabólico o Tony, entre la burla y el cariño. Salvo por algunas maldades de los niños en Primaria, el madrileño de 18 años que ha sacado la mejor nota en selectividad —un 9,95— y se ha empeñado en usarlo para defender la enseñanza pública, vive encantado con su nombre. “Todo el mundo se acuerda de Anatolio”, suelta con una sonrisa que le estrecha los ojos. Su madre se resistía a que su hijo heredara el nombre de su abuelo y de su padre. Decía que le podía estigmatizar. Nada más lejos.
Criado en el barrio de Acacias, en una familia de clase media alta, Anatolio Alonso no forma parte de ningún club de lectura, de ajedrez o scrabble. De cuerpo atlético, gestos de haber roto algún que otro plato e incansable idealismo. Entre sus amigos —Gómez, Germán, David y Lloren— se le ve suelto y risueño. Hablan por igual tanto de chicas, como de los efectos de los recortes en la enseñanza pública; del “quién se enrolla con quién” al “solo traen materiales a la escuela para hacerse la foto”. Parece simplemente un grupo algo adelantado a su edad, más universitarios que chicos que acaban de examinarse de la selectividad. A veces se equivocarán, otras podrían pecar de ingenuidad; muchas, seguro que aciertan.
Lo de Anabólico se lo dicen por su obsesión con el deporte. De segundo de Primaria hasta el año pasado, su dedicación era el baloncesto. Entonces cambió al atletismo. Los martes y jueves va a hacer sesiones con su entrenador en el Polideportivo Municipal de Orcasitas. Los lunes, miércoles y viernes sale a correr por su cuenta a El Retiro o a Madrid Río. Sus amigos bromean diciendo que cuando aparecen las chicas, aprovecha para quitarse la camiseta de manera indisimulada.
Contra lo que pueda parecer, Anato no pisa una biblioteca. Ha estudiado para los exámenes de selectividad en su casa. “Me pongo una hora y luego descanso. No tengo un método”, explica. De sus padres, Anatolio Alonso, subdirector del Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), y Laura Crespo, investigadora, ha heredado las buenas notas y las inquietudes. “Nunca me han forzado a estudiar o me han exigido nada”, señala.
Marisa Aguirre, que fue profesora y tutora de Anatolio, dice que no es “ni pedante ni líder, pero sí totalmente integrado con sus compañeros”. Él tiene decidido que va a estudiar Medicina, y en el futuro no le importaría meterse en política, pero tiene sus reparos. “En las juventudes de los partidos no llega el que más se lo merece. Alguien tendrá que meterse ahí para reventarlo por dentro”, exclama.
Lo cierto es que parece que apunta maneras. Su discurso enseguida se encauza en aquello que quiere transmitir. “¿Por qué dicen que vivimos por encima de nuestras posibilidades en educación si hay niños sin escolarizar? ¿Por qué en sanidad todavía hay listas de espera?”, se pregunta moviendo los brazos para marcar el ritmo.
Su amigo Gómez tira de anecdotario para describirlo. “Estamos con dos chicas y, de repente, se pone a hablar de los milicianos de la Guerra Civil, y claro, me lo tengo que llevar”, bromea.
En realidad este es un tema que le apasiona. Lector de Manuel Chaves Nogales, del que destaca su A sangre y fuego, y admirador de Manuel Azaña, le interesan sobre todo las historias de las Brigadas Internacionales: “Gente de distintos países que luchaba por sus ideas”. Dicen sus amigos que él también es un idealista y que incluso en los momentos más inoportunos se empeña en razonar.
Ahora, tras el estudio, toca vacaciones en Gandía. “No creas que vamos en plan intelectual”, concluye.
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/06/24/madrid/1372104306_173801.html
Criado en el barrio de Acacias, en una familia de clase media alta, Anatolio Alonso no forma parte de ningún club de lectura, de ajedrez o scrabble. De cuerpo atlético, gestos de haber roto algún que otro plato e incansable idealismo. Entre sus amigos —Gómez, Germán, David y Lloren— se le ve suelto y risueño. Hablan por igual tanto de chicas, como de los efectos de los recortes en la enseñanza pública; del “quién se enrolla con quién” al “solo traen materiales a la escuela para hacerse la foto”. Parece simplemente un grupo algo adelantado a su edad, más universitarios que chicos que acaban de examinarse de la selectividad. A veces se equivocarán, otras podrían pecar de ingenuidad; muchas, seguro que aciertan.
Para Anatolio y su pandilla, “el barrio es sagrado”. Los viernes, después de pasar por el Instituto Británico, donde cursa el nivel más avanzado, Anatolio se reúne con ellos en el parque de Peñuelas, a escasos metros del Instituto Juan de la Cierva, donde se conocieron. Un espacio con albero, columpios, alguna zona verde y una fuente seca. “No quedamos para beber. Si acaso, alguna sangría”, asegura. Si no están por allí, se les puede ver por el Pasi (Paseo del doctor Vallejo) y si no, van a Lavapiés o Malasaña. “Cada vez queda menos gente para salir en el barrio”, comentan.
Contra lo que pueda parecer, Anato no pisa una biblioteca. Ha estudiado para los exámenes de selectividad en su casa. “Me pongo una hora y luego descanso. No tengo un método”, explica. De sus padres, Anatolio Alonso, subdirector del Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), y Laura Crespo, investigadora, ha heredado las buenas notas y las inquietudes. “Nunca me han forzado a estudiar o me han exigido nada”, señala.
Marisa Aguirre, que fue profesora y tutora de Anatolio, dice que no es “ni pedante ni líder, pero sí totalmente integrado con sus compañeros”. Él tiene decidido que va a estudiar Medicina, y en el futuro no le importaría meterse en política, pero tiene sus reparos. “En las juventudes de los partidos no llega el que más se lo merece. Alguien tendrá que meterse ahí para reventarlo por dentro”, exclama.
No es ni pedante ni líder, pero sí está totalmente integrado con sus compañeros”, dice una de sus exprofesoras
Su amigo Gómez tira de anecdotario para describirlo. “Estamos con dos chicas y, de repente, se pone a hablar de los milicianos de la Guerra Civil, y claro, me lo tengo que llevar”, bromea.
En realidad este es un tema que le apasiona. Lector de Manuel Chaves Nogales, del que destaca su A sangre y fuego, y admirador de Manuel Azaña, le interesan sobre todo las historias de las Brigadas Internacionales: “Gente de distintos países que luchaba por sus ideas”. Dicen sus amigos que él también es un idealista y que incluso en los momentos más inoportunos se empeña en razonar.
Ahora, tras el estudio, toca vacaciones en Gandía. “No creas que vamos en plan intelectual”, concluye.
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/06/24/madrid/1372104306_173801.html
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