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domingo, 16 de octubre de 2011

FANTASMAS

La Santa Compaña

Lugar de origen: Galicia.
Víctimas preferidas: Peregrinos que duermen junto a los cruceiros.
Para protegerse: Trazar un círculo en el suelo y tumbarse boca abajo. Se trata de una procesión de ánimas del purgatorio condenadas a vagar casi eternamente, hasta que terminen de purgar sus culpas. Avanzan en hilera, alumbrándose con teas hechas con huesos humanos y se acercan a los cruceiros para atrapar a algún tipo desprevenido que les sirva de guía, y que quede así condenado también a vagar con la procesión de espíritus. Solo podrá liberarse de esa maldición capturando a otro infortunado, que pasará a ocupar su lugar. La leyenda prendió con fuerza asombrosa en la imaginación popular, que consideraba a la Santa Compaña el funesto presagio de una muerte inminente.

La Llorona

Lugar de origen: México.
Peligro: Para niños desatendidos por sus padres.
Para protegerse: No dejar que sus lágrimas nos ablanden.  La colonización del continente americano produjo un mestizaje cultural que también se palpa en el plano sobrenatural, y la Llorona es el espectro que mejor simboliza la mezcla de la tradición española y la indígena. Se trataba de una hermosa nativa del México colonial que se casó con un rico español, con quien tuvo dos hijos. Pero, por su negligencia, los niños murieron en un incendio. La mujer enloqueció de dolor e invocó al diablo, para pedirle que le devolviera a sus hijos. Satanás accedió a su deseo a cambio de una condición: los niños resucitarían si ella le entregaba la vida de los hijos de otra. Por eso, la Llorona vaga por las calles buscando a algún incauto que, conmovido por sus lágrimas, la acoja en su casa y ella pueda, de esa forma, asesinar a sus hijos.

El Judío Errante

Lugar de origen: Tierra Santa.
Visto también en: La Península Ibérica.
Peligro: Para las personas poco hospitalarias.
Para protegerse: Darle víveres y conversación. Casi todas las historias de fantasmas de la tradición española tienen un trasfondo religioso, tal y como atestigua la desdicha del Judío Errante. Según la tradición popular, se trata de un zapatero de Jerusalén que le dio una patada a Cristo cuando, camino del calvario, se apoyó en la puerta de su casa. Dios maldijo a aquel hombre y le condenó a purgar su ofensa caminando sin parar hasta el fin de los tiempos.
Durante la Edad Media, numerosos testigos afirmaron haberse cruzado con él, pero fue en España donde las crónicas recogieron su presencia con mayor frecuencia. De hecho, la última vez que alguien dijo haberle visto fue en las afueras de Granada, en 1522.
El erudito polaco Jan Potocki recogió su leyenda y explicó que no era un espíritu maligno, pero que si alguien negaba víveres o consuelo al desdichado hebreo, la enfermedad y la desgracia caerían sobre su cabeza como si se hubiera ofendido al mismísimo Cristo.

MIRA TAMBIÉN: Cómo crear un fantasma

Los templarios

Lugar de origen: Soria.
Vistos también en: Toda Castilla.
Peligro: Para quienes curiosean en las ruinas medievales.
Para protegerse: Celebrar el rito del exorcismo. Con todo, las grandes superestrellas de este mundillo religioso-espectral ibérico fueron los templarios, monjes guerreros que gozaron de gran prestigio entre las órdenes medievales hasta que cayeron en desgracia al ser acusados de practicar la magia.
Fueron perseguidos y diezmados, y algunos, bajo tortura, se confesaron adoradores de Bafomet, criatura diabólica con cabeza de carnero y cuerpo de mujer. Con tal currículo no es de extrañar que las ruinas templarias que pueblan la geografía española sean el escenario de terroríficas historias de aparecidos.
La más célebre, inmortalizada por Bécquer en un relato, se ambienta en los restos del castillo de San Juan del Duero (Soria). El escritor escuchó cómo el rey regaló las tierras circundantes a la fortaleza a los templarios. Aquello despertó la envidia de los nobles de la comarca, que organizaron una sangrienta batida y exterminaron a los clérigos con espuelas. Desde entonces, aquel lugar se consideró maldito, ya que, según se cuenta, cada noche los cadáveres putrefactos de los templarios salían de sus sepulturas armados con sus herrumbrosas espadas y despedazaban a los infortunados que se cruzaban con ellos.
Desdichados como Alonso, un joven caballero que, según el relato recogido por Bécquer, estaba enamorado de su caprichosa prima Beatriz. Tras pasar una tarde cabalgando cerca de las ruinas, la pareja regresó a su mansión al anochecer. La joven descubrió entonces que había perdido una banda entre los restos del castillo y obligó a su primo a que regresara a buscarla. El amor pudo más que sus temores y Alonso partió hacia el castillo maldito. Llegó la medianoche y, como el joven aún no había regresado, Beatriz se retiró a dormir. La despertó el roce de una mano huesuda. Asustada, se resistió a abrir los ojos hasta que escuchó unos pasos saliendo de la habitación. ¿Pero qué fue lo que vio? Su banda, ensangrentada y hecha jirones, sobre la mesilla de noche.

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