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sábado, 18 de febrero de 2017

Cristina e Iñaki, la historia de un amor inquebrantable

Cristina e Iñaki, la historia de un amor inquebrantable

En la mañana de ayer viernes, 17 de febrero, se hizo realidad la más temible de las pesadillas para la Infanta Cristina, pese a que ella se libra de la cárcel: Iñaki Urdangarin era condenado a seis años y tres meses de prisión. La pareja recibió la terrible noticia en su casa del barrio de Florissant, en Ginebra, materialmente tomada por fotógrafos y cámaras. Juntos, como siempre, pese a que la presencia esta semana de la Infanta en Barcelona, donde llegó el lunes para asistir a un simposio sobre malaria y reunirse con sus abogados del bufete Molins&Silva, hizo pensar que conocería la sentencia en la Ciudad Condal.
Impensable imaginar que dejara solo a Iñaki en este difícil trance, que pone broche con la pena de cárcel a estos 20 años de culebrón regio, iniciado con el anuncio del compromiso el 30 de abril de 1997. Por parte de la Infanta, se podría resumir como la "historia de una obsesión" que ni sus propios allegados logran comprender. "Tiene que ser consciente, por mucho que se empeñe en creerse víctima de un complot, de que el inmenso daño que ha hecho a la Corona, a sus hijos y a su propia imagen pudo haberse evitado si no se hubiera empecinado en mantener unida su suerte a la de Urdangarin" asegura un colaborador de Don Juan Carlos, que vivió la historia de cerca. "Ni su padre ni mucho menos su hermano Don Felipe han entendido su cerrazón cuando las pruebas eran tan evidentes, y no me refiero sólo a sus chanchullos en los negocios, sino a esos correos que salieron a la luz enviados por el propio Iñaki destapando sus infidelidades, incluso con la esposa de uno de sus mejores amigos. Pero a lo mejor ella pensaba que eran argucias para alejarla de su marido, al que al final acababa creyendo a pies juntillas".
Esta semana en Barcelona, Cristina de Borbón se alojó, como siempre desde que vendieron su mansión de Pedralbes, en el apartotel Victoria Marriot, ubicado en el mismo exclusivo barrio. Una zona que le trae muchos recuerdos, pues cerca también, en Sarriá, tuvo su primer apartamento de soltera en Barcelona, donde pasó los momentos más felices de su existencia. Esa época en que, tras acabar los Juegos del 92, decidió dejar el palacio de La Zarzuela y en buena medida colgar la parafernalia de princesa, para abrazar una vida similar a la de la "gente corriente" que tan mitificada tenían ella y su hermano, el Rey Felipe, del que entonces era uña y carne. Su idea era regresar a Madrid pero los Juegos de Atlanta, que se celebraron en verano de 1996, trastocaron sus planes hasta el punto de dejar colgado el puesto que tenía preparado en la Secretaría de Cooperación del Ministerio de Exteriores. La razón se llamaba Iñaki Urdangarin Liebaert, un rubio de irresistibles ojos azules y 1,90 de estatura, cuadrado como un armario ropero, que era además una estrella del equipo de balonmano del Barça y acababa de conquistar con la selección española en esos Juegos la medalla de bronce. La encarnación de su hombre ideal, a tenor de la observación de una amiga suya: "a Cristina no la casan con un estrecho de pecho ni a tiros".
No fue en Atlanta donde surgió el amor, sino en una cena posterior en honor de los Olímpicos en Barcelona. Aquella noche también estaba presente su entonces secretario, Carlos García Revenga, imputado (y desimputado) después en Nóos y cesado años más tarde de su puesto en Zarzuela. Fue entonces cuando la Infanta cayó rendida ante Iñaki, por el que luchó como una leona. Fue ella quien tomo la iniciativa de llamarle para la primera cita, pues él tenía novia formal, una guapa morena llamada Carmen Camí, con la que convivía y que fue el primer cadáver que dejó en el camino este culebrón, ya que ignoraba la relación paralela que mantenía su novio con la hija de Don Juan Carlos hasta que se enteró por la televisión.
Las pocas veces que ha hablado, Camí ha asegurado que Urdangarin no era entonces un ser ambicioso, aunque quizá sí presumía de una buena dosis de vanidad, que llevó a su ego a claudicar ante una hija de Rey. Otro escollo fue el propio Don Juan Carlos, que no concebía la boda de una Infanta con un jugador de balonmano, pero no tuvo más remedio que tragar ante el órdago que lanzó su hija de irse a vivir con él.
A partir de la boda, celebrada el 4 de octubre de 1997, apenas un año después del flechazo, el reto para la Casa Real fue convertir al balonmanista del Barça en "príncipe blaugrana", lo que provocó situaciones surrealistas, como que los escoltas tuvieran que vestirse de chándal y zapatillas para proteger en sus entrenamientos al ya duque consorte de Palma, título que concedió el Rey a la pareja tras su boda. En el año 2000, ante la dificultad de compaginar la vida deportiva e institucional, Urdangarin tuvo que decir adiós al balonmano, su pasión, abriéndose para él un futuro lleno de incógnitas. La Infanta, que temía que se desmoronara sin el balonmano y acabara culpándola a ella, fue artífice involuntaria de la actual debacle, al empujarle a cursar un máster en ESADE, escuela de negocios de la que era profesor su socio, Diego Torres, con el que pronto trabó amistad. La decisión de Urdangarin de dedicarse a los negocios cayó mal en Zarzuela, donde existía el proyecto de auparle a presidente del COE, organismo del que llegó a ser vicepresidente y parecía un hábitat más adecuado para un yerno real. Pero, según la fuente antes citada "Iñaki no se veía sentado en un consejo de administración, como Marichalar, quería demostrarse a sí mismo y sobre todo a la Infanta que era capaz también de triunfar como empresario".
Tras una breve etapa en el departamento de marketing de Octagon Esedos, el duque comenzó a crear sociedades como churros, entre ellas el Instituto Nóos en 2003 con su ya socio Diego Torres, por cuyos chanchullos acabará próximamente entre rejas. En Barcelona pronto se extendió el run rún sobre sus sospechosos negocios, que él ignoraba, creyéndose blindado por su condición de yerno real, aunque fue la compra en esa época de un palacete en el exclusivo barrio de Pedralbes por seis millones de euros lo que destapó su disparatado nivel de vida. En la propia Zarzuela saltaron las alarmas, encargándose al conde de Fontao, asesor de Don Juan Carlos, una investigación que desató el pánico, derivando en la orden de abandonar sus negocios -que continuó de tapadillo-, y de marcharse lejos de España con la Infanta y sus cuatro hijos.
La compra del palacete desencadenó también su ruptura con el que había sido su valedor en la Familia Real, Felipe de Borbón, a quien Urdangarin llegó a pedir dinero para la hipoteca durante la celebración de su 40 cumpleaños en enero de 2008, que éste le negó. Un mal trago para el actual monarca, muy agradecido a Urdangarin y a su hermana por su apoyo en su noviazgo con Doña Letizia, pues les alojaron frecuentemente en su hogar de Barcelona. Tal era su confianza, que incluso encargó a su cuñado adquirir el anillo de compromiso en la joyería Suárez de la Ciudad Condal. Más radical fue Doña Letizia, quien rompió todo lazo con los Palma, no volviendo a lucir un traje del modisto Lorenzo Caprile por ser íntimo de la Infanta Cristina.
Tocada estaba ya esta relación cuando la pareja Urdangarin Borbón se instaló en Washington con sus cuatro hijos en el verano de 2009. Urdangarin, más integrado, ejercía de consejero de Telefónica, pero la Infanta llevó fatal esos años de exilio, pues echaba de menos Barcelona y no veía el momento de regresar. La situación explotó en vísperas de la Navidad de 2011, cuando el Príncipe, ante la inminente imputación del duque ese 30 de diciembre, ejerció como brazo ejecutor de la operación de castigo que le apartó de los actos de la Casa Real por su comportamiento "poco ejemplar". Según la misma fuente, "Don Juan Carlos, que veía venir el desastre para la Corona y para su propia hija si no se desvinculaba de Urdangarin, soñaba con que tomara la decisión de una separación que no se atrevía a plantearle abiertamente por sus nietos. O al menos esperaba un gesto, como renunciar a sus derechos dinásticos. Pero Doña Cristina se cerró en banda, pues creía ciegamente en su marido, del que seguía muy enamorada, y tampoco estaba dispuesta a renunciar a nada, porque hubiera sido admitir una culpabilidad que nunca ha reconocido". Algo que, según esta fuente, indignaba a Don Felipe: "No entendía que la Infanta Cristina no se desmarcara de Iñaki, ni tampoco su cerrazón, no la reconocía, incluso llegó a sugerir en privado que la veía abducida por su marido, aunque también sentía lástima al ver que le había destrozado la vida a ella y a sus cuatro hijos".
Tal como se temía, la situación empeoró tanto que en abril de 2013 la Infanta fue imputada, aunque esa vez se le retiró la imputación. Un balón de oxígeno que coincidió con el fatídico regreso a Barcelona de la familia Urdangarin, que vivió un año de calvario en esa Ciudad Condal que un día acogió con los brazos abiertos a Cristina de Borbón como "la nostra Infanta". No sólo por los continuos exabruptos de la gente a su paso, sino por el rechazo que padecieron sus hijos entre sus compañeros del Liceo Francés, donde estudiaban. Un día incluso, al salir de un cumpleaños, alguien rotuló en la pared de la casa la palabra "ladrones". Calvario que se unió a los numerosos correos que circularon aquellos días desvelando affaires del duque con una rusa, una alemana, una compañera de Esade y, más escandaloso aún, los que intercambiaba con la esposa de un compañero de balonmano íntimo suyo, a la que se dirigía como "pedazo de mujer".
El cóctel logró hacer flaquear la numantina resistencia de la Infanta, lo que aprovecharon sus allegados para convencerla de que se instalara en Ginebra con sus hijos, lo que hizo en verano de 2013. Inicialmente no parecía que Urdangarin estuviera incluido en el paquete, pero el duque se reunió enseguida con su familia en su nuevo hogar del barrio de Florissant, donde su existencia se fue asimilando de forma creciente a la de esa "gente corriente" soñada por la Infanta Cristina. Tras despedir al servicio doméstico, ha sido Iñaki, en paro, quien se ha encargado de cocinar y cuidar a sus hijos mientras la Infanta trabajaba en la Fundación La Caixa y en la del Aga Khan. Su suerte estaba ya prácticamente echada, por lo que a nadie sorprendió que en 2014 el juez Castro volviera a imputarla como cooperadora necesaria de su marido en dos delitos fiscales, sentando a ambos en el banquillo de la Audiencia de Palma el 11 de enero de 2016.
Un final temido pero también esperado dada la obcecación de la Infanta Cristina, de quien un antiguo jefe de la Casa Real aseguró que es, de los tres hermanos, la más independiente y que va "totalmente a lo suyo".
Y lo suyo, hoy, salvo su madre Doña Sofía y sobre todo la Infanta Elena, que la ha apoyado incondicionalmente, no es ya su familia, a la que reprocha haberla abandonado a su suerte. Especialmente desde que, tras la abdicación de Don Juan Carlos, el Rey Felipe tuvo que establecer un cortafuegos para proteger a la Corona de las turbulencias de Nóos, que derivó en la ruptura definitiva con su hermana, al menos de forma pública, cuando en vísperas de su 50 cumpleaños, el 13 de junio de 2015, la despojó del título de duquesa de Palma. Tampoco lo suyo es Barcelona ni este país, donde piensa que ha sido víctima de una especie de conspiración.
Hoy más que nunca, "lo suyo" y quizá lo único es Iñaki Urdangarin y sus hijos, por lo que estos seis años y tres meses de condena, sometida además a la humillación de visitarle en la cárcel, serán quizá la prueba de fuego definitiva para su matrimonio. De momento, ella parece dispuesta a seguirle, incluso se ha publicado que estos días, en Barcelona, ha planteado al staff de La Caixa un traslado en función de la institución penitenciaria donde cumpla condena su marido. Ni el exilio, ni la pena de banquillo, ni esas aireadas infidelidades, ni siquiera una vida rota han podido con el amor de la Infanta, a quien quizá hoy sólo le queda el orgullo de no haber abandonado el barco, dejando que Iñaki Urdangarín se hundiera solo.

 http://www.elmundo.es/loc/2017/02/18/58a73037e2704e6d468b4594.html

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