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domingo, 20 de noviembre de 2011

Las 'perversiones' con las que los directivos intentan ser felices

Las 'perversiones' con las que los directivos intentan ser felicesLas 'perversiones' con las que los directivos intentan ser felices

Pudo ser rica pero prefirió tener una buena vida. Florence Noiville estaba destinada a contemplar la vida desde lo más alto de la pirámide social, a ingresar cantidades anuales cercanas al millón de euros y a tener una existencia privilegiada. Se formó en entidades educativas prestigiosas, se licenció en la École d´Hautes Études Commerciales (escuela en la que estudiaron los consejeros delegados de EDF, France Télécom, BNP Paribas, Axa o L’Oréal, entre muchos otros) y justo cuando debía empezar a rentabilizar ese capital educativo, salió corriendo a refugiarse en un trabajo de clase media. Había observado demasiada infelicidad entre sus compañeros como para querer seguir un tipo de vida que percibía sin sentido.
Para Noiville, autora de Soy economista y os pido disculpas (Ed. Deusto) sus ex viven en un mundo arrogante en el que sólo se tiene en cuenta la búsqueda de beneficios y eso les hace desgraciados. Para ellos, tener dinero no es la fuente del bienestar, sino un simple punto de partida para una competencia sin fin. Según Noiville, “hay tantos depresivos entre los ricos como entre el resto de categorías de la población, pero desde un cierto punto de vista la riqueza reasegura cuando no se tienen otros valores a los cuales aferrarse. Los miembros de la élite económica no se comparan con otras personas de ingresos más modestos, sino que se comparan entre ellas”, lo que supone una fuente de malestar evidente, en tanto los bienes que se poseen nunca serán suficientes si hay alguien que tiene más. Así, “el resorte psicológico más potente es el afán de lucro, que se convierte en el instrumento de medida legítimo del éxito”.
Por eso, está aumentando en ese estrato social el número de personas que tratan de encontrar una vida satisfactoria fuera del trabajo. Cuando cierran la puerta de su gran despacho, escriben poesía, pintan, se convierten en filósofos o en psicoanalistas. Pero son actividades que ocultan, como si fueran perversiones, cosas que esconden de la mirada ajena, ya que si sus compañeros supieran que se dedican a eso, pensarían muy mal de ellos. Son cosas que sólo pueden hacer en la intimidad. Lo que, asegura Noiville, “es revelador de una cierta esquizofrenia. A menudo estas personas salen del armario en el momento de su jubilación, cuando ya tienen una carrera y una fortuna hechas. Entonces, se consagran a actividades desinteresadas en el plano social, artístico o cultural y lo hacen con bastante talento. En cierta medida, pasan la última parte de su vida intentando corregir los desequilibrios que crearon a lo largo de su vida profesional”. Ese ‘jardín secreto’, según Noiville, no es más que “el lazo vivo con sus ideales de juventud, que enterraron pero no eliminaron. Es algo que podría llamarse la conexión entre la promesa del alba y la generosidad del crepúsculo”.
El dilema de las élites
Estas actividades secretas no hacen sombra a la tendencia principal de las élites que, explica Noiville, no es otra que la búsqueda incesante de beneficios, algo que nos ha llevado a un presente catastrófico. “No hay más que mirar cómo estamos para darnos cuenta de que nos están cobrando el precio de su arrogancia y de sus falsas certidumbres”. Para Noiville, las élites actuales han traicionado al conjunto de la población, tratando sólo de satisfacer sus intereses y olvidando que forman parte de un todo. El problema es que son precisamente estos individuos quienes cuentan con los instrumentos más eficaces para construir otro tipo de sociedad. Y existen entre ellos personas concienciadas, “pero son minoritarias y se enfrentan a un dilema, ya que denunciar el sistema desde el interior es exponerse a ser expulsado. Es aceptar que los demás te señalen como alguien a quien le falta credibilidad e implica perder también las palancas de la acción”. Es por este motivo que, entiende Noiville, sería necesario “crear lazos entre aquellos que quieren el cambio, pero que se sienten aislados, y que tienen ideas, pero no espacio en el que compartirlas con otros círculos de la sociedad civil”.
La solución es difícil, afirma Noiville, si los mecanismos educativos, aquellos que forman a los más jóvenes y más idealistas, siguen siendo profundamente deudores de las visiones mercantilistas. La periodista francesa cita a las escuelas de negocio como parte del problema, en tanto son el núcleo desde el cual el pensamiento se difunde. “Las business schools saben que tienen que transformar su imagen, pero la cuestión es saber si ese cambio es puramente superficial o será más profundo. Creo que la juventud es capaz de suscitar este cambio. Es a ella a la que debemos dirigirnos, porque a menudo entra en las escuelas con un ideal que es necesario ayudar a cultivar”.
Siempre queda, no obstante, la posibilidad de encontrar un camino propio aún cuando las cosas no se transformen estructuralmente. Y Noiville es buen ejemplo. Hoy se gana la vida como periodista del suplemento literario de Le Monde, una transición desde lo más alto a la clase media realizada conscientemente y sin perder pie. “Hay varios métodos para salirse de esta dinámica y yo utilicé el menos arriesgado. Sabía desde el principio que no quería quedarme encerrada en ese universo, pero mi metamorfosis ha sido gradual. Lo que aprendí en la escuela de comercio, lo fui a aplicar rápidamente a una empresa de comunicación, y no dejé mi oficio de origen hasta que comencé a tener un lugar en la escritura. He saltado de un árbol a otro, pero agarrándome bien a la liana”.

http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2011/11/16/las-perversiones-con-las-que-los-directivos-intentan-ser-felices-87791/

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