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sábado, 9 de julio de 2011

Enrique Moreno es una leyenda que sigue poniéndose retos. Los últimos el trasplante de intestino y multivisceral, donde se cambian seis órganos en una sola cirugía

Tiene 71 años y 1.600 trasplantes en su haber. Enrique Moreno es una leyenda que sigue poniéndose retos. Los últimos el trasplante de intestino y multivisceral, donde se cambian seis órganos en una sola cirugía

Algunos colegas le llaman «Dios» y el mismo sentimiento de veneración, casi mística, se palpa en su consulta. Se siente entre los pacientes que le deben la vida y vuelven al hospital para una revisión rutinaria y los que acuden por primera vez para quemar su último cartucho. «Él obró un milagro con mi hija», dice a modo de saludo Luis Rosel al entrar en el modesto despacho que el cirujano tiene en el Hospital 12 de Octubre. Rosel es el padre de Noemí la paciente que hace cinco años recibió el primer trasplante multivisceral o cluster que se hacía en España. Esta cirugía es una delicada intervención que consiste en cambiar todos los órganos abdominales (estómago, páncreas, bazo, duodeno, intestino e hígado) en una única operación.
La cirugía de trasplantes ha dejado de tener la épica de otros tiempos. Salvan muchas vidas pero ya no son cirugías estrella. Ahora la atención mediática está en las operaciones que permiten remodelar una cara o reponer una mano perdida. Aunque cirugías como el «cluster» o el de intestino, por su excepcionalidad, ofrecen ese punto de heroísmo entre los que las practican.
Los trasplantes de intestino y multiviscerales son una rareza. Estados Unidos fue pionero; otros hospitales en el mundo lo intentaron y tuvieron que abandonar ante los malos resultados. En España apenas se había intentado. Moreno se empeñó en ponerlo en marcha en el 12 de Octubre y en adaptar la técnica estadounidense a la experiencia de su hospital. Desde entonces esta mole sanitaria del sur de Madrid se ha convertido en el centro de referencia para los trasplantes de intestino en adultos.
El primero lo probó con Noemí, una joven de Zaragoza que llegó a él como su última oportunidad para seguir con vida. Tenía poliposis adenomatosa, una enfermedad hereditaria que provoca la producción de pólipos y tumores en su aparato digestivo. Con cada cirugía para evitar la diseminación del cáncer renunciaba a parte de su intestino. El hígado se había resentido y se alimentaba por una sonda. Su única salida era vivir con los órganos de otro o esperar su muerte con un deterioro progresivo. «El 12 de septiembre de 2006 me avisaron que había un donante. Me despedí de mi familia con mucho miedo y una sonrisa, y entré en el quirófano. La cirugía duró 15 horas. Estuve sedada dos semanas. Al despertar, la primera noticia de mi operación la leí en ABC».
Después no fue fácil, cuatro meses en cama y seis en el hospital, casi acaban con una sonrisa que parece imposible borrar. Noemí siempre sonríe —«Nunca pierde la sonrisa», dice su padre—, hasta cuando se acuerda de cómo estaba cansada de vivir con tanto dolor o tuvo que aprender a caminar después de estar tanto tiempo postrada en el 12 de Octubre.

El órgano más rechazado

A ese trasplante pionero le han seguido otros tres más multiviscerales y 18 de intestino, éstos últimos «son menos espectaculares que el cluster, aunque igual de complejos», puntualiza Enrique Moreno. El intestino, un tejido de 4,5 metros de longitud, es el órgano del cuerpo humano que produce el mayor rechazo porque en él descansa nuestro sistema de defensas. Su manejo es muy delicado, pero su trasplante puede dar una nueva oportunidad de vida a muchos enfermos.
Moreno se lamenta de que aún haya pacientes que podrían beneficiarse de esta intervención y no conocen su existencia. «Incluso los propios médicos no derivan a sus enfermos a nuestro centro porque no creen que el trasplante intestinal es posible, o lo hacen cuando ya están moribundos. Son personas que si no se someten a esta intervención morirán».
Entre los posibles pacientes que podrían dar un giro a su vida están aquéllos que han perdido el intestino por un accidente quirúrgico, o su tejido se ha ido acortando en varias cirugías para corregir enfermedades intestinales inflamatorias. «Los pacientes se acaban muriendo si no se someten a un trasplante», lamenta. Mientras habla, dibuja. Y lo hace al revés para que quien se siente enfrente no tenga que esforzarse en entender sus explicaciones. «Siempre lo hago con mis pacientes, para que no les quede duda de lo que les pasa y les vamos a hacer en el quirófano».
Enrique Moreno lleva más de 25 años en el mundo del trasplante digestivo. Su primer recambio de hígado lo hizo en 1986. Era un enfermo con un tumor hepático. Todo fue bien pero falleció a los seis meses porque el cáncer siguió avanzando. Veinte días después llegó Damián, un peque de dos añitos que necesitaba un hígado nuevo. «Hoy aquel niño sigue vivo y aún viene a mi consulta». Como el caso de Damián hay decenas.
En este cuarto de siglo, sus manos han cambiado la vida a más de 1.600 personas. Moreno solo necesita unos segundos para recordar con precisión: 1.500 trasplantes de hígado, 18 de intestino,cuatro multiviscerales o cluster y 200 de páncreas). Con estas cifras, que le han ascendido a los altares de la Medicina y le han merecido el Premio Príncipe de Asturias, lo curioso es averiguar que lo que realmente le apasiona es la cirugía del cáncer. «Disfruto más. Son las operaciones con las que me siento más útil y cómodo. El trasplante se repite, hay diferencias pero son mínimas. El cáncer siempre es más estimulante». Como si fuera una partitura, asegura que la cirugía que mejor «interpreta» es la del cáncer y, en concreto, la de esófago y vías biliares.
A sus 71 años no piensa en la jubilación. «Veo como otros compañeros se jubilan y envejecen. Yo también me hago mayor, pero prefiero no verlo. Lo único que te puede echar es el propio hospital. El día que vaya por un pasillo y no haya un enfermo o un médico que me pare para preguntarme algo, me iré. Eso significará que el hospital ya no me quiere». Hoy eso parece lejano. Resulta difícil atravesar el hospital 12 de Octubre sin pararse tres o cuatro veces antes de alcanzar los quirófanos.
En el entretanto sigue operando, con la misma vitalidad que hacía al comienzo de su carrera. Se embarca en nuevos retos como los trasplantes intestinales. Opera y enseña al resto de cirujanos. Bajo su protección se han formado la mayoría de los cirujanos que hoy dirigen grupos de trasplante hepático en España y en Latinoamérica. «Cuando aparezco en el quirófano, veo cómo sufren. Así que me paso todo el tiempo diciéndoles “así, bien, muy bien”. Lo hacen muy bien, pero necesitan ganar confianza».

Una rareza en adultos


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