DIOS ES AMOR, MEJOR CON HUMOR

sábado, 9 de marzo de 2013

'Los amantes pasajeros' es, antes que una simple película, una declaración de intenciones,

Refutación y éxtasis del buen gusto
 
"Faeries de Norteamérica, pájaros de la Habana, jotos de Méjico, sarasas de Cádiz, apios de Sevilla, cancos de Madrid, floras de Alicante, adelaidas de Portugal". Todas ellas acepciones de lo mismo. Todas, para que no haya malentendidos, citadas con rabia por Lorca en su 'Oda a Walt Whitman'. Qué imaginativo es el español cuando se trata de hacer daño... Todo eso, mejorando lo presente, se puede ser. Hasta homosexual. Que ya son ganas. Y la lista sigue. Lo dice el diccionario de uso de la lengua castellana y, con todas las letras, el último trabajo de Pedro Almodóvar.
 Es más, 'Los amantes pasajeros' es, antes que una simple película, una declaración de intenciones, un beso en los morros del espectador (independientemente del sexo o inclinación), un insulto a los abonados del Real (y, ya puestos, a la forma en la que hablan de Haneke), una patada a los degustadores del cine 'de buen gusto', una auténtica provocación en unos tiempos en los que, decían algunos, era imposible provocar a nadie. Cine 'frívolo' de guerrilla. ¿Cómo se quedan?
 Hace tiempo que Almodóvar ha dejado de ser un simple cineasta para transformarse en la perfecta metáfora de lo que somos. Y así, cada una de sus películas desde, probablemente, esa obra maestra titulada 'Hable con ella', ha adquirido la constancia dura de las cosas duras. Vamos, que ponen, que dicen algunos.

 
Los actores Carlos Areces y Raúl Arévalo en una escena de la película

Asoma él o su cine y todo el mundo, grande o pequeño, experimenta la necesidad de retratarse. O, si se prefiere, sufre una reacción interior (en algunos casos inversamente proporcional a su capacidad de raciocinio) hacia algo tan español como el insulto. Si no me creen sigan el camino de las baldosas amarillas de los comentarios de abajo. No se trata simplemente de cine, sino de una experiencia sociológica, casi mística.
Y es en este espacio, el de las catarsis colectivas, donde 'Los amantes pasajeros' adquiere más prestancia, mucho más valor que en el simple y reducido terreno cinematográfico. El cine, como cualquier arte, también es todo lo que se mueve a su alrededor. Es decir, nosotros. Cuando Courbet, por poner un ejemplo lejano y francés, pintó en 1866 'El origen del mundo', esa enorme vulva en crudo y primer plano, sabía que condenaba al cuadro a un siglo de vida oculta. Por su declarado mal gusto o por "descuido compositivo", que diría Delacroix.
Dice Almodóvar que con esta película ha querido "simplemente" volver a la comedia

Un total de 100 años fue el tiempo que se tomó la pintura para convertirse en todo lo que dijeran de ella. Luego se pudo ver con cierta y algo turbia normalidad, pero el daño estaba hecho. Daba lo mismo ver el cuadro, porque ya había sufrido la, digamos, infección de las palabras, los insultos, los aspavientos, los denuestos y los elogios encendidos. Todo a la vez y para siempre. En realidad, quien pretendía decir algo del cuadro, lo estaba diciendo de sí mismo y de la sociedad en la que vivía. Una vagina, pues eso es lo que dibuja Courbet, que describe perfectamente su mundo y su origen (de ahí, quizá, el propio título).
Pues bien, 'Los amantes pasajeros' ya es todo eso. Y lo es desde antes incluso de ser tan solo una idea. Dice Almodóvar que con esta película ha querido "simplemente" (las comillas importan) volver a la comedia; dice que se trata de un divertimento para probar su propio tono muscular un cuarto de siglo después de 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', genuinamente su última comedia. Lo dice y, la verdad, no le creemos.

Y no es posible confiar en lo que dice, porque lo que asoma por la pantalla es cualquier cosa menos 'simplemente' algo. De entrada, la provocación no consiste en provocar (valga el trabalenguas) eso que tanto gusta y que se resume en esa expresión tan relamidamente idiota de "echarse unas risas". Todo el ambiente en el que vive el vuelo a ninguna parte de la tripulación de 'Los amantes pasajeros' es demasiado crudo, demasiado procaz, demasiado próximo a lo que queremos evitar, demasiado consciente de sí mismo, para reproducir ni siquiera ligeramente el ambiente que requiere una comedia al uso.

Sobrevolando el cine de Almodóvar

 
Una avería obliga a un avión a dar vueltas por el cielo de Toledo hasta encontrar pista en la que dejar a su atribulada tripulación. Mientras esperan, quién sabe si su fin, todo el pasaje se entrega a la celebración de lo único que en ese momento tienen: su cuerpo. Y allí, azafatos con mucha pluma, viajeros desplumados, políticos de pelaje oscuro, ventajistas de medio pelo y vírgenes suicidas se lanzan a un desesperado y necesariamente confuso apocalipsis. Cuando aterricen, España seguirá ahí. Tan triste. Genial, por lúcida, la secuencia del aterrizaje con la cámara perdida por las salas vacías de un aeropuerto, obviamente, vacío.
 
Es Almodóvar devolviéndonos, para bien o para mal, la perfecta imagen de lo que somos

La película, admitámoslo, se mantiene a distancia de la precisión, exuberancia y hondura, todo en uno, de las grandes películas que componen uno de los 'corpus' cinematográficos más originales, intransferibles y corrosivos del cine contemporáneo. Pausa. Pero la firma sigue ahí. La puesta en escena mantiene las claves de un cine empeñado en construir desde la luminosa superficie del imaginario pop la geografía profunda de lo que somos. Así, a lo grande.

No es una película para hacer nuevos adeptos. Los que se sientan concernidos por el cine de Almodóvar se verán en ella y en su descarada exageración y celebración de los cuerpos. Los que no, y volvemos a lo de antes, verán en ella la ocasión perfecta para ejercitar sus hispanas amígdalas, saldar cuentas, asomarse a la ventana... El olor a humo de nuestros días.

De hecho, el tiempo, éste, en el que nace 'Los amantes pasajeros', nada tiene que ver con el aroma desenfadado, lúdico y enfermizamente optimista de la década de 'Mujeres...'. Más sencillo, ahora no hay forma de reírse, salvo por aquello de evitar que se salten las lágrimas. No hay rastro de eso que los manuales de historia (sí, ya es historia) llaman los 80. En aquellos años, dicen, se vivió la primera experiencia de libertad en España después de siglos y, la verdad, todavía nos estamos arrepintiendo. Basta que un español se sienta libre para que abra una inmobiliaria.

 
El cineasta machego durante el photocall de 'Los amantes pasajeros'. | Efe

Para entendernos, hubo un tiempo en el que el cine español gustaba de un cine oportuno o coyuntural que daba pie a comedias urgentes, y por supuesto denostadas (por algo somos lo que somos), denominadas con el genérico de 'españolada'. Cualquier noticia del telediario, cualquier costumbre social era susceptible de ser convertida en parodia, exageración y mofa. La estrategia empleada por Almodóvar en esta película no difiere tanto de aquello. O, si se prefiere, es justo la opuesta, que, para el caso, es lo mismo.

'Los amantes pasajeros' convierte la urgencia de unos tiempos plagados de aeropuertos sin uso, políticos corruptos, tesoreros con gomina y líderes desorientados (por no saber no saben si tienen que salir en la revista 'Zero') en el argumento de una película que sólo externamente es comedia. Por dentro, la sensación e intención es otra; mucho más molesta, menos condescendiente, más ácida. Y, por supuesto, sin gracia. O con maldita la gracia, sería más correcto. Los faeries, pájaros, jotos, apios, cancos, floras o adelaidas (Lorca ‘dixit’) de la película están ahí para provocar. Y, quién lo iba decir, como el sexo abierto de par en par de Courbet, lo consiguen.

Basta observar de donde vienen los gritos. ¿El qué provocan? Eso es la pregunta que cada uno, según el nivel de testosterona en sangre, deberá dilucidar. No se engañen, no es comedia, aunque lo parezca; de la misma manera que ni 'La piel que habito' ni 'Hable con ella', por citar dos ejemplos grandes, eran ni 'noir' ni melodrama ni todo lo contrario.

Y, precisamente, es ahí, en el eterno no lugar en el que vive la filmografía de Almodóvar, donde las ganas de tomar parte en la batalla crecen. Imposible, y menos aquí con nuestra afición a las hogueras, no reclamar en plaza pública la inmediata ejecución de algo o alguien. Si se quiere, es la función social de 'Los amantes...' la que la hace más interesante.

Si, hasta ahora, el último cine de Almodóvar había jugado a 'desangrarse', había pretendido deshacerse de adjetivos y de la parte folclórica para volverse, y con perdón, más sustantivo, en 'Los amantes...' la propuesta es la inversa: todo pretende ser adjetivo, todo quiere ser coreografía... pero no, es Almodóvar devolviéndonos, para bien o para mal, la perfecta imagen de lo que somos. Brillante. Una provocación; una calculada, meditada, hiriente e inconfesable oda, pero invertida, a Walt Whitman. O a su señora. Y ahora a gritar.

http://www.elmundo.es/elmundo/2013/03/07/cultura/1362681334.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario