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sábado, 8 de diciembre de 2012

“Hemos igualado por lo bajo; da igual sabio que ignorante”

“Hemos igualado por lo bajo; da igual sabio que ignorante”“Hemos igualado por lo bajo; da igual sabio que ignorante”
¿Enfadado? ¿Aburrido? ¿Culpable? ¿Avergonzado? ¿Furioso? ¿Frustrado? Si usted siente cualquiera de estos sentimientos, probablemente intente deshacerse de ellos rápidamente. Sin embargo, como señala la psicóloga y escritora Susana Méndez Gago en su nuevo libro, probablemente estará haciendo mal intentando reprimir lo que no son más que emociones naturales en el ser humano. En La bondad de los malos sentimientos (Ediciones B), la profesora de la Universidad Camilo José Cela defiende la tesis de que hemos intentado sofocar de tal manera las emociones consideradas como negativas que ahora que resurgen por la coyuntura histórica, no sabemos cómo enfrentarnos a ellas. “Han sido un tabú tan grande, han estado tan demonizadas durante los últimos 20 años, que han quedado fuera de nuestro diccionario”, señala la autora a El Confidencial.
No puedes inducir a la gente a mantenerse optimista cuando lo que tienen que hacer es digerir lo que están viviendo“Parece que sentir estas cosas es malo, y esa idea nos ha desequilibrado tanto individual como colectivamente. Nos hemos instalado en una paradoja: toda la psicología positiva te habla del optimismo, que es un motor para seguir adelante, pero no todo se puede afrontar así. El optimismo ante el mal tiempo no sirve, porque la gente está viviendo otro tipo de situaciones. No puedes inducir a la gente a mantenerse optimista cuando lo que tiene que hacer es digerir de lo que están viviendo”, prosigue la autora de La hipoteca del amor, escrito junto a Norma Ferro.
Una sociedad en problemas
Como señala Méndez Gago en el libro, hay diversos síntomas que señalan los problemas que existen en la sociedad actual. Por ejemplo, la proliferación de los libros de autoayuda, que sonuna manifestación de un contexto social y de un estilo de vida”, que encaja con un “mercado en el que ha funcionado muy bien todo tipo de recetas fáciles: para la felicidad, para el éxito o las frases fáciles y a veces útiles para un contexto donde todo el mundo tenía que conseguir metas”. Algo que se ha asociado a una sociedad marcada por “la bonanza, el progreso, el éxito y el reconocimiento”, que han promovido las emociones positivas. “Se han descartado las negativas, que son un aviso de que algo va mal, porque nadie quería reconocer que no todo iba bien”. Y sin embargo, el consumo de antidepresivos se ha aumentado durante las últimas décadas, algo que según Méndez Gago, quiere decir que “algo no está tan bien en ese estilo de vida que hemos creado”.
Otra consecuencia de este estado de la cosas es la aparición un pensamiento cada vez más supersticioso e irracional, a pesar de que la influencia de la religión se haya reducido sensiblemente. “Las religiones, en la historia de la humanidad, han tenido una función educacional. Cuando se entró en el pensamiento científico y la revolución industrial, la religión perdió posiciones. Por sus aspectos más opresivos, y también muy fantasmagóricos, necesitábamos liberarnos de ella”, glosa la escritora. “Nos montamos en el carro del progreso y parecía que ser espirituales no casaba bien con eso. Esa ausencia de reflexión ha provocado que problemas existenciales básicos como ‘quién soy yo’, al final no tengan lugar donde puedan plantearse, lo que hace que el pensamiento mágico emerja con mucha más fuerza. El ejemplo más claro es que en este momento tenemos un montón de canales de televisión que te ofrecen soluciones a través de ritos mágicos. No descalifico el mundo esotérico, pero cuando volvemos al pensamiento mágico es porque no hemos avanzado en nuestra espiritualidad”.
Los hijos del Estado de Bienestar
Una de las grandes preocupaciones del libro es preguntarse qué ocurre con los jóvenes que se han criado durante las últimas décadas y que, como consecuencia de esta situación, no saben enfrentarse de la misma forma que sus padres al mundo, algo que ha ocurrido especialmente en España: “Somos un país donde la red familiar es muy importante en el proceso de individuación de los sujetos. Lo que se ha producido es una mejor relación intergeneracional”, señala la autora. “Los jóvenes de los años 70 salían de sus casas disparados porque querían vivir de otra manera. Hoy en día, los jóvenes, en parte por las dificultades externas, gozan en sus casas de una serie de libertades que no les expulsan a vivir su propio camino”.
Quien no aprende a obedecer, no aprende a mandarA lo que hay que unir la propia coyuntura histórica española: “Como venimos de una dictadura de 40 años, hay una especie de alergia en las generaciones más mayores ante las actitudes de autoridad, porque les recuerda a aquello de que quisieron escapar. Un sector de la sociedad ha querido generar un contexto de relación con sus hijos donde la figura de autoridad desaparecía y los límites se desdibujaron porque se ha intentado construir todo a través del diálogo. Todos necesitamos límites y un capitán del barco que nos diga por dónde ir, hasta que estamos capacitados para decidir por nuestra cuenta. Quien no aprende a obedecer, no aprende a mandar”.
Parte de la culpa la tienen determinadas actitudes asociadas al Estado de Bienestar, ya que aunque Méndez se declare defensora de él, “ha ido acompañado de una falta de educación en la libertad responsable que ha impregnado todos los estratos sociales”. Ahora, la cosa puede empezar a cambiar: “Hemos desechado recursos individuales necesarios para los momentos de dificultad. Cualquier crisis obliga a que las personas se esfuercen para pelear y salir del túnel. La dificultad tiene una función que es la depuración de capacidades y, por tanto, el crecimiento. Posiblemente de esa situación salgan mejores personas, políticos, periodistas, empresarios, etc., porque están obligados a bregar en una situación complicada, y eso les hará crecer. A los ciudadanos de a pie nos obliga a buscar en el cajón de nuestros recursos íntimos la fortaleza necesaria para aprender a buscarnos la vida en una situación de incertidumbre”.
Cómo llegamos hasta aquí
Susana Méndez Gago asegura que el rechazo a todos estos sentimientos negativos es lo que nos ha llevado al punto en el que estamos, no tan sólo en lo referente a la culpa que alivia las responsabilidades, sino también a muchos otros sentimientos, como la vergüenza o la furia. La autora se explica: “Tan grave como la falta de culpa es esa especie de eslogan de ‘tienes que conseguir la felicidad y pensar que es un estado sempiterno, un lugar en el que se puede permanecer’. Cuando se genera un contexto de ese tipo, al final la culpa se descarta, no se puede sentir vergüenza, o hay que tener siempre buen rollo y no ser agresivo, o no puedo aburrirme, o tengo que estar siempre enamorado. Este estado emocional nos ha impregnado a todos, a la aristocracia, a los cuerpos políticos, los jueces, los educadores, la familia… todos los estratos sociales nos hemos visto expuestos a esa lluvia, a ese estado emocional”.
Enfadarse y cabrearse es algo muy buenoAlgo que también ocurre con el concepto de igualdad: “Tal como la hemos promulgado, la igualdad es extraordinaria. Que yo pueda tener acceso a la educación, a la sanidad o al crecimiento empresarial es un gran logro colectivo. Pero esa igualdad de oportunidades no hace que todos seamos iguales, y hemos terminado aplicándolo a todos los ámbitos. Los hombres y las mujeres no somos iguales, sino que lo que nos ha machacado a las mujeres es no haber tenido igualdad de oportunidades. En ese proceso de querer igualar todo, hemos tenido que igualar por abajo”. Algo que se ha reflejado, por ejemplo, en la formación de los más pequeños: “En los centros escolares, para favorecer la inclusión, se ha bajado el nivel de exigencia. Y cuando esto ocurre no se avanza, porque hemos igualado a todos, hemos igualado a sabios e ignorantes, a adultos y menores, y por eso estos últimos se comportan con exigencia, porque se creen que son como los adultos”.
Otro de los sentimientos que se han sofocado en la sociedad contemporánea es el del “natural impulso agresivo”, que Gago recuerda que es “muy útil en las situaciones de peligro” o “en situaciones complicadas como esta”. La autora indica que el origen de esta situación es, en un alto grado, histórico: “Al igual que hemos confundido la igualdad, también la pacificación. Construir la paz es un complejo equilibrio. El último siglo XX ha sido muy belicoso, y nos ha costado alcanzar la paz. Pero hemos pretendido desterrar de nosotros toda agresividad”, señala Méndez Gago. “Nos hemos obligado a tragarnos nuestro enfado. Enfadarse y cabrearse es muy bueno, tan bueno como que cuando uno está deprimido, no puede expresar su agresividad. Es un impulso que hay que canalizar, buscando una gestión que nos destruya lo menos posible”.
http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2012/11/24/ldquohemos-igualado-por-lo-bajo-da-igual-sabio-que-ignoranterdquo-109830/
 

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