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sábado, 8 de diciembre de 2012

¿De verdad hay que saber matemáticas para tener ideas brillantes?

¿De verdad hay que saber matemáticas para tener ideas brillantes?

Dos de mis sobrinas han suspendido matemáticas. Me lo cuentan resignadas:
–Tía, a mí no me gustan nada las matemáticas. Prefiero cono (para los no iniciados, Conocimiento del Medio).
–A ti también se te daban mal las mates, ¿no? Y no pasa nada…
Touché. Es verdad. A mí se me daban fatal las matemáticas, así como cualquier otra asignatura que implicase números o pensamiento lógico. Así que en tercero de BUP colgué las ciencias para siempre y me dediqué en cuerpo y alma a las letras, que incluían asignaturas tan útiles como el latín y el griego. Y fui muy feliz.
En mi mundo, el periodismo y la comunicación, las matemáticas no parecen, a priori, importantes. Pero lo sonHe tenido muchas ocasiones para arrepentirme. Como la primera vez que me enfrenté a un presupuesto. O cada vez que me toca trabajar en Excel. O cuando quise hacer un MBA y enfrentarme al GMAT (examen de admisión para graduados en gestión de empresas). Me parecía más difícil que escalar el Everest. Cierto es que en mi mundo –el periodismo y la comunicación– las matemáticas no parecen, a priori, importantes. Pero la verdad es que eso, que quizá fuese cierto hace unos años, ya no lo es. ¿Por qué? Porque en la era en la que vivimos, el dato es el rey. Y los triunfadores ya no son los más intuitivos. Ni siquiera los más inteligentes. Sino aquellos capaces de analizar los datos y montar argumentos válidos a su alrededor.
Decía Luis Garicano, catedrático de Economía y Estrategia en la London School of Economics, en un reciente artículo en El País que los tres fundamentos clave para triunfar en la economía del conocimiento son un nivel avanzado de confianza en el uso de las matemáticas y la estadística; una capacidad elevada para escribir un argumento no sólo gramaticalmente correcto, sino razonado con claridad y convicción; y un nivel avanzado de inglés para poder entenderse en este mundo global. “Sin haber adquirido estos tres fundamentos básicos para participar en la economía del conocimiento, es como si los niños no hubieran pisado la escuela desde los 14 años”, decía.
Garicano cita como ejemplo lo ocurrido en la última campaña de Barack Obama, en que gran parte de la victoria se ha debido a la cantidad de datos manejados sobre los votantes, los modelos estadísticos elaborados en base a ellos, el procesamiento de los datos, la capacidad de analizarlos y el excelente uso que se les dio. Este tipo de modelos se utilizan ya con éxito en el deporte, el marketing, y poco a poco se extiende a todas las áreas de nuestras vidas. Así que mis sobrinas y su generación harían muy bien en aplicarse en el estudio de las matemáticas, ya que todo apunta que van a ser un factor clave en su empleabilidad futura.
Si uno mira a su alrededor, se da cuenta de la ventaja que tienen aquellos que dominan las matemáticas: cuentan con una capacidad de abstracción que ayuda a comprender el funcionamiento de sistemas de todo tipo. Su conocimiento contribuye a estructurar mejor el pensamiento y el habla. Y ayuda, simple y llanamente, a reflexionar.
La vida es más fácil con matemáticas
¿Cuántas cosas en nuestras casas o trabajos irían mejor si alguien se parase a pensar en los procesos en vez de actuar por rutina?En estas andaba yo, pensando en cómo convencer a mis sobrinas para que no sigan mi ejemplo, cuando me topé con una frase de Albert Einstein y un libro de título inspirador. “Sé con bastante certitud que no tengo ningún talento especial. Curiosidad, obsesión y perseverancia, combinados con autocrítica, me han llevado a mis ideas”, afirma el genio de la relatividad. Es decir, que Einstein –que sabía muchas matemáticas– sólo presumía de tener una mente amueblada para algo tan obvio como pensar. "¡Vaya estupidez!", podéis decir. Pero si os paráis un momento, veréis como no. El ritmo de vida que llevamos, la educación que recibimos y una cierta pereza combinada con comodidad hace que pensar no sea ya el pan nuestro de cada día. ¿Cuántas cosas en nuestras casas o trabajos irían mejor si alguien se parase a pensar en los procesos en vez de actuar por rutina? ¿Cuánto mejor nos iría si reflexionásemos sobre cada uno de los pasos que damos a diario? ¿Qué porcentaje de las cosas que hacemos al día nos exigen pensar verdaderamente en ellas? ¿No se suponía que era en el colegio y la universidad donde se nos enseñaba a pensar y no a comportarnos como borreguitos?
Dicen los expertos que los que saben matemáticas tienen más facilidad para todo esto. Pero como mi romance con las matemáticas a estas alturas es imposible, me pongo muy contenta al toparme con el libro The 5 Elements of Effective Thinking ("Los cinco elementos del pensamiento efectivo"), publicado por Princeton University Press. La tesis de los autores es similar a la de Einstein: no hay que nacer brillante para tener ideas brillantes. La clave está en los hábitos de pensamiento. Y nos proponen cinco hábitos que se pueden aprender:
1) Entender profundamente, que viene a ser no cejar en el empeño hasta llegar a comprender algo en toda su magnitud, sin quedarnos a mitad de camino por pereza.
2) Cometer errores, incluso intencionadamente, para acabar llegando al resultado correcto.
3) Hacer preguntas, ya que ayudan a ver ángulos y conexiones de otro modo invisibles.
4) Seguir el flujo de las ideas, ver de dónde vienen y a dónde van. Y nunca, nunca, dejar pasar una nueva idea sin exprimirla antes.
5) El cambio, como elemento fundamental: si se dominan los cuatro primeros hábitos, se puede cambiar la forma en que pensamos, aprendemos y vivimos nuestra vida.
No sé, no sé. A priori, da tanta pereza ponerse a cambiar de hábitos a estas edades como aprender matemáticas de pequeñito. Pero, en los tiempos que corren, en que cada vez hay menos verdades absolutas y no tenemos más remedio que adaptarnos al cambio si no queremos que éste nos arrase, a lo mejor deberíamos aplicarnos el cuento.
Resolución de Año Nuevo: convencer a mis sobrinas de que empollen más matemáticas y leerme el librito de marras. A ver si me inspira y tengo alguna idea brillante que me saque de pobre. Porque, a ver, ¿qué podría inventar yo sin que me arrasen los números…?

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