Argentina reduce el trabajo infantil a la mitad
Según cifras oficiales, bajó del 7,8% en 2004 al 3,4% en 2012 gracias a diversas medidas
El trabajo infantil,
concepto que excluye la mendicidad, se ha reducido a la mitad desde
2004 hasta 2012 en Argentina, según encuestas oficiales. Hace 11 años,
el 7,8% de los niños y adolescentes de cinco a 15 años trabajaba. En
2008, una ley elevó de 14 a 16 años la edad mínima para el empleo. Y
hace tres años el porcentaje de menores de 16 que trabajaba descendió al
3,4%. Esto incluye a los niños con un empleo dentro o fuera de la
familia o que cumplen tareas domésticas intensas que afectan sus
derechos a la educación y al juego.
En los años de la crisis argentina de 2001 y 2002 y en los inmediatamente posteriores, era usual que niños pobres se apostaran en las esquinas céntricas de Buenos Aires para ofrecerles a los automovilistas una limpieza rápida de sus parabrisas. Hoy ya casi no se los ve. Los que siguen circulando por los vagones del subte (metro) son los pibes que venden estampitas de osos que predican amor.
No solo la legislación ha impactado en la caída del empleo infantil. En el equipo del ministro de Trabajo de Argentina, Carlos Tomada, atribuyen la merma a diversos factores: la recuperación del empleo y el salario de los adultos respecto de la debacle de 2001; la creación en plena crisis mundial de 2009 de la asignación universal por hijo, por la que los padres en paro o con trabajo informal de 3,5 millones de menores de 18 años reciben 90 dólares mensuales por niño si los envían a la escuela y a los controles médicos; la intensificación de las inspecciones laborales y la campaña de concienciación para desnaturalizar el trabajo infantil en zonas del país en las que está aún muy arraigado.
“Nosotros también registramos un descenso del trabajo infantil, pero no tan grande como el que dice el Gobierno [de Cristina Fernández de Kirchner]”, dice la socióloga Ianina Tuñón, que encabezó una investigación al respecto en la Universidad Católica Argentina (UCA). Su primera encuesta, de 2010, indicaba que trabajaba el 18,8% de los menores de 18 años (es decir, incluidos los de 16 y 17, que pueden trabajar con autorización de sus padres y en determinadas condiciones). En 2014 se acotó al 12,4%. El 9,6% tiene un empleo fuera del hogar y el 4,8% cumple tareas domésticas intensas. En algunos casos el mismo niño debe ocuparse de ambos trabajos para sustentar a la familia.
Tuñón atribuye casi toda la merma desde 2010 a la asignación universal por hijo. “Sobre todo sirvió para la inclusión de los adolescentes”, destaca la también profesora de la Universidad de Buenos Aires. En cambio, en los últimos años pesa menos el factor del empleo de los padres, pues su crecimiento se ha estancado.
Uno de los rincones de Argentina en los que sigue vigente el trabajo infantil es la provincia norteña de Misiones. Me gusta el mate sin trabajo infantil es la campaña que comenzó en 2013 la ONG Un Sueño para Misiones después de que tres adolescentes de 13, 14 y 17 años murieran allí cuando desbarrancó un camión que los transportaba a la tarefa (cosecha) de mate, la planta que se usa para la segunda bebida más consumida por los argentinos, después del agua.
“Hay chicos que empiezan a tarefear a los cinco años”, cuenta la coordinadora de Un Sueño por Misiones, Patricia Ocampo. “Los tareferos te cuentan que siguen llevando a sus hijos a la tarefa porque cuanto más kilos cosechan, más ganan. O los llevan porque no pueden mantener dos casas y tienen que asegurarles la comida”, relata Ocampo. La cosecha puede durar entre tres y seis meses, entre el otoño y el invierno australes.
Sara Cánepa, abogada especializada en niñez, admite que el trabajo infantil puede haber descendido por la asignación universal por hijo, pero “sigue siendo importante en las tareas agrícolas y pesqueras, en condiciones nocivas”. Cánepa pone en duda la intensidad de las inspecciones estatales o del control de los sindicatos. También advierte sobre la falta de vigilancia del legalizado trabajo infantil en las grandes producciones televisivas y sobre la pobre política de guarderías para evitar que los padres salgan a mendigar o cartonear (recolectar residuos) con sus hijos.
En los años de la crisis argentina de 2001 y 2002 y en los inmediatamente posteriores, era usual que niños pobres se apostaran en las esquinas céntricas de Buenos Aires para ofrecerles a los automovilistas una limpieza rápida de sus parabrisas. Hoy ya casi no se los ve. Los que siguen circulando por los vagones del subte (metro) son los pibes que venden estampitas de osos que predican amor.
No solo la legislación ha impactado en la caída del empleo infantil. En el equipo del ministro de Trabajo de Argentina, Carlos Tomada, atribuyen la merma a diversos factores: la recuperación del empleo y el salario de los adultos respecto de la debacle de 2001; la creación en plena crisis mundial de 2009 de la asignación universal por hijo, por la que los padres en paro o con trabajo informal de 3,5 millones de menores de 18 años reciben 90 dólares mensuales por niño si los envían a la escuela y a los controles médicos; la intensificación de las inspecciones laborales y la campaña de concienciación para desnaturalizar el trabajo infantil en zonas del país en las que está aún muy arraigado.
“Nosotros también registramos un descenso del trabajo infantil, pero no tan grande como el que dice el Gobierno [de Cristina Fernández de Kirchner]”, dice la socióloga Ianina Tuñón, que encabezó una investigación al respecto en la Universidad Católica Argentina (UCA). Su primera encuesta, de 2010, indicaba que trabajaba el 18,8% de los menores de 18 años (es decir, incluidos los de 16 y 17, que pueden trabajar con autorización de sus padres y en determinadas condiciones). En 2014 se acotó al 12,4%. El 9,6% tiene un empleo fuera del hogar y el 4,8% cumple tareas domésticas intensas. En algunos casos el mismo niño debe ocuparse de ambos trabajos para sustentar a la familia.
Tuñón atribuye casi toda la merma desde 2010 a la asignación universal por hijo. “Sobre todo sirvió para la inclusión de los adolescentes”, destaca la también profesora de la Universidad de Buenos Aires. En cambio, en los últimos años pesa menos el factor del empleo de los padres, pues su crecimiento se ha estancado.
Uno de los rincones de Argentina en los que sigue vigente el trabajo infantil es la provincia norteña de Misiones. Me gusta el mate sin trabajo infantil es la campaña que comenzó en 2013 la ONG Un Sueño para Misiones después de que tres adolescentes de 13, 14 y 17 años murieran allí cuando desbarrancó un camión que los transportaba a la tarefa (cosecha) de mate, la planta que se usa para la segunda bebida más consumida por los argentinos, después del agua.
“Hay chicos que empiezan a tarefear a los cinco años”, cuenta la coordinadora de Un Sueño por Misiones, Patricia Ocampo. “Los tareferos te cuentan que siguen llevando a sus hijos a la tarefa porque cuanto más kilos cosechan, más ganan. O los llevan porque no pueden mantener dos casas y tienen que asegurarles la comida”, relata Ocampo. La cosecha puede durar entre tres y seis meses, entre el otoño y el invierno australes.
Sara Cánepa, abogada especializada en niñez, admite que el trabajo infantil puede haber descendido por la asignación universal por hijo, pero “sigue siendo importante en las tareas agrícolas y pesqueras, en condiciones nocivas”. Cánepa pone en duda la intensidad de las inspecciones estatales o del control de los sindicatos. También advierte sobre la falta de vigilancia del legalizado trabajo infantil en las grandes producciones televisivas y sobre la pobre política de guarderías para evitar que los padres salgan a mendigar o cartonear (recolectar residuos) con sus hijos.
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/09/07/actualidad/1441577525_210139.html
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