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viernes, 4 de marzo de 2011

Ron Rosenbaum El fin del mundo

El fin del mundo

Ron Rosenbaum ejerce risueño de macarra. Entiéndase, de escritor/periodista que escribe a la contra. Apedrea avisperos. Chulea opiniones en contra con la displicente gracia de quien combate las corrientes de pensamiento oficiales. Su primer libro, dedicado a Hitler, incluía entrevistas a Claude Lanzmann, George Steiner o Daniel Goldhagen. Tras una década investigando desentrañó lo que él consideraba las fuentes malignas que posibilitaron el triunfo del nazismo. Movimientos tectónicos de la historia como pasaporte para que un acomplejado homicida gobernara la nación más culta de Europa.
Con 'Las guerras de Shakespeare' centró su ajetreada escritura en las discusiones, bizantinas y no tanto, que rodean al bardo. Cómo interpretarlo. Cómo representarlo. Cómo leerlo. O por qué abundan los conspiparanóicos empeñados en demostrar que Shakespeare no era tal sino un abullonado cúmulo de escribas anónimos, en plan Homero, etc. Tras publicar una brillante y equivocada defensa del agnosticismo frente a lo que considera fanatismo ateísta, que personifica en Dawkins, prueba con la espeleología del futuro. En su caso, dedicada al fin del mundo. Vía petardo atómico. ¿Quiromancia? No tanto.
En 'How the end begins: the road to a nuclear World War III' (más o menos, 'Cómo empieza el final: el camino a la III Guerra Mundial'), el columnista de Slate, antiguo reportero del Village Voice, enumera la asombrosa cantidad de cabezas nucleares de las que disponemos. Habla de Estados Unidos y Rusia. Rememora la 'crisis de los misiles'. Hace cuenta de las veces que durante la Guerra Fría estuvimos cerca de ser planchados por la bomba. Recuerda 'Teléfono rojo, volamos hacia Moscú', la espantosa fantasía tragicómica de Stanley Kubrick.
Como explica Dwight Garner en el New York Times, Rosenbaum analiza como, por primera vez, un pueblo amenazado con el exterminio, los judíos de Israel, dispone del arma definitiva. Aquella con la que liquidar el mundo. Frente a los propios judíos durante la II Guerra Mundial, o a los ruandeses, armenios, etc., los isralíes tienen la bomba. A especular si su respuesta ante una eventual agresión nuclear de, pongamos por caso, Irán, sería justificable o no, dedica páginas escritas con serrucho, divertidas, ácidas y terribles. Al margen del posible amarillismo de ciertas predicciones, sus preguntas queman. ¿justicia el genocidio otro genocidio?
China, potencia de imbatible crecimiento. Pakistán, nido del espionaje, refugio del fundamentalismo, aliado/enemigo de Occidente. Los muy chiflados Ayatolás. O el sueño húmedo de Al Qaeda de hacerse con bombas atómicas. Todos son objeto de pormenorizado, visceral, descacharrante, monstruoso retrato. Al fin y al cabo estamos ante un libelo. Bien concebido. Chisporroteante. Subjetivo. Influenciado por la literatura apocalíptica pero también por las inquietantes noticias del diario. Una bomba por derecho propio que alerta sobre la pálida atracción que ejerce en nosotros el precipicio.
Un libro, en fin, dispuesto en formación contra el instinto de muerte, contrapuesto al de vida aunque algunos disfracen el primero con la coartada de la supervivencia. Pesismista recalcitrante, Rosenbaum anula la vieja paradoja (¿optimista bien informado?) cruzando los dedos. Sabe que las fuerzas centrípetas de la historia, las que amenazan para aniquilarla, tienen a mano un poder inimaginable hace apenas un siglo. Nada nuevo. Nada con lo que no especularamos antes, de Bertrand Russell o Albert Einstein. Renovado con los datos de la geopolítica contemporánea. ¿Recuerdan la cita de la Bhagavad-Guitá hindú que Robert Oppenheimer habría recitado, o no, tras la cósmica deflagración de Trinity: "Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos". Un tétrico goteo de versos como soles que ciegan ilumina sus páginas. Canta con voz neutra el desfile de muertos pasados, presentes y futuros. Asusta.
http://www.elmundo.es/elmundo/2011/03/03/cultura/1299179709.html

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