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martes, 11 de septiembre de 2012

Masía autosuficiente Una familia rehabilita la casa familiar, del siglo XVII, y la convierte en una residencia rural pionera en el uso de energías renovables

Masía autosuficiente Una familia rehabilita la casa familiar, del siglo XVII, y la convierte en una residencia rural pionera en el uso de energías renovables

"He encontrado una bombilla de cuatro voltios!", dijo un día orgulloso Pere Solé. Y su familia lo celebró. Cualquier cosa o propuesta que contribuya a la eficiencia energética del Mas Llagostera, ahora reconvertido en una confortable casa rural, es bienvenida. Con los restos de la poda y los huesos de las aceitunas que crecen alrededor de la casa funcionan la calefacción y el spa; las placas solares proporcionan la electricidad... Seis siglos después, la masía vuelve a ser autosuficiente, pero con wi-fi y huéspedes que vienen de Gran Bretaña, Alemania o Nueva Zelanda.
Mas Llagostera es una finca agrícola dedicada al cultivo de la viña (25 hectáreas) y del olivo (seis hectáreas) y al mantenimiento y conservación de una zona boscosa, de cien hectáreas más. La imponente masía, datada del siglo XVII pero con vestigios del XV, preside la finca. La casa la construyeron y la ampliaron a lo largo de los siglos los antepasados de Cristina Bundó, la esposa de Pere Solé, y aunque la explotación agrícola nunca se ha abandonado -de la venta de la uva y la producción de aceite vive todavía esta familia- dejaron de habitar la casa después de la Guerra Civil.
"Llegó un momento en que o la restaurábamos o se caía", explica Bundó. El matrimonio y sus dos hijas, Maria y Cristina, decidieron entonces invertir todo su capital y su energía en la puesta al día de la masía. Y decidieron hacerlo no de cualquier forma sino respetando y potenciando al máximo aquel legado histórico y familiar. Durante siglos aquella masía había sido completamente autosuficiente, garantizando el abastecimiento de agua, comida y defensa a todos los que allí vivían o se resguardaban, puesto que Mas Llagostera fue hasta no hace tanto un punto clave para los pastores que hacían la trashumancia.
"La red eléctrica nunca había llegado a la casa", explica Maria, de 25 años y a punto de acabar Ingeniería de Caminos. Ella y su hermana Cristina (21 años y estudiante de ingeniería industrial) se implicaron desde el primer día en el proyecto -desde los diez años no han fallado a ninguna vendimia- y apostaron por una rehabilitación lo más sostenible posible. Instalaron placas fotovoltaicas y térmicas para generar luz y agua caliente. "Y reforzamos la instalación con un generador propio para garantizar el sistema", dice Maria. El antiguo corral es hoy una "sala de máquinas" repleta de baterías, depósitos e instalaciones.
Las bombillas y los electrodomésticos son de bajo consumo, las luces tienen cédulas de detección, instalaciones de paro automático... "Todo está pensado para reducir el gasto energético a las necesidades reales sin malgastar", añade Cristina. En la cocina, un cartel recuerda a los clientes los horarios óptimos para utilizar el agua caliente, ya sea para la ducha o el lavaplatos.
Las obras comenzaron en el 2005 y decidieron destinar la casa a turismo rural para amortizar el coste de la rehabilitación. "Se empezó a trabajar y las piedras y los muros comenzaron a hablar", relata Cristina. Con las obras quedó al descubierto la historia de la casa, escondida entre paredes y capas de pintura. Muros, arcos de época medieval, cerámica de 1714 incrustada en los techos, escondites para armas, herramientas... "Cuando íbamos a hacer la instalación del agua, descubrimos que en el muro ya había una canalización...". Lo que había sido el huerto es hoy una piscina; el establo, una habitación y el comedero de los animales, la cabecera de la cama. Se ha recuperado la cocina antigua, elementos de defensa, depósitos, paredes y arcos medievales... El arquitecto técnico de la obra, Benjamí Català, también historiador y especialista en masías, afirma que pocas conservan tanto de su historia como esta.
La última apuesta fue la caldera de biomasa. Les ha costado 20.000 euros y tres meses de trabajo constante para adaptar la tecnología a sus necesidades. "En lugar de alimentarla con el conglomerado habitual, decidimos usar el resto de la poda de nuestras viñas y los huesos de las olivas", dice Maria. Y lo consiguieron tras, mano a mano con los técnicos, rediseñar la caldera

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