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domingo, 7 de julio de 2013

Acerca de la inexistencia de espíritus, fantasmas y espectros, o cómo el cerebro se engaña a sí mismo

Acerca de la inexistencia de espíritus, fantasmas y espectros, o cómo el cerebro se engaña a sí mismo

Aunque no tiene demasiada relación con el ámbito científico, me pongo a escribir éste artículo sobre espíritus y fantasmas porque es algo que realmente me preocupa. Y el motivo por el cual me preocupa es el siguiente: he conocido algunos locos que creen en OVNIS, he conocido algunas locas que creen en astrología, he conocido algunos individuos con creencias religiosas; pero del fenómeno de espíritus y fantasmas parece no salvarse casi nadie. Prácticamente toda persona que conozco, más allá de su nivel de inteligencia, conocimiento o razonamiento, afirma creer que “algo hay” en relación con los espíritus.

La mayoría de esas afirmaciones derivan de alguna experiencia personal para la cual no encuentran una explicación razonable: sonidos extraños durante la noche, la visión de una sombra atravesando un pasillo en la oscuridad, un retrato familiar que se desplomó sin motivo alguno, incluso experiencias con juegos como la güija. Por supuesto, al igual que ocurre con las otras pseudo-patrañas, lo que nunca sucede es un evento claro y definitivo; por ejemplo, un espíritu presentándose claramente frente a una persona y permitiéndole tomar fotos y videos precisos del encuentro. Lo cual es extraño que nunca haya sucedido, puesto que si yo muriera y quedara vagando en forma de espíritu, querría que mis descendientes se volviesen famosos obteniendo evidencia certera de la existencia de un fantasma; pero dejémoslo ahí, porque estoy divagando y mi sarcasmo puede ser malinterpretado por malintencionados.
 

Por supuesto, todo el mundo sabe que la creencia en fantasmas y espíritus es una superstición, generalmente asumida de manera cultural, sin ninguna clase de evidencia científica. Y aún así, personas con grado considerable de conocimiento científico afirman haber tenido alguna clase de experiencia. Por supuesto, no pretendo señalar a aquellos que carecen de las herramientas y el conocimiento apropiado para discernir entre lo ilusorio y lo real: una persona desinformada probablemente sea proclive a creer en fantasmas y espíritus. Pero lo que trato de remarcar es cómo aún personas informadas y con una mentalidad científica pueden caer victimas de la ilusión cuando se trata de espíritus. Y antes de que alguien piense o diga “la ciencia no lo puede explicar todo”: está bien, estamos de acuerdo, pero aun así no deja de ser la mejor herramienta que tenemos para conocer al mundo y la naturaleza que nos rodea. Y si no están de acuerdo, díganme un solo ejemplo de algo que no tenga una explicación científica que sí haya sido comprobado como cierto por algún otro método (y no me vengan con “la ciencia no puede explicar el amor”, porque la neurociencia ha dado gigantescos saltos para hacerlo).La creencia en espíritus es muy propia de la naturaleza humana y probablemente sea una de las creencias más antiguas que existen. El motivo por el cual ésta creencia se encuentra tan asentada en la psicología del ser humano es que alimenta y nutre una de las esperanzas más grandes del hombre: la supervivencia de la conciencia o “alma” tras la muerte del cuerpo físico. Por supuesto, las religiones se encargaron luego de crear cuentos más adornados sobre este fenómeno: lugares imaginarios como el paraíso y el infierno, rencarnaciones en otras formas de vida, etc. Pero cuando las primeras tribus de humanos tuvieron que enfrentarse al descorazonador pasaje de la vida a la no existencia, la creencia de que los espíritus prevalecían tras la muerte de seguro les ayudó a lidiar con ello.

Todo lo anterior ayudaría a explicar porque la creencia en espíritus suele ser tan común, aun en personas bien instruidas: es algo que el hombre lleva antropológicamente muy arraigado desde tiempos remotos, y le provee calma ante la desesperante posibilidad de la muerte definitiva y la perdida completa de su identidad. Y aunque no tengamos ninguna forma de demostrar científicamente si ocurre o no algo después de la muerte, toda la evidencia que tenemos por la forma en que funciona la naturaleza y el Universo nos indica que no existe nada tras la muerte física. De hecho, sería incorrecto hacer una separación entre muerte física y muerte espiritual, ya que esto último ni siquiera existe. Lo que las personas quieren creer que persiste tras la muerte, llámese espíritu, alma o conciencia, es sólo un producto de la actividad neuronal en nuestros cerebros, y no algo separado de nuestro cuerpo como suele creerse. La neurociencia ha dado enormes pasos en explicar la conciencia humana, el modo en que las interconexiones neuronales y los intercambios químico/eléctricos en nuestro cerebro nos dotan de inteligencia, de conciencia y de identidad individual.

Quisiera detenerme un segundo aquí y explayarme un poco más acerca de esto último, para que logremos captar la magnitud de belleza que se produce en este hecho natural. El cerebro es una maquinaria increíble, compuesta por aproximadamente 90 mil millones de neuronas, entretejidas entre si a través de más de 10.000 conexiones sinápticas cada una. Pero más allá de este fascinante hecho, a nivel básico el cerebro está hecho de lo mismo que todo lo demás: átomos. Quiero remarcar esto para que entendamos lo increíble y precioso que es aquello que llamamos “conciencia”: los mismos átomos que agrupados de cierta forma producen una roca, una mano, un tronco o cualquier otra cosa, agrupados de una forma muy especial producen conciencia; producen amor, odio, inteligencia, memoria, sueños, recuerdos, toda esta gama de cosas maravillosas que no existen físicamente, pero que son posibles gracias a la espectacular maquinaria del cerebro.
 

Un cerebro promedio tiene 90 mil millones de neuronas interconectadas y se muere una neurona por segundo. El número es tan grande que tras 85 años aún queda el 97% del total. Todo eso produce lo que denominamos "conciencia".

Debido a que la conciencia, eso que también algunos denominan “alma” o “espíritu”, se produce únicamente en nuestros evolucionados cerebros, lamentablemente debo asesinar las esperanzas de muchos y decirles que no es posible que todo eso sobreviva a la muerte cerebral. Una vez que las neuronas han cesado su actividad y ya no existe transmisión química o eléctrica entre ellas, también ha dejado de existir la conciencia, el alma, el espíritu y la individualidad; todo aquello que nos convierte en humanos se pierde para nunca regresar. Por supuesto que no estamos completamente seguros de ello, pero tenemos un grado elevado de certidumbre como para poder afirmarlo. Sé que es una visión nefasta y puede aterrar a muchos si lo piensan profundamente, pero lo mejor que puede hacerse es tomar una perspectiva similar a la que expuso el astrofísico Neil deGrasse Tyson cuando un religioso le preguntó acerca de la muerte:
 

"Pediría que mi cadáver sea enterrado y no cremado, para que así el contenido de energía que contenga mi cuerpo sea devuelto a la tierra, para que de este modo la flora y la fauna se alimente de mi, de la misma forma que yo me he alimentado de flora y fauna durante toda mi vida."
 

Para continuar con los motivos por los cuales los espíritus no existen, voy a citar al novelista Edward Bulwer-Lytton: “La persona más fácil de engañar es uno mismo”. Es muy sencillo encontrar un ejemplo de esto: basta con observar por un rato un cielo parcialmente nublado, y como todos hemos hecho alguna vez, empezaremos a encontrar formas reconocibles en las nubes. El fenómeno psicológico que explica esto se llama “pareidolia” y se trata de un vestigio evolutivo en nuestros cerebros, donde un estímulo vago o aleatorio es percibido erróneamente como algo reconocible. Otros ejemplos de este fenómeno son las fotografías de nebulosas con formas reconocibles y las constelaciones. Del mismo modo que a las nubes con formas, este prejuicio cognitivo puede aplicarse a toda clase de ilusiones ópticas que nos hacen ver cosas donde no las hay: los reflejos de ventanas, habitaciones parcialmente oscuras, sombras proyectadas, figuras en la neblina y cientos de ejemplos más.La nebulosa de la cabeza de caballo es un claro ejemplo de pareidolia: donde solo existe una nube de gases y polvo estelar, nuestro cerebro identifica un patrón reconocible como una cabeza de caballo.

Sumado a la pareidolia, encontramos otro fenómeno psicológico que nos hace engañarnos a nosotros mismo. Se trata de la denominada “apofenia”, una experiencia errónea que consiste en percibir patrones, conexiones o ambas en sucesos aleatorios o datos sin sentido. Como ejemplo de este fenómeno me viene a la mente una conversación que tuve con un amigo, quien tiene una mente científica y escéptica como la mía, pero aún así algunas “experiencias raras” le han llevado a creer “que algo hay”. Una de esas experiencias, según él me lo contó, sucedió un día cuando, sin motivo aparente, un retrato familiar se desplomó hacia piso y quedó destrozado. En el retrato aparecían fotografiados varios miembros de su familia, y fue muy curiosa la forma en que se rompió la foto, como “separando” a las personas que aparecían en la misma. Poco tiempo después, los padres de mi amigo se divorciaron y su familia entera quedó separada.

Por supuesto, a primera vista el fenómeno puede parecer bastante sobrenatural: un retrato se rompe misteriosamente, los miembros de la foto quedan separados y tiempo después la familia sufre una separación real. Pero si lo analizamos todo con cuidado, descubriremos que se trata de un claro ejemplo de “apofenia” y que en realidad sacando esas conclusiones apresuradas nos estamos engañando a nosotros mismos. De hecho, la explicación a dicha experiencia es bastante simple: los retratos suelen romperse, las familias suelen separarse; nada más que eso. Son eventos comunes y que suelen suceder con frecuencia en la experiencia cotidiana, y que no tienen relación alguna entre sí, pero aun así nuestra mente se empeña en buscar alguna conexión. Un ejemplo aun más claro para explicarlo sería el siguiente: sin saber acerca del estado del clima, ni observar ningún pronóstico meteorológico, yo cierro los ojos y afirmo que va a llover. Entonces observo hacia afuera y empieza a llover. ¿Poseo yo alguna clase de poder que predice la lluvia? ¿He ocasionado yo mismo la lluvia? De ninguna forma: lo que sucede es que a veces llueve, y a veces no; simplemente eso. Solo se produjo la coincidencia de que yo afirmé que llovería y empezó a llover, pero eso no quiere decir que lo segundo sea consecuencia de lo primero. Muy diferente sería, por ejemplo, si yo dijera “van a llover sapos”, luego salgo a la calle y empiezan a caer sapos del cielo; ahí si podríamos empezar a dudar.

Así que sumados, la pareidolia y la apofenia pueden llevarnos a percibir la realidad de una forma engañosa; es decir, partir de premisas engañosas y poco precisas para arribar a una conclusión completamente equivocada. Y todo esto se acentúa aún más si nos encontramos bajo el efecto de la sugestión y el miedo que ésta produce. ¿O acaso escucharon alguna vez una historia sobre espíritus que se desarrolle a plena luz del día, en el medio de un parque iluminado por el sol y rodeado de flores y mariposas? Por supuesto que no, la mayoría de los encuentros ocurren de noche, en lugares oscuros, o en casas muy antiguas, donde es propenso ver sombras, escuchar ruidos extraños y donde los efectos de la sugestión son mas notorios, es decir, donde nuestro cerebro se encuentra alerta y enfocado en la tarea de encontrar patrones y cosas extrañas.
El famoso caso del astrónomo aficionado Percival Lowell es un ejemplo claro de apofenia: mientras observaba el planeta Marte, creyó ver líneas rectas sobre la superficie, de lo que dedujo la existencia de canales artificiales como prueba de una civilización inteligente en Marte. Por supuesto, se encontraba equivocado.

Y aún nos queda otro efecto más para sumarle a esta cadena de auto-engaños que finalmente lleva a que sean tan frecuentes las historias de espíritus en nuestra sociedad, y es el efecto “teléfono descompuesto”. Por ejemplo, una noche tormentosa yo siento un ruido fuerte en la cocina, me dirijo hacia allí, creo ver una sombra en la pared y encuentro muchos cuchillos desparramados por el suelo. Por efecto de la pareidolia relaciono a la sombra con un espíritu enojado, por efecto de la apofenia establezco como causa para los cuchillos en el suelo que el espíritu los arrojó, y la sugestión me obliga a seguir reforzando esos pensamientos y no buscar otra explicación más plausible. Pero no termina ahí la cadena: cuando yo le cuente la historia a algún amigo, probablemente agregue algún detalle impresionante, como que la sombra me miró y luego despareció, para hacerla aún más tenebrosa o porque el recuerdo no es claro. Luego, cuando mi amigo cuente la historia a otra persona, seguramente modificará algún dato o agregará algún detalle, haciéndola aún más inverosímil. Por efecto del “teléfono descompuesto”, finalmente la historia será popularmente conocida como "la noche en que varios jóvenes se sentaron a jugar al juego de la copa, los espíritus se manifestaron frente a ellos, hicieron volar los cuchillos por toda la habitación y varios de ellos resultaron asesinados en el evento". Esto nos ayuda a comprender porque existen tantas historias y tanto folclore acerca de los espíritus en las diferentes culturas.

Mi próximo argumento sobre la inexistencia de los espíritus se sostiene en la base de que conocemos muy bien de qué está compuesto y conformado nuestro Universo. En el campo de la física, tenemos una idea muy clara de todo aquello que compone la naturaleza: conocemos las interacciones subatómicas que se dan en el interior de los átomos, entendemos las reacciones químicas que producen los electrones, comprendemos de que está hecha exactamente la luz, es decir, sabemos exactamente de que está hecha la materia que conocemos, con algunas pocas excepciones, como la materia oscura y la energía oscura (pero los fantasmas no son una de ellas).

¿A que deseo llegar con todo esto? Muchas veces he escuchado el siguiente argumento de gente inteligente que justifica la existencia de espíritus: “vos sabes que nosotros solo vemos una pequeña franja de luz visible y el espectro electromagnético es inmenso, por lo tanto, no sabes que puede haber en los otros rangos que no podemos ver”. Seguir esa clase de líneas de pensamiento puede llevar a toda clase de conclusiones disparatadas. Mi respuesta en ese caso, por supuesto, es siempre la misma: que no podamos usar uno de nuestro sentidos, en este caso la visión, no significa, en primer lugar, que no tengamos otros instrumentos para analizar e interpretar eso, y en segundo lugar, que tengamos que sacar toda clase de conclusiones locas. Si bien es cierto que no podemos ver directamente con nuestros ojos más allá de la franja de la luz visible, poseemos toda clase de dispositivos y herramientas que nos permiten estudiar, analizar y comprender el resto del espectro electromagnético. Y hasta ahora no he visto a ningún científico afirmar que se le presentó un fantasma en infrarrojo, o que se comunicó con un espíritu usando las ondas de radio. Que no podamos ver algo directamente no significa que debamos asumir que allí se producen toda clase de fenómenos bizarros; significa que debemos ingeniar otros métodos más allá de nuestros sentidos para interpretar y comprender eso que no podemos ver. Y repito: conocemos demasiado bien todo el espectro electromagnético, nada raro allí.
 




Las diferentes manifestaciones de la luz a través del espectro electromagnético: las conocemos a la perfección y sabemos como analizar, medir y utilizar cada una de ellas.

Por otro lado, también hay personas que afirman que los fantasmas están conformados de algo completamente diferente, como el ectoplasma, un (inexistente) fluido etéreo del cual estarían compuestos los espectros. Por supuesto que no hay ninguna clase de evidencia al respecto y ese “ectoplasma” solo es real si estamos dentro de la película “Los Cazafantasmas”. Si tal materia existiese, hace tiempo que sabríamos de que está hecha, como se comporta y cuales son sus propiedades, al igual que lo sabemos de todo el resto de la materia conocida. Si fuera cierto, por ejemplo, que la presencia de espíritus hace descender la temperatura de las habitaciones, esto significaría que lo que los constituye interactúa con los átomos del aire y los hace moverse más lentamente, quitándoles energía cinética y calórica en el proceso, y enfriando la habitación como consecuencia. Si tal evento fuera cierto, podríamos analizar dicha materia, experimentar con ella y obtener conclusiones satisfactorias. Pero por supuesto no podemos hacerlo, porque los fantasmas, espíritus y espectros están conformados por una sola clase de materia: la imaginación.

Por último, como dije al principio del artículo, todo esto no tiene relación directa con el ámbito científico, porque todos estaremos de acuerdo en que dichos fenómenos se denominan “sobrenaturales”. Y esto sencillamente significa que se encuentran por fuera de la naturaleza (entendida como lo natural, lo producido por el Universo). Y dado que la física y la ciencia se encargan de estudiar a la naturaleza y el Universo, no tiene demasiado sentido aplicar sus estudios a cosas que no pertenecen al Universo, y por lo tanto, no existen. Porque esa es la realidad, por definición: aquello que no pertenece a nuestro Universo, no existe, no es parte de la realidad, es irrelevante (por algo nos encargamos de crear una definición de Universo y englobar toda la realidad con sus leyes y reglas).

Y comprendo que decir que “no existe” es una expresión fuerte, y que aquellos que crean en espíritus no la encontraran satisfactoria, pero si quieren pueden pensarlo de la siguiente manera: los fantasmas y espíritus existen del mismo modo que un arcoíris existe. Un arcoíris es una ilusión óptica producto de la incidencia de la luz del Sol sobre las gotas de lluvia, por lo tanto, no es algo real y tangible que pueda tocarse, sino que depende del observador para existir y de sus ojos captando la ilusión provocada por la descomposición de la luz. Analogamente, los espiritus son una ilusión producto de la mente del individuo, que bajo un estado de sugestion y por algunos defectos evolutivos en el cerebro, se engaña a sí mismo y cree percibir cosas donde realmente no hay nada. Las gotas de agua y los fotones de luz son reales, como lo son los sonidos y las sombras que se perciben en los encuentro sobrenaturales; los ojos de quien observa un arcoíris son análogos al cerebro de quien interpreta los ruidos y las sombras; el arcoíris y los espiritus son la ilusión, un producto aparente pero no real que se produce como consecuencia de los demás elementos. Del mismo modo que sin ojos no existe un arcoíris, sin cerebro auto-engañado no existen los fantasmas.

Y aun así me sorprende, como mencionaba al principio, que personas con conocimientos científicos sean creyentes de fenómenos sobrenaturales. Y entiendo que para muchos esa clase de fenómenos sean fuente de misterio, folclore e historias excitantes. Pero me pregunto: en lugar de perder el tiempo tratando de encontrar sentido a eventos que realmente no existen, ¿no sería más provechoso usarlo tratando de explicar y comprender aquello que sí es real? Porque debo decirlo, en nuestro Universo y en la naturaleza existen miles de fenómenos excitantes, sorprendentes y maravillosos que todavía no comprendemos enteramente: desde el surgimiento de la vida, pasando por los agujeros negros, las situaciones del mundo cuántico que contradicen la experiencia cotidiana, la teoría de cuerdas, la existencia de vida en otras regiones del espacio, la estructura del Universo a gran escala, entre miles de otros misterios por descubrir. Entonces mi pregunta es: ¿les parece dedicar tiempo y energía mental a algo que no existe, que no es real, cuando hay tanto que sí existe y que no entendemos completamente?

Y si antes comencé citando a un novelista, no puedo más que finalizar citando, por un lado, a uno de los físicos modernos más importantes, y por otro, a uno de los pensadores más influyentes de nuestros tiempos

http://www.ciencialimada.com.ar/2012/04/acerca-de-la-inexistencia-de-espiritus.html#!/2012/04/acerca-de-la-inexistencia-de-espiritus.html


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