DIOS ES AMOR, MEJOR CON HUMOR

lunes, 31 de marzo de 2014

La tan polémica discriminación positiva

Forgesmuj2

La tan polémica discriminación positiva

Por: | 31 de marzo de 2014


En una magnífica viñeta de Forges aparecida en EL PAÍS en marzo del 2007, con motivo del Día de la Mujer, un cartel rezaba “Siglo de la mujer”. De que el siglo XX lo ha sido no cabe duda alguna, siendo como es el siglo en que las mujeres han vivido, hemos vivido, mayores avances y a mayor velocidad (el sufragio femenino, la píldora, la plena incorporación a los estudios universitarios…). Y tampoco de que el siglo XXI está destinado a serlo también en aquellos países en los que las mujeres siguen siendo aún una casta social, concretamente la más baja.

El Día de la Mujer, cuyo origen se remonta a mediados del siglo XIX, viene celebrándose desde 1910 a instancias de Clara Zetkin, quien lo propuso para promover el sufragio femenino en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, aunque fueron las mujeres rusas quienes, reclamando alimentos en plena Primera Guerra Mundial, instauraron en 1917 la fecha actual, el 8 de marzo. Al Día de la Mujer y con él al Mes de la Mujer (marzo), que es cuando a las mujeres se les brinda, de modo excepcional, el turno de palabra que el resto del año se les niega si no es en pequeñas dosis y sin armar demasiado revuelo, se suma la existencia de los Institutos de la Mujer (nacionales o autonómicos), de las regidorías de Igualdad y de las asociaciones de mujeres y demás inventos del feminismo, inventos avalados por el espíritu democrático y sobre los que nunca ha dejado de arrojarse un sibilino haz de sospecha.
A la controvertida existencia de todos esos entes (para muchos enormemente necesarios y para otros del todo superfluos), cabe sumar la debatida cuestión de las cuotas, de las que se hace burla y escarnio como si fueran instrumentos del diablo.
Cuotas que responden a una política destinada a propiciar un mejor reparto de los espacios comunes y que nacen para facilitar el acceso a los mismos de colectivos históricamente discriminados, como lo ha sido claramente el de las mujeres: más de la mitad de la población desde el origen de los tiempos, pero tratada como si de un minoritario grupo ético se tratara.
Cuotas, sí, que obligan a contratar a un número determinado de mujeres en una empresa, o a incluir a un número determinado de mujeres en las listas de un partido político y así un largo etcétera. Su misión: incentivar la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, en un intento para que a las mujeres no les pase lo que decía uno de los personajes de Primera historia de Esther, de Espriu, la Secundina que interpretó la también escritora y feminista Maria Aurèlia Campany: "Corte quien corte el bacalao, una se queda siempre de portera".
Fue a principios de los 80 cuando en este país los sectores progresistas comenzaron a reclamar medidas de discriminación positiva para las integrantes del sexo femenino. Desde aquella fecha, estas tres décadas se nos han hecho eternas, sobre todo a las mujeres, quienes al tiempo que contribuíamos a asentar la democracia, debíamos ocuparnos de desterrar la idea de mujer propiciada por Pilar Primo de Rivera y sus secuaces de la Sección Femenina.
Hoy la discriminación positiva es una realidad en algunos ámbitos, aunque no por ello menos discutida. Así, en un intento por "corregir" la poca presencia de mujeres directoras en el cine español, en el camino de acceso a las subvenciones (ahora muy escasas) que reparte el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Visuales (ICAA), desde 2009 se considera un incentivo que la película esté dirigida por una mujer. Una medida que obedece a la Ley de Igualdad 3/2007 del Parlamento español (aprobada por el gobierno del PSOE), de la que otros sectores profesionales, y mismamente de la cultura, hacen caso omiso.
Medidas de impulso que fueron pioneras en la política, donde nos pongamos como nos pongamos el éxito de las cuotas ha sido rotundo, de ahí que hoy en día los parlamentos muestren un colorido del que carecían antaño, como habrán podido comprobar quienes a tenor de la muerte de Suárez han visto imágenes de archivo o quienes visionaron el falso documental sobre el 23-F de Jordi Évole. Siguiendo esa misma tónica de colorear las sedes del poder, a instancias de la Comisión de Igualdad de Género, Viviane Reding, vicepresidenta de la Comisión Europea y titular de Justicia, decidió en 2012 tramitar una directiva que promoviera la contratación de mujeres para puestos en los consejos de administración de las grandes empresas, con el objetivo último alcanzar en el 2020 una cuota del 40% de mujeres. Aunque sin carácter obligatorio y habiendo levantado ampollas, la Eurocámara aprobó dicha directiva el pasado noviembre.
image from http://aviary.blob.core.windows.net/k-mr6i2hifk4wxt1dp-14033109/3d71442a-aba6-4dd7-91e4-9c7fc38134df.png
Viviane Reding
El ámbito de lo penal no escapa a la polémica y, en el tan sensible asunto de la violencia del género, hallamos otro debatido talón de Aquiles: se ha llegado incluso a acusar de discriminatoria para los varones la Ley Integral contra la Violencia de Género (aprobada en 2005), que supuestamente busca proteger a las mujeres de la virulenta rémora patriarcal, y que hay quien cree que las favorece en exceso en perjuicio de los varones; una inquietud que puso de manifiesto un desafortunado tuit de un conocido actor reconvertido en político, quien aseveró imprudentemente que la mayor parte de las denuncias de malos tratos eran falsas.
La mala prensa de la discriminación positiva la lleva incluso a ser rechazada por las propias interesadas. De esta guisa muchas mujeres, antes de aceptar cualquier trato de favor, prefieren mantenerse firmes en un encastillamiento afín al de esos ancianos vacilantes que, a punto de derrumbarse, no aceptan el brazo o el asiento que gentilmente se les cede. Heroicos ancianos y heroicas mujeres que “por dignidad”, prefieren arriesgarse a la caída –en el caso de los ancianos- y a perpetuarse en su ir a la cola –en el caso de la mujeres-.
Me consta que discriminación positiva suena a oxímoron, es decir a juego de contrarios. En cuestión de género, suena incluso a ofensa: ¿necesitan las mujeres que se las discrimine aún más de lo que se les ha discriminado ya, aunque sea ahora para bien? ¿Qué piensan todas esas mujeres que no quieren ni oír hablar de discriminación positiva? ¿Qué razones alegan quienes están en contra de la segregación infligida a las mujeres en su propio beneficio? Pues precisamente eso, que en lugar de integrarlas las segrega.
Esa negativa a aceptar una merecidísima ventaja, y la cacareada controversia que la cuestión arrastra, llevan a pensar que algo esconde el asunto más allá de la natural discrepancia. Ni la política de cuotas minusvalora a la mujer en modo alguno, ni la discriminación positiva en cuestiones de género hace más que servir de paraguas al aluvión de inercias machistas que nos cae encima a diario. El sentido común nos lleva a pensar en paralelismos como incentivar a alumnos que se incorporan a mitad de curso (y más si es por razones ajenas a su voluntad) con objeto de que alcancen el ritmo normal. ¿A qué viene pues tanto escándalo cuando de beneficiar a un género se refiere, no en detrimento del otro sino para igualarlo al otro?
Una se pregunta si sus detractores son realmente conscientes del retraso histórico que las mujeres arrastran en su incorporación a las tareas plurales que se desempeñan en sociedad. Y si son conscientes que una forzada incorporación tardía (como es el caso) precisa del uso de instrumentos de rectificación. Nadie que asuma plenamente esa discriminación previa negará la necesidad de un correctivo, pero todos los que la nieguen la rechazarán, como rechaza el tratamiento un enfermo que no asume su dolencia.
Esa es la única razón que puede explicar que las chicas jóvenes de hoy no quieran ni oír hablar de cuotas y demás zarandajas, que les suenan al para ellas caduco feminismo: ellas jamás han sido discriminadas, o eso creen. Curiosamente, en su pertinaz alergia también olvidan que los varones llevan siglos administrando en su propio beneficio políticas de discriminación positiva y que les ha ido espléndidamente.
Habría que explicarles a esas tiernas muchachas en flor (a decir de Proust y de Vázquez Montalbán) que las políticas de discriminación positiva caminan hacia una nueva socialización, tan necesaria, basada en la cooperación, un principio que aparece recurrentemente en las obras de algunos de los más destacados pensadores actuales, como es el caso de Richard Sennett, que lo desarrolla en Juntos, del argentino Mario Bunge en su Filosofía política o de la misma Martha Nussbaum, quien aboga por un lúcido feminismo universalista. Siendo la discriminación positiva tan solo un instrumento para romper el a estas alturas abominable techo de cristal, es de necios matar al mensajero cuando son tantos los beneficios que lo que nos trae nos puede deparar.
Mª Ángeles Cabré es escritora y crítica literaria. Su último libro es el ensayo Leer y escribir en femenino (Barcelona, Editorial Aresta, 2013).

No hay comentarios:

Publicar un comentario