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martes, 6 de diciembre de 2016

Eszer y la paliza 'criminal'

Eszer y la paliza 'criminal'

Cuando Eszer vio la soberbia paliza que le había dado Narkis en el portal de su casa creyó morir. El dolor emocional superó al físico. Se rompió por dentro. Visionar en el cuartel de la Guardia Civil cómo horas antes su novio le pateaba todo el cuerpo y le arrastraba del pelo por el suelo de la escalera hasta embestirla contra el ascensor hizo que se tuviera que marchar. Sintió que le faltaba el aire. Su pareja había ido demasiado lejos. Antes de irse aseguró con determinación que volvería para denunciar a Narkis, el joven ucraniano con el que salía desde 2014 y al que sacaba 16 años.
Él tiene 22 y ella, húngara, 38. Pero sólo fue un espejismo porque Eszer nunca más apareció por allí. En realidad, ni por allí ni casi por ningún otro sitio, porque la mujer se ha encerrado en casa desde que él la derribara a puñetazos. Tampoco quiso denunciar ante el juez que envió a Narkis a prisión, ni ante el fiscal. Silencio sobre silencio. Eszer está atemorizada y en cierto modo es entendible porque a Narkis hay que temerlo. Su currículo está trufado de antecedentes policiales que ponen a temblar a cualquiera. En el historial delictivo que carga a sus espaldas, los robos con violencia son lo más descafeinado. El joven tiene cuentas pendientes con la Justicia por pertenencia a grupo criminal, secuestro, falsedad documental, conducción sin carné y allanamiento de morada, entre otros. Palabras mayores en el universo de la delincuencia. En breve, podrá incorporar el de maltratador. Cuando haya una sentencia firme, que no tardará.
La Guardia Civil lo conoce bien puesto que era compañero de andanzas de otro hombre de los bajos fondos apodado Spiderman que se descolgaba por las fachadas para acceder a las viviendas. Pese al empeño de Eszer de callar la paliza, su historia es la que ha dado visibilidad al término maltrato. En toda su dureza y en toda su dimensión, pues las imágenes captadas por la cámara colocada en la escalera de su casa colocaron a Eszer como máximo exponente de la violencia machista. Algo a lo que ella se resiste. Quería que todo se quedara de puertas para dentro.
Él le daba mala vida y ella le tenía miedo. Su relación basculaba entre lo malo y lo peor. Y aquel 20 de noviembre tocó lo peor. Esa noche habían discutido mientras estaban de fiesta. Fue una bronca grande, con gritos y aspavientos, y ella decidió irse con un amigo. Cortó antes de que la cosa pasara a mayores sin saber que, en realidad, estaba abonando la ira de Narkis. Eszer se subió en el coche con el otro hombre y desapareció. Narkis se desesperó y se fue a esperarla en el portal. Dentro. A traición. Escondido tras una columna.
A las siete de la mañana, Eszer abrió la puerta y Narkis se abalanzó sobre ella con las ganas de quien quiere ajustar cuentas de no se sabe qué. No le dejó tiempo para reaccionar. Los golpes le arrancaron de cuajo un pendiente de oro y un anillo, que quedaron en el suelo y que recuperó al día siguiente uno de los vecinos. Cuando acabó de darle patadas y puñetazos por todo el cuerpo, Narkis golpeó la cabeza de Eszer contra el quicio del ascensor antes de tirarle dentro. Después, salió a la calle. Miró y se aseguró de que nadie le hubiera visto. Se sacudió la chaqueta y se marchó. Sin embargo, no contaba con las cámaras que los vecinos habían instalado en el portal, hartos de los robos que se habían producido en los últimos meses.
Algunos de ellos escucharon los golpes y los llantos de Eszer mientras su novio la pegaba. Fue la empresa de seguridad la que llevó las cintas a la Guardia Civil nada más ver la agresión, que quedó registrada con toda su crudeza. Un día después de la paliza, Eszer fue al hospital porque se encontraba mal. Apenas podía moverse. Estaba muy dolorida y dijo a los médicos que se había caído por las escaleras. La creyeron y atribuyeron sus lesiones a una caída casual. Le dolía mucho el cuello y tenía mareos, además de todo el cuerpo lleno de moratones. Su diagnóstico: un esguince cervical. Le pusieron un collarín que ella no tardó en quitarse para evitar preguntas. Quería borrar cualquier huella de aquel episodio.
Paralelamente a su visita al médico, el dueño de la empresa de seguridad llevaba los vídeos a los agentes del Instituto Armado y esa misma noche una patrulla se presentó en su casa. Ella abrió y actuó como si la cosa no fuera con ella. Desconocía, en ese momento, que las cámaras de seguridad habrían registrado la paliza. Eszer juró y perjuró que no le había pasado nada, a pesar de que tenía hematomas en la cara y una herida en la sien.
Al final, una amiga que la acompañaba contó lo que le había pasado. Sin embargo, Eszer no quiso dar más datos de Narkis. Ni su dirección ni cualquier otra cosa. Al día siguiente, consciente de que lo estaban buscando, Narkis se entregó y horas después la juez lo envió a la cárcel por la tremenda agresión a su novia. No hizo falta que ella declarara porque las imágenes hablaban por sí solas. La Fiscalía le pide nueve meses de prisión.
Eszer y Narkis no convivían. Ella vivía con su hija de 10 años fruto de su matrimonio con un húngaro del que todavía no se ha separado. No trabajaba y al parecer la buena situación económica en Hungría de su todavía marido hacía que pudiera vivir de manera holgada. Sus quehaceres diarios pasan por acompañar a su hija al colegio. Poco más y menos desde la paliza del día 20.
Dicen sus vecinos que es una mujer de pocas palabras y la recuerdan con su hija en un coche de color gris. Eszer no quiere hablar. No quiere saber nada. Sigue apartando el episodio que nunca tuvo intención de denunciar. Pero su imagen en aquel portal habló lo que ella nunca habría querido. Su agresión se hizo pública. Muy a su pesar.
 http://www.elmundo.es/cronica/2016/12/06/5842bf74e5fdeaee398b45d0.html

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