La secta antivacunas
Los médicos son el grupo que menos se vacuna contra la gripe estacional.
En 1899, al comienzo de la Guerra de los Boers, el inmunólogo Almroth Edward Wright esperaba vacunar en masa contra la fiebre tifoidea a las tropas británicas que partían camino de la actual Sudáfrica. Apenas consiguió hacerlo con uno de cada tres expedicionarios. La oposición a la iniciativa llegó a tal punto que los embalajes en que se trasportaban fueron arrojados por la borda de algunos barcos de la Armada británica. Las consecuencias fueron catastróficas: el tifus provocó 9.000 bajas al Ejército.
Más de un siglo después, nadie duda de que las vacunas han salvado más vidas y han prevenido más discapacidades que el resto de medidas de salud pública juntas. Su aportación ha sido tan extraordinaria que “no cabe plantearse un mundo sin ellas”, en palabras de Juan José Picazo, jefe de Microbiología del Hospital Clínico San Carlos de Madrid y coordinador del Observatorio para el Estudio de las Vacunas. Sin embargo, muchas personas desdeñan su efectos y se fijan más en los posibles riesgos. La imagen que tienen de ellas se acerca más a la de un demonio que a la de un ángel. Lo curioso es que el grupo más receloso a la hora de vacunar a sus hijos no es precisamente el de menor nivel cultural y económico, como cabría pensar. Más bien al contrario: el temor se ha instalado entre profesionales liberales, muy instruidos e ideológicamente a la izquierda.Ese es el perfil de los padres de los 36 niños del barrio del Albaicín de Granada que sufrieron un brote de sarampión en noviembre del año pasado. La razón es que en el colegio donde estudiaban había 58 niños sin vacunar contra la enfermedad, lo que motivó la decidida intervención de la Junta de Andalucía, que obligó a inmunizar a los pequeños. Y lo hizo con el amparo de la Justicia, una medida sin precedentes en España.
El origen del miedo
¿Qué puede motivar que unos padres expongan a sus hijos a enfermedades que pueden llegar a tener efectos letales? En muchos casos, el origen está en informaciones muy difundidas, y con pretendida base científica, que han resultado ser falsas. “La oposición a la triple vírica, la vacuna contra el sarampión, la rubeola y las paperas, se basa en un fraude científico clamoroso”, explica Josep Artigas, neuropediatra del Hospital de Sabadell. El protagonista del fraude fue el británico Andrew Wakefield, quien en 1998 publicó en The Lancet, una de las revistas médicas más prestigiosas del mundo, un artículo en el que sugería una relación causa-efecto entre la triple vírica y el aumento de casos de autismo.
Una sustancia que se utiliza para evitar la contaminación en las vacunas, el thiomersal, justificaba esa relación, en opinión de Wakefield. La triple vírica, como otras, se elabora a partir de virus vivos. Almacenada en grandes cantidades, de las que se extrae cada dosis, necesita que se le añadan antibióticos y otras sustancias para conservarla. El problema es que alguna de estas, como el thiomersal, contiene mercurio, y este se acumula sin remedio en el cuerpo; concretamente, en el sistema nervioso central.
¿Existe riesgo potencial para la salud por las dosis que se recibían? A lo largo de la vida se reciben dos o tres vacunas de virus vivos, y la dosis de mercurio que acumula el cuerpo es mínima, pero para evitar problemas y garantizar la seguridad del tratamiento, la sustancia ha sido retirada del proceso de fabricación.
El aval de la revista fue el mejor altavoz de Wakefield, y sus tesis calaron en todo el mundo a pesar de que otros especialistas explicaron que no había evidencias que sustentaran esa relación. Solo una investigación dio al traste con el bulo. El “científico” aseguraba que nueve de los doce niños de los que hablaba en su artículo habían desarrollado autismo y que todos ellos estaban sanos antes de recibir la triple vírica. Sin embargo, la investigación demostró que solo uno de los niños padecía el trastorno, y cinco de los doce habían tenido problemas de desarrollo con anterioridad a la vacuna.
Lo más llamativo fue la conclusión sobre quién había financiado el estudio: los activistas antivacunación. Hace ahora un año, The Lancet retiró el artículo de la revista; el British Medical Journal lo calificó de “fraude planificado” y atribuyó a su publicación e influencia el descenso en las cifras de vacunación.
Vuelve la tos ferina
En diez años el miedo se extendió como una mancha de aceite por todo el mundo, aunque en España todavía ha calado poco. Juan José Picazo dice que: “Somos la envidia de otros países, y esto se debe al papel que han desempeñado los pediatras y la credibilidad que tienen entre los padres”. Su esfuerzo les cuesta, según reconoce uno de ellos, Javier Arístegui: “Cada vez dedico más tiempo a convencer a muchos padres de la necesidad de que vacunen a sus hijos”.
En algunos países como Estados Unidos, el 20% de los médicos de Atención Primaria ni siquiera informa a los progenitores del calendario de vacunaciones. La revista Wired cifraba los efectos en algunos estados: la población infantil sin vacunar en algunas zonas de California alcanza ya el 6%, cuando lo habitual hace una década era el 1%. Lo peor es que enfermedades que llevaban camino de ser erradicadas, como la tos ferina, vuelven hora con fuerza, a pesar de que los datos epidemiológicos hablan por sí solos. Las tasas de mortalidad entre las trece enfermedades para las que existe vacunación infantil se han reducido un 90%, y en tres de ellas, viruela, difteria y poliomielitis, no se registra ninguna muerte.
“La evidencia científica no deja lugar a dudas: si se abandonan las vacunaciones, las enfermedades vuelven. En Nigeria se dejó de vacunar contra la poliomielitis, y el resultado fue miles de personas con incapacidades permanentes”, dice Juan José Picazo. Según la Academia de Pediatría Estadounidense, los casos registrados de tos ferina han pasado de un millar en 1976 a 26.000 en 2004. En España se da una circunstancia curiosa: la vacuna contra esta enfermedad solo es obligatoria en Madrid y en Navarra. Pues bien, en esas comunidades, los casos registrados de tos ferina se han reducido en un 90%, un efecto que al Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad le gustaría que se produjera en todo el Sistema Nacional de Salud. Para conseguirlo, intenta unificar el calendario de vacunaciones en todas las comunidades autónomas.
Riesgos y beneficios
Sin embargo, el problema de fondo que tienen planteado las vacunas guarda relación, sobre todo, con su seguridad. Hay un grupo de personas, cada vez más amplio, que pone en cuestión algunas de ellas. La presidenta de la asociación El Defensor del Paciente, Carmen Flores, ha remitido una carta a la ministra de Sanidad, Política Social e Igualdad, Leire Pajín, en la que solicita que se retire del mercado la vacuna contra el VPH por los efectos adversos que ha producido. Hasta ahora se han notificado en todo el mundo alrededor de veinte mil casos.
En España se produjo al comienzo de las campañas de vacunación el ingreso hospitalario de dos niñas, una de ellas en la UCI, tras haber sido inoculadas. Un comité de expertos impulsado por Sanidad investigó si existía alguna relación entre los síntomas (sobre todo, convulsiones) y los componentes de la vacuna. Concluyó que no podía establecerse un vínculo causa-efecto, y aunque el historial clínico de las pacientes no podía hacerse público, se deslizó que detrás había razones psicosomáticas. El asunto está en los tribunales.
Hay que precisar que los médicos tienen la obligación de notificar a las autoridades sanitarias cualquier efecto adverso, por nimio que pueda parecer, sobre vacunas o sobre cualquier otro medicamento. Frente a las voces críticas, Juan José Picazo aduce que “no son productos inocuos, que en algunas personas pueden provocar molestias, fiebre y otros síntomas, pero siempre son efectos adversos de baja intensidad cuya aparición es un mal menor frente al riesgo de no recibir el tratamiento preventivo”.
Los padres “anti” alegan que prefieren que sus hijos no sean inoculados y pasen algunas de las enfermedades prevenibles, como el sarampión, de forma “natural”, sin caer en la cuenta, dicen los especialistas, de que el riesgo que corren sus hijos es mucho mayor. Por ejemplo, el sarampión y los problemas asociados que conlleva en ocasiones, como la neumonía, producen la muerte a 350.000 niños al año, y en otros casos pueden dejar secuelas como ceguera, sordera o daño cerebral. Un euro, el coste de la triple vírica, reduciría las muertes por esta enfermedad en un 95%, según Unicef, que lidera una campaña para extender el tratamiento masivamente a África y Asia.
Más inmunidad
Detrás de la oposición de algunas personas a las vacunas está la controversia que ha levantado el uso de unos componentes cuyo objetivo es mejorar la capacidad inmunológica del medicamento.
Uno de los más polémicos es el escualeno, un producto natural que se encuentra en el aceite de oliva. En Estados Unidos está prohibido su uso en la fabricación de vacunas, pero ¿la razón es la seguridad? Algunos aducen que sí… y otros dicen que se debe solamente a una cuestión de imagen.
En la Guerra del Golfo se vacunó a las tropas estadounidenses contra el ántrax, y al cabo de un tiempo se diagnosticó a algunos soldados una nueva enfermedad que se bautizó como síndrome de la Guerra del Golfo. Un estudio lo relacionó con uno de sus compuestos, el escualeno, aunque estudios posteriores demostraron que no tenía nada que ver.
La revista Vaccine comparó las consecuencias que sufrieron 20.000 de los soldados con las de 7.500 personas que habían recibido vacunas sin adyuvante. La conclusión fue que no existía ninguna diferencia significativa, salvo una mayor reacción en el lugar del pinchazo. Aun así, la FDA no lo ha autorizado.
Según el movimiento antivacunas, la posición de la agencia que marca la pauta mundial en el control de medicamentos avala su recelo sobre las vacunas. Desde este lado del Atlántico se apunta otra razón: existen derechos industriales sobre el uso de algunos adyuvantes, y estos son de compañías europeas.
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