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lunes, 8 de octubre de 2012

¿Cuánto sexo necesitamos?

¿Cuánto sexo necesitamos?
La producción de espermatozoides, los glóbulos rojos o las hormonas influyen decisivamente en nuestro deseo. Pero ¿por qué unos sentimos tanto y otros tan poco?

El momento más placentero de un lirón australiano es también el último de su vida. En una cálida noche de verano este animal, del tamaño de una ardilla, ama a una docena de hembras, para morir después extenuado. Un chimpancé hembra se aparea 135 veces y un león de la sabana africana llega al clímax 500 veces, eso sí, sólo durante la corta época de apareamiento de la que disfruta –tres meses al año–.
El ‘Homo sapiens’ practica el coito como media 1,5 veces por semana pero, a cambio, puede hacerlo en cualquier época del año y a cualquier hora del día. El instinto sexual del hombre es más flexible y duradero que el de los animales. La antropóloga estadounidense Helen Fischer afirma: “Todos conocemos bien los impulsos sexuales, pero hay formas muy diferentes de disfrutarlos”. De hecho, los seres humanos llevan siglos persiguiendo la plena satisfacción sexual con técnicas tan antagónicas como la castidad y la adicción al sexo.
¿Cuánta carne necesitas?
La frecuencia del acto sexual nunca estuvo tan medida como en la actualidad. Los sexólogos hacen continuos estudios que les facilitan datos fiables sobre la frecuencia con la que mantenemos relaciones sexuales para establecer así los límites de la normalidad. Uno de los últimos estudios en este sentido es el realizado por el fabricante de preservativos Durex. Según éste, los españoles mantienen relaciones sexuales 90 veces al año, mientras que los estadounidenses lo hacen 132 –la mejor media de los 27 países incluidos en el estudio–.
Sin embargo, aunque la frecuencia sexual es un indicador necesario, no es lo más importante. La psicóloga y sexóloga estadounidense Leonore Tiefer asegura: “No necesitamos más sexo, sino de mejor calidad. La presunta falta de deseo achacada históricamente a las mujeres se debe a las escasas aptitudes de sus amantes. El sexo no es la cosa más natural del mundo, sino una materia que necesita práctica y un aprendizaje continuo. Es como tocar el piano. Para ser bueno, es necesario un período de entrenamiento”.
Por ello Tiefer afirma: “En lugar de calcular la frecuencia del acto sexual, los especialistas deberían centrarse en los factores sociales y psicológicos que están relacionados con esta práctica”.
¿Cómo funciona el deseo?
Neurólogos y endocrinos de todo el mundo están realizando investigaciones sobre cuáles son los fundamentos anatómicos y biológicos de la líbido humana. Para el neurobiólogo Donald Pfaff, de la Rockefeller University de Nueva York, el deseo sexual es una reacción conservadora anclada en los genes y en el cerebro.
La cooperación entre información genética, hormonas y células nerviosas origina tanto el deseo como la reacción necesaria  para poder satisfacerlo. En el cerebro, neurotransmisores y hormonas sexuales como estrógenos, testosterona y sus derivados se unen a los receptores neuronales y desencadenan una cascada de efectos libidinosos. Así, se activan genes que producen otras hormonas como la oxitocina –la hormona del orgasmo– o la péptido encefalina, cuyo efecto llevará a hombre y mujer a una unión sexual sin remisión.
En su obra ‘Mecanismos neurobiológicos y moleculares de la motivación sexual’ Pfaff prueba que el deseo sexual del ser humano comparte estructuras cerebrales y procesos hormonales con el resto de los mamíferos: “Desde un pequeño ratón hasta Madonna, la base del deseo sexual reside en un grupo de hormonas y la red neuronal”.
Pero, a pesar de las similitudes encontradas con los mamíferos, dentro de los seres humanos existen comportamientos diferenciadores. Según Uwe Hartmann, catedrático de Psicología de la Escuela Superior de Medicina de Hannover y terapeuta sexual “hay razones para suponer que la sexualidad es un pequeño motor interno que funciona de forma diferente según las personas. Hombres con un bajo deseo sexual buscan a menudo suplir sus carencias por los medios más insospechados. A algunos les excita más el vuelo sin motor que el acto sexual”. De hecho, uno de los objetivos de los sexólogos actuales es descubrir por qué unos se conforman con un orgasmo al año mientras que otros están ávidos de sexo.
Factores humanos
La diversidad del deseo sexual humano se debe en gran medida a que, a diferencia de los demás mamíferos, el medio ambiente y los factores culturales y psicológicos son definitivos en su apetito sexual.
La antropóloga Helen Fisher asegura: “En los pueblos primitivos, los factores perturbadores están más limitados, por eso en las comunidades tradicionales los adultos más jóvenes practican el sexo a diario. Sencillamente tienen más tiempo”. Sin embargo, en ellas existen severos tabúes que regulan la frecuencia sexual durante la menstruación, tras dar a luz, o antes y después de ciertas fiestas. Por ejemplo, en la tribu india Chenchu, las prácticas sexuales sólo están permitidas durante el día ya que su tradición asegura que un niño engendrado de noche nacerá ciego.
Otro factor relevante en la frecuencia sexual es la disponibilidad del compañero, que decide con qué frecuencia podrá satisfacerse el deseo. De hecho, según el estudio realizado por Durex, las parejas que viven juntas son las más activas –con 131 actos sexuales al año–, mientras que los casados sólo practican el sexo 85 veces al año y los solteros –con 64 actos anuales– son los menos activos sexualmente.
También la buena forma corporal influye en el exceso o falta de libido. De hecho, personas que han sufrido un infarto de miocardio o enfermos de cáncer que han estado sometidos a terapia presentan pérdida de libido y problemas de impotencia. La escasez de glóbulos rojos como consecuencia de la enfermedad puede actuar como destructor del deseo, que es restablecido cuando el paciente mejora.
Por último, la presión psicológica fruto, por ejemplo de una experiencia traumática o una relación sexual problemática está en el primer plano de la falta de deseo.
Patología sexual
Los investigadores esperan obtener mayores conocimientos acerca de la naturaleza del deseo y su intensidad, a través de estudios con adictos al sexo, estimados entre un cuatro y un seis por ciento de la población. La frontera de la normalidad la definió hace unos años el experto en adicción sexual Martin Kafka. Éste creó una unidad de medida –‘Descarga sexual total’ o TSO (Total Sexual Outlet)– que corresponde al número de orgasmos experimentados en un período de tiempo determinado. Se considera adicto al sexo a aquel que posee un TSO de entre siete y ocho orgasmos por semana durante un período de tiempo de seis meses a un año, sin tener en cuenta de qué manera se consiguen los orgasmos. Según Hartmann “la elevada frecuencia de las prácticas sexuales no es lo único que importa, lo relevante es la incapacidad de sentir satisfacción y bienestar después del orgasmo, aún cuando se masturben cinco veces al día”.
¿Castidad insana?
El sexo es sano. El coito apasionado activa el riego sanguíneo con un efecto reparador, arrincona los miedos y actúa a través de la avalancha hormonal de forma relajante a través del cuerpo. Con la oxitocina nos sentimos seguros y unidos a nuestra pareja”. Sin embargo, la frecuencia con que los seres humanos quieren vivir esta experiencia depende del apetito sexual de cada uno y de numerosos factores sociales y psicológicos. La ciencia no tiene ninguna respuesta para esto.
Pero, ¿es insana la falta de sexo? Ningún estudio prueba que aquellos que optan por el celibato o la castidad enfermen con más frecuencia, sufran trastornos psicológicos o estén de peor humor. Quizás el nivel hormonal se reduzca ligeramente y la calidad del esperma disminuya pero, no está demostrado que la abstinencia sexual tenga mayores consecuencias.
Aún así, un grupo de psicólogos de la Universidad de Pennsylvania descubrieron en 1999 que los estudiantes que mantenían relaciones sexuales menos de una vez por semana tenían un sistema inmunológico más débil que la media. Sin embargo aquellos que practicaban el sexo más de tres veces por semana mostraban valores inmunológicos aún más bajos.
Conseguir un control consciente del deseo parece ser, según los expertos, mucho más sencillo de lo que creemos. Para mantener a raya el apetito sexual en momentos de escasez, la evolución se ha servido de un hábil truco: si la excitación sexual desaparece durante un largo periodo de tiempo, se agotan las fantasías y los deseos imperiosos. “Cuanto menos sexo se practica, menor será la necesidad".
El nivel sexual total del cuerpo se regula a sí mismo minimizándose, pero si se sigue ejercitando mediante la excitación nocturna, esta regulación se convierte en sobreexcitación”, asegura Hartmann.
Y es que, como dice la antropóloga Fisher “El sexo es como el chocolate cuanto más se tiene, más se quiere”.
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